viernes. 29.03.2024
Yolanda Diaz

Todo parece indicar, y esa es nuestra experiencia desde la instauración democrática, aunque creo que muy posiblemente pueda tratarse de una tendencia general en los países de nuestro entorno, que mientras las derechas tienden a la unidad y a recomponer su capacidad electoral, las izquierdas parecen condenadas a la falta de entendimiento y la desunión. Y lo primero en nuestro país, vale para la socialdemocracia. ¡Habrá que indagar en ello!

Ya la derecha decidió afrontar la transición con una fuerza política, la UCD, que unificaba fuerzas de derecha (¡lo del centro, es un espejismo!) de todo pelaje: democristianos, liberales, ex franquistas reconvertidos en demócratas y hasta gentes que se autodenominaban socialdemócratas. Al margen, la Alianza Popular de Fraga Iribarne se sostenía como garante en última instancia de los límites que marcaba el viejo régimen autocrático (“lo atado”). Dinamitada la UCD, es el Partido Popular el que pasa a unificar toda la derecha en sus filas: la conservadora (¡del franquismo!) y la reformadora. En el momento actual, el PP está en proceso de reabsorber, al menos ideológica y funcionalmente, sus últimas excrecencias. La de Ciudadanos, un supuesto partido reformista y liberal, cuya esencia en última instancia no es otra que un nacionalismo español de derechas en reacción a los nacionalismos catalán y vasco. Una derecha “charnega”, en pocas palabras. Y la de Vox, una fuerza que hunde sus raíces ideológicas en el franquismo y sociales en la lealtad de los individuos y grupos sociales que participaron y se beneficiaron de la Guerra civil, la posguerra y los cuarenta años de Dictadura. Este proceso dinámico de descomposición y reunificación presenta en España especiales características por razones históricas (precisamente el franquismo) que lo diferencia de los procesos que se dan en otros países. En particular, esa, creo, es la explicación de la imposibilidad de que la derecha contribuya al “cordón sanitario” en torno a la ultraderecha. España por decirlo en pocas palabras, nunca formó parte de “los aliados” y el Régimen franquista siempre se adscribió a posiciones germanófilas entusiastas al principio y disimuladas a partir de la derrota del nazifascismo en 1949.

La evolución de la izquierda siempre ha sido la contraria. Han imperado las corrientes centrífugas, a diferencia de lo acontecido en la derecha en que se imponen las corrientes centrípetas. Desde el primer momento. Sorprende que a las primeras elecciones legislativas concurriera tal pluralidad de candidaturas que resultaba de todo punto imposible la victoria por la propia segmentación. PSOE, PCE, PT, ORT, CUP… Sorprende la extrema ingenuidad de todas esas fuerzas que soñaron con unos resultados que nunca alcanzaron, cayendo en un inevitable desencanto. Sorprende igualmente, la timidez y el carácter pacato de esas opciones que ni siquiera se plantearon la presentación de una lista conjunta. Doy fe que se intentó. Nadie pretendía evocar reminiscencias frentepopulistas aunque ello llevara a la victoria de la derecha. Es posible hasta que entre bastidores se pactara la derrota, que la izquierda renunciara a encabezar la transición y asumiera que esta, para ser viable, debiera ser liderada por la derecha. Ello al margen de que algunos datos permitían concluir la posibilidad de esa victoria. Como la existencia de un estado de opinión mayoritario en favor del régimen republicano y en contra de la monarquía, que expresamente reconoció Adolfo Suárez. La tardía legalización del PCE y otros partidos de izquierda restó su capacidad de maniobra.

Todo ello se explica por las inercias del sistema, por el sesgo de lo que se ha venido a llamar el “capitalismo profundo”, que excede del franquismo, y bien se pudiera definir por el sistema de valores y poderes inmanentes a la realidad que aseguran la subsistencia del sistema. Una especie de sistema de audodefensa que garantiza la inmunidad del mismo, su inmovilidad sustancial y de sus principios. Una salvaguarda frente al cambio esencial, que no impide el mismo pero si lo obstruye y dificulta hasta el punto que su posibilitación implica un cierto descarrilamiento del sistema.

Es el “capitalismo profundo” lo que garantiza que todo sea y permanezca y nada cambie de manera sustancial. Es por ello que todo, por sí mismo, por su propia evolución, tiende a ser de derechas. Las tendencias históricas son de naturaleza conservadora y en momentos concretos reaccionarias frente a los intentos de cambio. Eso explica que todo el que se define como apolítico en realidad sea de derechas.

Concluida la transición, la izquierda situada, arrinconada mejor, a la izquierda de la socialdemocracia no ha experimentado un mejor destino. Una sucesión de plataformas electorales con esperanzados inicios que se diluyen después y acaban en los márgenes electorales, infrarrepresentadas por mor de la legislación electoral, además. A la pronta desaparición de las alternativas a la izquierda del PCE sucedió Izquierda Unida, y a Izquierda Unida, IU y Podemos, y a IU y Podemos, Unidas Podemos, Podemos, Izquierda Unida y las Mareas y Más País y los Anticapitalistas…

Y ahora con unas perspectivas de voto en torno al 10% y todos regañados, un nuevo Proyecto parece iniciar su andadura. El llamado “espacio de Yolanda Díaz”, que hasta el momento no es otra cosa que un proyecto personalista que a priori pretende reconstruir la unidad con unos, pero no con todos los que conformaron el espacio de Unidas Podemos.

La idea de alcanzar el clímax que alcanzó en su momento a punto del sorpasso al PSOE, sin embargo, no parece posible. Se ha pasado el arroz: de un lado los socialistas se han recuperado de su mal momento y capitalizado las políticas más sociales del Gobierno de coalición y de otro Unidas Podemos ha sufrido el desgaste que significan las políticas más reaccionarias del Gobierno. Incluso podría parecer que, desde el mismo Gobierno, se han saboteado las medidas propuestas por su minoría y entran dentro del área de competencia de sus ministros. En toda coalición, el resultado más probable siempre es “el abrazo del oso”. A mayores, Podemos capitalizó en su día una amplia e importante movilización social que ha contribuido a detener o no ha sabido sostener.

En todo caso, la lección es que los partidos políticos o las plataformas electorales sólo pueden proclamar su voluntad de cambio para acabar cediendo ante el “capitalismo profundo”. El cambio requiere, como así lo acreditó el 15M, la movilización social y la asunción del mismo por amplios sectores sociales. Lo demás es meramente testimoniar una disconformidad socialmente minoritaria. La política electoral por así decirlo no puede ser otra cosa que el altavoz de la voluntad general de cambio social.

Y en orden a la construcción de ese nuevo proyecto, hay tres cosas que no pueden pasarse por alto:

La primera, la necesidad de superar la fragmentación de la oferta electoral de la izquierda, la inexcusable necesidad de organizarse en torno a un programa mínimo de “reformas revolucionarias” que posibiliten ulteriores cambios radicales y hagan impacto en las líneas de flotación del “capitalismo profundo” … A título de ejemplo, Reforma constitucional, Abolición de la inviolabilidad del Jefe del Estado y de la propia institución monárquica, creación de una Banca Pública y una Empresa energética nacional, Reforma Laboral para crear un mercado de trabajo decente y acorde con la Carta Social Europea, Defensa del Estado del Bienestar y los Servicios Públicos… Curiosamente, Yolanda Díaz en estas cuestiones se ha situado a la derecha de la coalición, en línea con el PSOE.

No es fácil. Sobre todo, porque la unidad de la derecha se articula en torno a “intereses” mientras la unidad de la izquierda ha de cimentarse en “ideas”, en alternativas sociales de cambio. Por eso es tan sencillo ser de derechas. Basta con defender lo que es. Basta refugiarse en el NO continuo. Y tan complicado construir una unidad de deseos.

La segunda, la necesidad de superar el personalismo y el subjetivismo. El valor de los líderes y dirigentes reside en lo que suman, no en lo que restan. Malo que del nuevo proyecto de alternativa sólo se conozca quién va a ser la jefa. Peor, que ya se entrevea que la construcción del mismo va a dar satisfacción a unos frente a otros, a los que se va a pasar cuenta de la legítima discrepancia crítica. La falta de integración de todos o la exclusión de algunos, provocará fragmentación de la oferta electoral y muy posiblemente peores resultados de los actualmente previstos, incluso. Y no parece preciso dar nombres.

Dentro de esta línea de trabajo debería considerarse que el protagonista del cambio ha de ser la propia sociedad, superando las tesis que lo atribuyen a las vanguardias o la dirigencia política. Estas tesis no conducen al cambio social sino al cambio de élites. Líderes más sólidos, moral e intelectualmente, hemos tenido, como el añorado Julio Anguita, y no nos han conducido a conquistar los cielos.

Mientras la nueva lider “escucha” la realidad discurre y ya es seguro que el “espacio” estará ausente en las elecciones de Andalucía, de gran importancia para el futuro político nacional.

Y la tercera línea. La asunción de que el objeto de la izquierda debe ser el cambio social a beneficio de los ciudadanos superando la tendencia a la derechización de las políticas realmente ejecutadas. La mentira tiene las patas muy cortas. Y aunque la verdad se intente ocultar bajo las mil coartadas de siempre, en cuanto se toca Gobierno, la izquierda, todas las izquierdas, se muestran extraordinariamente comprensivas con los intereses del capitalismo, profundo o superficial. No es excepción el Gobierno de coalición y ni siquiera la minoría del mismo. Tocar Gobierno es sentir ya el poder, que no se tiene, y la necesidad de plegar velas y hacer lo que se pueda. Normalmente, gestionar la cobardía.

No encuentro reformas revolucionarias en los términos de André Gorz ni cambios radicales en los de Antonio Gramsci en las políticas del Gobierno. Es cierto que el Gobierno de progreso ha roto con el neoconservadurismo extremo-liberal de Rajoy, pero eso no lo define como un Gobierno de progreso. La respuesta al incontenido avance de la ultraderecha no es camuflarse de derecha, sino “más izquierda”.

Ni siquiera la ambiciosa política de ERTES durante la pandemia que se nos presentaba como un ejercicio masivo de defensa del empleo. No puede ocultarse que, ante la equívoca prohibición de despedir, que acabó descartándose, finalmente no se trata más de que una política universal de subvenciones indiscriminadas al empresariado, sin consideración a su viabilidad, asumiendo el Estado sus costes laborales (lo que por cierto ya se hacía antes entre otras con las grandes empresas automovilísticas). La llamada “socialización de las pérdidas”.

Tampoco en la Contrarreforma Laboral, un auténtico bluf que inevitablemente se pondrá de manifiesto en cuanto la brutal campaña propagandística se relaje, que no ha desmontado la ultraliberal reforma del PP y ni siquiera sus líneas más agresivas, alguna de las cuales ya tenía descontadas la CEOE. Todo ello unido a más exenciones y bonificaciones al empresariado. Lean el texto de la norma desde esta perspectiva y no darán crédito a sus ojos.

O el tratamiento de la crisis energética, iniciada “ante tempore” por el oligopolio eléctrico, sin causa objetiva, para forrarse y al servicio de los intereses personales del presunto delincuente Don Ignacio Sánchez Galán, en su órdago personal a la Justicia y al Gobierno, y después parcialmente con causa por la incidencia de la guerra de Ucrania. A título de ejemplo, lo de los 20 céntimos en los combustibles no pasa de ser una broma de mal gusto con la que no solo no bajarán los precios, sino que contribuirán a que el oligopolio se enriquezca aún más. Cepsa acaba de declarar que ha triplicado sus beneficios en el primer trimestre de este año, antes de entrar en juego los “descuentos”. En un sistema de precios libres, no regulados, cuyo establecimiento depende de la voluntad empresarial, el “descuento” de los 20 céntimos no tiene como destinatario a los consumidores sino a las distribuidoras de combustible que se “comen” los 15 céntimos del Estado y repercuten sus cinco céntimos en el precio. En definitiva, su naturaleza real no es un “descuento” al consumidor sino una nueva subvención a las gasolineras. De alguna manera FACUA ya lo ha acreditado denunciando a 240 gasolineras que previamente a la entrada en vigor del “descuento” incrementaron precios incorporando a estos el “descuento”.

Finalmente, en política exterior, encontramos atisbos más derechistas en el Gobierno de Aznar (la participación en la guerra de Iraq), ampliamente superados por este supuesto Gobierno de progreso que está interviniendo en la guerra de Ucrania, indudablemente más justa que la de Iraq, pero que está siendo utilizada como excusa para incrementar el atlantismo, el militarismo, el gasto militar, la asunción de las posiciones pro marroquíes de los Estados Unidos… A costa incluso de los intereses estratégicos de nuestro país. Hoy somos más dependientes. Hoy somos menos europeos y menos españoles.

Y lo mismo podemos afirmar de las realizaciones del Ministerio de Trabajo, imputables directamente a la gestión de Doña Yolanda. Creo haber sido suficientemente crítico desde este medio con la labor legislativa de la Vicepresidenta 2ª- Ministra de Trabajo. Lo demás se lo dejo a las revistas del corazón. No me repetiré en las críticas de la Contrarreforma Laboral, que reproduzco. Ni en la Ley reguladora de los riders, que ha venido a conceder una moratoria a las Empresas del sector de seis meses para cumplir con la Ley durante los que han repensado sus estrategias e incluso abandonado el país. Una especie de indulto y en algunos casos amnistía social. Ni en la Ley del Trabajo a distancia, que poco o nada ha venido a aportar y cuya aplicación está pasando desapercibida, si no incumplida. Y junto a eso la política legislativa negativa, las Leyes que no ha hecho. A destacar la falta de ratificación del Convenio 168 de la OIT y la no inclusión de las empleadas y cuidadoras del hogar en el desempleo, que ya ha motivado la condena de nuestro país en el Tribunal de la Unión Europea. O la falta de adecuación de la Reforma Laboral en materia de Despido al art. 24 de la Carta Social Europea, recién denunciada por UGT ante el Comité Europeo de Derechos Sociales, que a la vista de los pronunciamientos de éste volverá a acarrearnos nuevas y más vergonzosas condenas, que esta vez no se podrán imputar al PP y a las políticas de Rajoy.

No sé qué ocurrirá en las próximas elecciones generales. Si PP y Vox sacan mayoría absoluta, la izquierda tendrá que rendir cuentas. Y si no fuera así, la actual mayoría construida por un PSOE que se mantiene y una izquierda a su izquierda que bajará, con Yolanda o sin Yolanda, el Gobierno saliente debería volver al punto cero y resetearse para aprovechar la nueva y quizás ultima oportunidad, desarrollando políticas de progreso que excedan de la propaganda, so pena de acabar finalmente en manos de la ultraderecha. Que es a lo que parecemos abocados a medio plazo. Y en ese contexto cualquier cosa nos valdrá. Con cualquier cosa, hasta con un Macron, nos tendremos que conformar.

Pasado, presente y futuro de la izquierda de la izquierda