martes. 23.04.2024

España, y más concretamente Madrid, hace tiempo que se desliza por una pendiente de abandono que deteriora la convivencia: nos hemos vuelto, en general, muy maleducados, sin ambages ni matices. Las calles, los semáforos, los espacios comunes que deben regirse por elementales normas de sensatez, se han tornado agresivos e incluso peligrosos. Vemos en las noticias imágenes de agresiones brutales; leemos sucesos inverosímiles por naderías y en el día a día se nos olvida que, por encima de cualquier otra cosa, vivimos en sociedad y que esa sociedad debe ser un espacio común donde reine la amabilidad y la armonía. 

Los “otros” no existen y parecen no tener derecho a nada: cada cual reina en su solitario mundo haciendo de su capa un sayo y sin preocuparse en lo  más mínimo de lo que les pueda pasar a esos anónimos otros que no tienen derecho a nada.Ningún espacio común permanece ajeno a este deterioro. el coche; las casas de vecinos; los bares y lugares de esparcimiento; los negocios...todo se haya sumido en la dureza y en la grosería de una sociedad que ha perdido las formas y el respeto por ella misma.

Cuando los ciudadanos de un país pierden las formas, lo que realmente están perdiendo es la esencia de su propia cultura; la manera en la que sus antepasados fueron capaces de convivir y construir lo que era bueno para todos. Como buenos y antiguos simios póngidos, tenemos una enorme tendencia a resolver las cosas a mordisco limpio, de manera que suavizar nuestra convivencia gracias al uso de las estupendas formas de cortesía que los siglos han perfeccionado resulta muy conveniente. Sin ellas, como dicen en Argentina, “nos sale el indio”  y acabamos todos en la comisaría con heridas de pronóstico reservado o algo peor.

Todos tenemos la experiencia de ver cómo se entra en una tienda sin dar los buenos días; a todos nos han pedido una identificación -DNI, carnet de socio etc - sin el más lejano “por favor” o “si es tan amable”, sin el leve atisbo de una sonrisa. El imperativo categórico se impone y todo el mundo parece encarnarse en una especie de sargento chusquero de los que tanto odiamos los que hicimos la famosa mili de las narices. Tras el olvidado uso del “usted” , el tuteo ha llegado en forma de despreciativa agresión a las buenas maneras que eran el contenido de aquella lejana enseñanza denominada “URBANIDAD”.

¿Alguien se acuerda? ¿Os suena eso de ceder el asiento a las señoras, a las embarazadas y a las personas mayores? ¿Os acordáis de cuando se cedía el paso en ascensores y entradas? ¿Alguien ha visto a un chaval acercarse para ayudar a una señora a cargar la compra?  No hablo ya de la exquisita amabilidad suramericana del “¿me regala una firma?” que parece entrar con suavidad en nuestra cabeza, tan acostumbrada a la dureza del español usado en el centro de la meseta.

Nos hemos asalvajado y los niños campan indómitos por espacios que no son diseñados para gritos y conductas primarias; los adolescentes señorean las calles sin miedo a nada y los adultos apalean profesores por un quítame allá un suspenso, recriminación o castigo al cafre de turno, ese que se dedica a hacer de la clase un entorno imposible para la educación.

Habría que reflexionar un poco sobre el futuro que nos espera de no cambiar la tendencia, un poco suicida, que domina ahora mismo cualquier interacción personal. Fuera del más restringido círculo de la familia y los amigos, hemos conseguido crear un entorno hosco, violento y ajeno a las más elementales normas de convivencia, sin matices. Los padres que no educan a sus hijos han conseguido la proliferación de hoteles, restaurantes y espacios “sin niños”; familias maleducadas ponen en circulación adolescentes entregados a los botellones y a los comas etílicos mientras los padres piden “control policial” en una absoluta dejación de funciones.

Intentemos, entre todos, que este país presionado por la política, el puñetero virus y miles de graves problemas, se torne un poco más suave, más antiguo si se quiere, pero mucho más fácil de transitar; mucho más agradable para la necesaria convivencia y que todos -y me incluyo en los deslices y malos momentos - hagamos un esfuerzo por pensar en el “otro”; el negado, ausente, maltratado y silencioso “otro” que siempre nos acompaña. 

Por favor.

La olvidada urbanidad