jueves. 28.03.2024

De nulo impacto en la opinión pública fue el último caso de abuso de menores cometido por un miembro de unnamedla Iglesia Católica en la provincia de Catamarca, Argentina. Por esos días las elecciones presidenciales ocupaban todos los espacios informativos; y la violación de una menor, cometida por el párroco Juan de Dios Gutiérrez, no cobró relevancia. De manera que este nuevo y aberrante delito, cuyo responsable dirigía al grupo Jóvenes Unidos por Amor a Cristo, no tuvo la difusión que similares casos suelen tener cuando el autor no acredita membresía a secta religiosa alguna.

En pleno siglo XXI los católicos se adjudican el derecho de opinión respecto de prácticas a las que, por convicción, son ajenos

Pero el intento invisibilizador de cierta prensa en pos de proteger a delincuentes de sotana, resulta ya estéril. Durante las últimas décadas se han conocido centenares de delitos de esta naturaleza en países como España, Australia, Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido, Alemania, Colombia, México y Argentina.  Fue a finales de los años '90 cuando salieron a la luz sendas denuncias contra sacerdotes y religiosos católicos, principalmente en Estados Unidos y Australia, acusados de abusos sexuales a menores; aberrantes hechos cometidos durante la segunda mitad del siglo pasado. Más de un centenar de miembros de la Iglesia Católica australiana han sido condenados por abusar sexualmente de un millar de víctimas, según ha denunciado la organización Broken Rites.   

Para el antecesor del Papa Francisco, Benedicto XVI, “el sacerdocio y la pedofilia son incompatibles”. Sin embargo un informe publicado en 2004 por la cadena BBC denuncia que solo en Estados Unidos el 4% del clero católico ha estado implicado en prácticas sexuales con menores. Esto arroja como resultado un número de 4000 sacerdotes abusadores durante los últimos cincuenta años; número que hace pensar que un gran porcentaje de sacerdotes católicos no están tan seguros de la incompatibilidad a la que hacía referencia el ex Papa Joseph Ratzinger.

A pesar de los esfuerzos por silenciar y/o encubrir a los delincuentes pertenecientes a la Iglesia Católica, las denuncias cobraron relevancia y fueron difundidas por los medios de comunicación que dieron voz a las víctimas. Los informes se centraron en el modus operandi, en cómo los menores fueron abusados y posteriormente silenciados por medio de constricciones morales, psicológicas e incluso violentas, y en el silencio que guardaron por años los jerarcas de la Iglesia; hecho que constituye un caso de encubrimiento delictivo.

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Muchas de las víctimas conformaron asociaciones para fortalecer sus reclamos judiciales y de compensación frente a los agresores y a las instituciones eclesiales, y en numerosos casos recibieron el apoyo de partidos políticos y otros sectores sociales. La mayor cantidad de casos de esta naturaleza tuvieron lugar en seminarios sacerdotales, escuelas y orfanatos en los cuales niños y adolescentes estaban bajo el cuidado del clero. La publicación de numerosos escándalos creó una fuerte crítica hacia la jerarquía de la Iglesia, especialmente por la actitud que algunos obispos y superiores religiosos asumieron frente a las evidencias de estos hechos, limitándose a llamados de atención privados y al traslado del infractor a otros sitios, mientras se guardó una indiferencia sistemática frente a las víctimas, lo que llevó a la conclusión de que los superiores de los infractores estaban encubriendo el crimen.

El reprochable comportamiento de los responsables del clero quedó demostrado en reiteradas oportunidades. Silenciar estas aberraciones se convirtió en el objetivo principal de los más altos jerarcas de la Iglesia Católica. Sin embargo, y contra cualquier pronóstico de defensa divina al que se encomendaba la curia, en 1985 el abuso sexual por parte de sacerdotes se convierte en una cuestión nacional por primera vez en Estados Unidos cuando el párroco de Luisiana, Gilbert Gauthe, fue encontrado culpable de once casos de abuso sexual a menores. Desde entonces se han dado a conocer centenares de casos de abuso sexual contra menores cometidos por sacerdotes católicos. Con pruebas irrefutables, el diario estadounidense The New York Times publicó en 2010 una selección de documentos que certifican que Joseph Ratzinger no respondió a más de 200 quejas de abuso sexual contra Lawrence Murphy, quien trabajó en una escuela católica de Wisconsin entre los años 1950 y 1974. La Iglesia sencillamente rechazó la denuncia. 

Cabe destacar la buena predisposición del Papa Francisco, que hasta el momento ha demostrado interés en unnamed1condenar estos hechos. Por orden directa de Bergoglio, tres de los sacerdotes acusados de pertenencia a una secta de curas pedófilos fueron separados por el Arzobispado de Granada mientras avanza una causa judicial que podría llevarlos a prisión, mientras que otros siete sacerdotes están bajo la mira de los investigadores, como presuntos encubridores.

La Iglesia Católica no claudica en su abnegado esfuerzo por explicarle a la Humanidad qué es lo que está bien y qué es lo que no lo está en el terreno sexual. En pleno siglo XXI los católicos se adjudican el derecho de opinión respecto de prácticas a las que, por convicción, son ajenos. Preservativos, aborto, sexo oral y masturbación, no debieran ser asuntos que incumban a señores que han decidido entregarle su vida a dios. ¿Puede acaso hablar de sexo con fines educativos quien no lo ha practicado? De ninguna manera puede atribuirse el derecho de instruir en este aspecto a quien padece esa incómoda anomalía denominada celibato. Sin embargo -convencidos de una misión tan divina como dudosa- obispos de la talla de Juan Antonio Reig Pla nos advierten del infierno que nos espera si erramos en nuestra “conducta sexual”. “Os aseguro que los homosexuales encuentran el infierno”, dijo en misa de homilía no hace mucho tiempo atrás, rebajando a su dios a un ente insignificante, capaz de juzgar a los hombres por lo que hacen con sus genitales; y omitiendo la posición de su Creador respecto de los aberrantes delitos contra menores, cometidos por quienes se autoproclaman sus representantes terrenales.

La pedofilia tiene cura