jueves. 28.03.2024
turismo negocios

Escucho estos días algunos análisis muy interesantes sobre qué consecuencias tendrá para el futuro del turismo la crisis que atravesamos. Casi todos estos análisis sitúan en primer lugar la incertidumbre, algo que me parece imprescindible en cualquier juicio que aspire a una cierta objetividad y rigor intelectual. Por tanto, declaro como principio mi adhesión al criterio de incertidumbre; es decir, que no sé lo que ocurrirá.

Dicho esto, también escucho con frecuencia que los escenarios podrán ser distintos en función de variables tales como la evolución de la pandemia, el logro (o no) de una vacuna, así como dependiendo de las medidas que adopten los gobiernos, entre otras. También en esto parece haber bastante consenso al que, lógicamente, también me sumo.

Otros argumentos, no tan escurridizos, que escucho estos días suelen presentar, a mi juicio, un problema bastante común: su falta de contextualización. Veamos: se suele decir que el mercado turístico se adaptará a la “nueva normalidad”; también es frecuente escuchar que “no desaparecerán las ganas de viajar”; así como que “la oferta tendrá que adaptarse a las exigencias de mayor seguridad”; o bien que “el nuevo perfil de viajeros demandará destinos saludables, solidarios y sostenibles”. Un argumento interesante que también he escuchado varias veces dice que “esta crisis servirá para acelerar procesos que ya estaban en marcha”. El problema de este último argumento es que, hasta donde yo he escuchado, suele estar referido a exigencias en materia de calidad, sostenibilidad y seguridad. Poco más. En conjunto, la mayor parte de estos argumentos son, en mi opinión, excesivamente locales y también demasiado sectoriales.

A mi modo de ver, todos estos análisis son acertados si ponemos luces cortas y evitamos entrar en juicios de mayor alcance. Parece bastante evidente que la crisis de la COVID-19 servirá para acelerar procesos que ya estaban en marcha, unos de manera más explícita y otros de forma latente.

Tratando de ampliar el foco del análisis, habría que considerar que uno de estos procesos que ya estaban en marcha era el de la polarización en materia de rentas (tanto de rentas del trabajo como de rentas del capital). Esta será una de las dinámicas que probablemente se acelerará dando lugar a un mercado interior más débil por falta de solvencia en la demanda. Los grupos sociales más desfavorecidos, pero también los sectores intermedios van a perder una parte muy importante de poder adquisitivo y eso significará menor gasto agregado y menores ingresos para el sector turístico. Ello será especialmente grave en un proceso en el que el mercado interior es unánimemente considerado como la tabla de salvación del turismo en España.

En segundo lugar, es probable que se acentúen los efectos derivados de la mundialización de la economía y esto tendrá consecuencias. El impacto de la pandemia no ha sido ni mucho menos equivalente en todos los países del mundo y es muy probable que algunos operadores vean una oportunidad para comprar a precio de saldo. Así, por ejemplo, es posible que algunas infraestructuras públicas o privadas de capital español pasen a manos de grandes fondos de inversión, fondos que siempre están al acecho de oportunidades de adquisición. Pensemos en puertos, aeropuertos, en estaciones de esquí, en grandes parques temáticos y en centros de ocio de todo tipo. Pero también en hoteles o en espacios de ocio por construir que sustituirán a los actuales restaurantes y bares tradicionales. Son éstos procesos que, en cierta forma, ya estaban en marcha. Un buen ejemplo de ello ha sido la expansión de las franquicias; una fórmula ideada para introducir procedimientos de concentración de la propiedad cuando las cosas van bien y de no asumir responsabilidades cuando las cosas van mal.

Otra consecuencia de la crisis será también la aceleración de otro proceso que ya estaba en marcha: el auge del segmento del turismo de lujo. Habrá buenas oportunidades para desarrollar productos turísticos exclusivos, dirigidos a segmentos de mercado de alto poder adquisitivo. Esto es previsible porque es de imaginar que los segmentos de demanda con mayor poder de compra desearán mantenerse aislados del resto, creando espacios exclusivos tanto en medios de transporte de medio y largo alcance como en alojamiento o en toda clase de espectáculos, museos, etc. Asimismo, este fenómeno previsiblemente vendrá asociado a otros dos: el incremento de precios como consecuencia de la reducción de aforos, y la tendencia (también anterior a la crisis) a desarrollar modelos de acceso “premium” a servicios de todo tipo.

La concentración de la propiedad y de la gestión del tejido empresarial probablemente será inevitable, perdiendo conexión con los sistemas de gobernanza local

En consonancia con lo anterior, es de imaginar que los destinos turísticos (ciudades, regiones u otros) vean mermada su capacidad de decisión. Así, es predecible que hoteles y establecimientos, sobre todo de gran tamaño, sean cada vez menos propiedad de agentes locales y cada vez más formen parte de organizaciones de mayor dimensión. La concentración de la propiedad y de la gestión del tejido empresarial probablemente será inevitable, perdiendo conexión con los sistemas de gobernanza local.

Por último, una consecuencia que es de naturaleza diferente a las anteriores es el previsible freno a la hipermovilidad. Al contrario que los ejemplos anteriores, este es un fenómeno que tiene su origen en la propia crisis de la COVID-19. Si se confirma tal efecto de la crisis, es probable que los vuelos de bajo coste desaparezcan o se reduzcan mucho y con ellos una buena parte de la oferta de alojamiento desregulado, así como otros servicios que han crecido al calor de este fenómeno de turismo low cost, tales como los servicios de guías free tour u otros similares. Es presumible que esta situación se traduzca en una mayor regulación, con sus ventajas y sus inconvenientes, lo que reducirá mucho el volumen global de las operaciones turísticas, con el consiguiente deterioro de las microeconomías que se habían generado en torno a la hipermovilidad.

En definitiva, el turismo cambiará. Habrá un cambio cuantitativo, eso es prácticamente seguro, que será un cambio a corto plazo. En el medio plazo, los volúmenes de turismo es probable que se recuperen, al menos en parte. Sin embargo, habrá cambios de orden cualitativo y éstos puede ser que hayan venido para quedarse entre nosotros por mucho tiempo. Muy esquemáticamente podemos imaginar un futuro en el que los sectores de mayor capacidad económica podrán mantener sus hábitos de viaje (profesional, de ocio o vacacional) mientras que los segmentos de demanda de poder adquisitivo más limitado viajarán con menos frecuencia de lo que lo han venido haciendo en los últimos años y lo harán a destinos mucho más próximos. Estamos, por tanto, ante una transformación que puede ser el punto de inflexión para un cambio de ciclo o incluso para un cambio de paradigma.

LOS RIESGOS DE NO APLICAR UN CAMBIO DE MODELO Y EL MARCO DE LO POSIBLE

playa

Pese a que algunos análisis sean, en mi opinión, limitados en el sentido de que son excesivamente locales, es decir que no tiene en cuenta los procesos de mundialización de los mercados y de los mecanismos reales de gobierno; así como excesivamente sectoriales, en el sentido de no tener en cuenta que el turismo opera como un factor más dentro de un conjunto de dinámicas que se retroalimentan, en realidad creo que no por ello son análisis equivocados.

Es seguro que no desaparecerán las ganas de viajar (otra cosa es que haya capacidad económica para ello en el corto plazo), ni mucho menos desaparecerá el turismo como fenómeno social. También es evidente que la oferta tendrá que adaptarse a exigencias de mayor seguridad y se demandarán experiencias de turismo más sostenible, más saludable, más seguro y más ético.

Los riesgos más importantes están relacionados con la tentación de reproducir los modelos que en el pasado se han demostrado insostenibles y que, en cierta manera, han contribuido a la vulnerabilidad del sector turístico. El mayor de estos riesgos es el de combinar destinos masificados, modelos turísticos estandarizados, poco diferenciados y dependientes de mercados muy alejados, así como modelos de desarrollo turístico dependientes de la construcción y la especulación inmobiliaria.

Pero por encima de todo ello, habrá tensiones de fondo que serán inevitables, tales como las que se generarán en torno a  modelos antagónicos para promover la recuperación. Básicamente, estos modelos se polarizarán en dos extremos: el que defenderá una política económica basada en el estímulo de la demanda desde el sector público, es decir, una política de corte keynesiano, y por el contrario, el modelo que propondrá liberalizar más el mercado y limitar más la intervención pública para que la “mano invisible” haga su trabajo. Un segundo eje de tensión será el que se produzca en torno al papel de los estados nacionales: habrá posiciones más proteccionistas y otras más partidarias de la globalización de los mercados. Éstos y otros factores de orden macroeconómico serán determinantes para definir el marco de lo posible. Y, en mi opinión, difícilmente se podrán revertir los procesos de aceleración de las tendencias que he señalado sin tener en cuenta el marco general en el que estos procesos tendrán (o no) lugar.

La metamorfosis del turismo en la era post-Covid