viernes. 29.03.2024
oscar caceres
Óscar Cáceres.

En los últimos tiempos la vida misma, o debería decir la muerte, me convoca más a menudo de lo que quisiera a una crónica en estas páginas, en el aire de la comunicación digital de este periódico, al homenaje a un amigo o amiga que ha fallecido, desde que he ido transitando la decena de los septuagenarios, y me acerco a los 80.  Quiero excusarme ante el lector porque no soy un especialista redactor de obituarios, sino alguien que siente la necesidad, más que la obligación ética de escribir lo que siente y le inspira la muerte de un amigo o amiga estrechamente cercanos.  En este caso, es el guitarrista uruguayo Oscar Cáceres, amigo desde hace más de medio siglo y un verdadero prodigio modesto de la música quien con su desaparición hace apenas unos días en Francia, me impone esta cita con el recuerdo, la memoria de los buenos momentos que hemos pasado juntos trabajando como artistas, unas veces separados y otros juntos, en esta senda que a los dos nos llevó a dejar nuestros países de origen en la década de los años 60.  A Oscar e Irma, su mujer, el Uruguay. A mí, la Argentina.


Esta vez el fin de la vida física, corporal, o de la materia, para mi amigo Oscar Cáceres llegó a los 93 años, entre la noche del martes 18 y la madrugada del miércoles 19 de mayo de este año 2021, que sigue demorando las aspiraciones frustradas de tantos artistas durante la pandemia que atacó al mundo en el 2020. Digo esto, porque lo que permanece son sus interpretaciones grabadas en innumerables discos y CDS en innumerables discos y CDS de los sellos Erato y MANDALA.   Su muerte no se debió al Corona virus, sino que devino como resultado de infructuosos tratamientos de una suma de dolencias que venía padeciendo los últimos años, a las que inesperadamente se agregó una caída con fractura de cadera, en la casa de su pueblo de Pervanchères, en Normandía, donde residía con su esposa desde que la jubilación de su vida como pedagogo les llegó en Francia. Lo que no impidió que hasta hace pocos años Oscar Cáceres siguiera dedicándose a la enseñanza en seminarios, clases magistrales, o dirigiendo competiciones de guitarra como invitado de honor en diferentes lugares de Francia y especialmente España.

Pero permitidme recapitular su vida con tintes de espectacular repercusión artística en el mundo, a partir de que naciera en 1928 en un barrio de corte humilde en la ciudad de Montevideo. Hay que aceptar que los años 20 eran de consagración esplendorosa en el arte y el deporte para Uruguay, que comenzó a llamarse la Suiza de América, especialmente para su hermosa pequeña capital en dimensiones, pero compitiendo por la supremacía deportiva y artística, especialmente del tango, con la a su lado gigantesca Buenos Aires al otro lado del Río de la Plata. En la guitarra, Uruguay se había ganado desde fines del siglo anterior fama de ser un centro de atracción con su público entendido para los intérpretes de la guitarra. A principios de esa década de los 20, Montevideo era donde Carlos Gardel en dúo con el uruguayo Pepe Razzano, cantaba tan a menudo como en Buenos Aires. La visitaban con frecuencia compañías teatrales extranjeras, que pasaban antes o después por la Reina del Plata, o artistas solistas como Raquel Meller. Los uruguayos se habían ganado a pulso ser conocidos como amantes de la guitarra, con buenos intérpretes, tanto en la faceta popular, desde los payadores y su tradicional milonga oriental, que ganaba prestigio como el candombe de sus negros, con cantidad de excelentes compositores y poetas letristas de tangos, como en  la interpretación de otros estilos. Especialmente los ritmos brasileños, pero también el flamenco y la guitarra clásica. Una quincena de años previos al nacimiento de Oscar Cáceres había nacido otro guitarrista uruguayo que fue muy famoso, especialmente en el continente americano, Abel Carlevaro. Y Montevideo ya había cautivado a Andrés Segovia, el famoso guitarrista español, a principios de la década del veinte a tal punto que decidió vivir allí durante los años de la guerra Civil en España. Eso en la música popular y clásica y no se puede dejar de lado la relevancia internacional de su selección de fútbol, conocida como La Celeste.  En el año 1928, en el que nacía Oscar Cáceres Uruguay repite como campeón olímpico de fútbol ganándole la final a Argentina, en los Juegos disputados esta vez en Amsterdam, consiguiendo el oro futbolístico, nada menos que por segunda vez consecutiva, habiendo ganado la olimpiada anterior de 1924 en París. La misma Ciudad Luz que serviría de trampolín para Oscar Cáceres, ya artista y maestro de la guitarra, 40 años más tarde. No es de extrañar, entonces, que justificadamente contra el criterio de algunos países europeos, en 1930 Montevideo, fuera elegida la sede de la primera Copa del Mundo, por la FIFA.

Por tanto, el joven Oscar Cáceres va creciendo en ese contexto histórico y popular montevideano, y a los once años se dedica a estudiar guitarra con seriedad, demostrando tanto talento que su mismo profesor lo induce a que comenzara a tocar en público. He oído la anécdota de que hizo su debut con sólo 12 años tocando tangos con su guitarra y cantando en un popular programa de radio. Sin embargo, lo que quiero señalar era el grado de calidad que habría que tener para poder destacar en un medio con tantos especialistas y público tan exigente. Así, estudiando en su preferencia académica la guitarra clásica, pero tocando tangos en boliches nocturnos en una ciudad que vive el tango a todas horas, Oscar logró graduarse en su condición de intérprete clásico. Y tan pronto como se graduó, pasó a demostrar extraordinarias dotes para la docencia, y la investigación, tarea ésta a la que siguió dedicándose hasta sus últimos años. Como he dicho, de humilde origen, estaba dispuesto a compartir enseñando lo que sabía con una generosidad que sólo se da en los grandes, y eso lo demuestra que tanto en Montevideo como en París llegó a alojar en su casa a estudiantes que venían de otros lugares y de otros países a estudiar con él para ayudar a cubrir gastos.

Prodigándose de esta manera como intérprete exquisito y como dedicado maestro, en la investigación se convirtió en experto en la obra del compositor brasileño, Heitor Villalobos, contemporáneo de Andrés Segovia. De esta manera estableció vínculos indelebles con Brasil y su música popular, dando también conciertos y cursos, creando en Río de Janeiro el Gran Concierto para Guitarra y orquesta dedicado a Villalobos.  En 1953, cuando tenía 25 años contrajo enlace con una pianista uruguaya también, profesora, dos años menor que él, Irma Ametrano, que en los países que las mujeres adquieren el apellido del marido como Uruguay, Argentina, o Francia, pasó a ser conocida entonces como Irma Cáceres. Juntos, poco después emprendieron la aventura de la vieja Europa residiendo un tiempo en París, tal vez el más dificultoso, al principio, trasladándose luego a vivir en Barcelona, donde vivieron un año. Como Gardel, tanto en París como en la Ciudad Condal fraguaron una cantidad de amigos y admiradores, y también discípulos. Luego por otro año vivieron en Mallorca, siguiendo la misma pauta, dando conciertos tanto juntos como separados, algunas veces tocando una la primera parte y el otro la segunda, del encuentro musical. Pero por alguna razón decidieron volverse a Uruguay antes de que llegara la década de los años sesenta.

En su “paisito”, como llaman tantos uruguayos amigos a su propia patria, Uruguay, remprendieron su actividad como intérpretes y pedagogos. Y según rezan los catálogos Oscar Cáceres pasó a ser el primer latinoamericano que tocó el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, en la América Latina. Hasta que en 1967 Oscar Cáceres que había dejado su semilla como muy buen guitarrista en París, casi diez años antes, logró que por fin germinaran y lo contrataran para dar conciertos por Francia y Europa. Los dos no sólo eran excelentes músicos,  si no buenos profesores lo que les permitió planear su vida en Francia con perspectivas de futuro. Tanto que pocos años después fueron contratados por el conocido Conservatorio de Música de París como profesor de guitarra,  Oscar, y de piano, Irma, pasando Mr et Madamme Cáceres.

oscar y su mujer

Óscar Caceres y su mujer irma en el centro, con la mujer del autor de esta nota izq. en primer término, y una amiga común, en su casa de Londres. Navidad 1975 (Foto de Jorge Bosso)

Por intermedio de íntimos amigos uruguayos que también vivían en Londres durante mi vida en la capital británica yo los conocí en el año 1968, en París, y emprendimos la senda de la amistad que los rioplatenses tenemos arraigado regar con tanto esmero. Esta amistad germinó también gracias a las frecuentes visitas de Oscar Cáceres a Londres, que era y sigue siendo un gran centro de cultivo musical, donde Oscar daba conciertos y seminarios, quedándose en casa de esos amigos uruguayos mutuos, que para mí fueron convirtiéndose en verdaderos hermanos.  Con el correr del tiempo yo me casé en Londres, con una norteamericana amante de la música, y mi mujer pasó a ser la sexta amiga de estas tres parejas internacionales, amistad que juntos o separados ha continuado hasta hoy. Cuando nosotros íbamos a París nos quedábamos en la casa de los Cáceres, y cuando los amigos uruguayos se marcharon de Londres, y ya había nacido nuestro primer hijo, que músico tenía que ser, celebramos juntos una Navidad en mi casa de Londres, con hijos también de los otros uruguayos y con Oscar e Irma Cáceres, que nunca tuvieron hijos. Para qué si tenían cantidad de alumnos de todas partes del mundo…

No puedo dejar de contar aquí la anécdota de que, en una ocasión durante los 70, nos quedamos en París en casa de los Cáceres con mi mujer cuando ya entonces teníamos dos hijos (en esta pugna artística filial el segundo iba a terminar siendo actor).  Como los Cáceres tenían sólo tres habitaciones, dos de huéspedes y una estaba ocupada, en una durmieron mi mujer y los dos niños, y en la otra compartí cuarto nada menos que con el ya famoso músico y compositor cubano, especialmente de bandas sonoras de su pujante país, Leo Brouwer, que además de amigo de los Cáceres se auto consideraba discípulo de Oscar. Los dos nos pasamos la noche en blanco hablando con Leo sobre arte, cine, teatro, música y política latinoamericana. Noche para recordar, como hicimos en España años después, cuando Leo Brouwer fue contratado como Director de la primera Orquesta Sinfónica de Córdoba.

Sirva esto para ilustrar el nivel musical de los alumnos, que como he dicho alojaba en su casa, como yo lo comprobé en Londres y en España, conociendo por Oscar Cáceres a otros de sus discípulos, como el brasileño Turibio Santos, y el uruguayo Betho Davezac.

En 1978/79 yo con mi familia nos trasladamos a Madrid, donde seguí viendo a Oscar e Irma cuando él venía a tocar conciertos o a dar seminarios, prácticamente por todo el territorio. En el norte o en el sur, o en el Levante donde hasta hace pocos años era invitado a conducir la selección de destacados pianistas como director del jurado de festivales y certámenes. En Cartagena, por ejemplo, fue invitado de honor para el Certamen Internacional de Guitarra  de esa ciudad, y asiduo invitado al ya célebre Festival Tárrega  de guitarra en Benicassim.

Nosotros, cada vez que visitamos París los seguimos visitando, ya con mi tercer niño nacido en España. que iba a querer el destino que terminara siendo guitarrista especializado en jazz con estudios de Master en Utrecht, Holanda, y dedicarse también a la docencia en Madrid.  Si en nuestra amistad algo resiento es que la vida no me haya permitido que Oscar lo hubiese podido escuchar en directo, aunque oyera algunas de sus grabaciones, como otras de mi hijo mayor con su grupo de jazz, O’Sister, del que tanto Oscar como Irma se hicieron fans, escuchando sus discos.

Los Cáceres se retiraron con la jubilación obligatoria todavía a los 63 años, cuando ya estaban excedidos en su dedicación pedagógica. En la Universidad Internacional de París Oscar Cáceres ya había creado la Cátedra de Guitarra Clásica. Y ambos consideraban que habían cumplido su ciclo de mayor actividad, aunque continuaran como intérpretes en más contadas ocasiones. Así se retiraron hasta ese pueblito de la campiña francesa en Normandía, en el que residieron en su casa hasta la muerte de Oscar hace apenas unos días, esta semana. Allí queda sola su viuda, la pianista Irma Ametrano, con quien he podido hablar telefónicamente estos días, deshecha pero orgullosa, de su vida como Madamme Inma Cáceres.

oscar caceres 2

No quiero terminar esta nota sin mencionar que en mis muchos años he tenido el placer de escuchar conciertos de guitarra a varios músicos excelentes, entre los que cuento grandes amigos, especialmente compatriotas argentinos, y me he dado más de un gusto en la vida. Como oír una grabación del concierto a tres guitarras, que rodó por la famosa sala Olimpia de París, y otras ciudades de Francia, con la interpretación clásica de Oscar Cáceres, la folclórica sudamericana con ese artista monstruoso y también entrañable amigo, Atahualpa Yupanqui, y con Pedro Soler, el francés payo intérprete del flamenco, apodado en el país galo, Manitas de Plata. Para mí una experiencia sublime de tres grandes artistas. Así como ver a mi amigo Oscar Cáceres temblar como una hoja antes del más modesto concierto tras su experiencia de los grandes espacios de Europa, América, África y el Medio Oriente, para luego verlo salir al escenario y transformarse. Prueba para mí inconfundible del gran respeto que tenía por su arte interpretativo. Quien no lo haya visto en vivo se ha perdido para siempre la imagen de dulzura con que Oscar Cáceres acariciaba la guitarra, como una amante acogida en su regazo. Y de ahí escuchar ese sonido límpido, igualmente acariciante, de las notas de sus cuerdas, así tocara a Bach, Villalobos, transcripciones de laúd piano, o bandoneón, como de los Beatles, de Piazzola, o de Ariel Ramírez, en una emotiva transcripción a guitarra, en la interpretación de Oscar Cáceres de esa exquisita composición, Alfonsina y el mar.

Desde Madrid, mi emocionado homenaje junto con el agradecimiento por su impagable amistad.  

Un amigo de verdad, un artista de la guitarra de ensueño