jueves. 28.03.2024
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Sistema Digital | Durante los últimos años, los analistas sociales y políticos han venido sosteniendo que estábamos ante un proceso de deterioro y debilitamiento de los lazos sociales y políticos. La crisis del capital social y las tendencias de retraimiento electoral y desafección política, especialmente entre determinados sectores sociales y generacionales, se han venido considerando como los exponentes más claros de esta dinámica.

De momento, no hay nada que contradiga las evidencias acumuladas en los últimos años sobre estas tendencias. Pero sí sobre sus consecuencias, en lo que se refiere a la situación de vacío político y de pasividad ciudadana a la que algunos pensaban que estábamos abocados, a partir de tales evoluciones erosivas.

Pero, la realidad es que en política los vacíos casi siempre tienden a llenarse. A veces de manera imprevista y aparentemente contradictoria.

En nuestros días, los déficits de confianza política que estaban en la raíz de las antedichas tendencias están dando lugar al surgimiento de nuevos comportamientos políticos que difieren de los patrones institucionalizados propios de los modelos de democracia representativa establecida. Modelos que se han sustentado, en gran medida, en prácticas delegativas no cuestionadas, que exigían un alto grado de confianza de los representados en unos representantes a los que elegían cada cuatro o más años.

Precisamente, esa confianza en el principio delegativo es la que se está quebrando en las sociedades de nuestros días, debido a causas y razones bien concretas que aquí no es posible detallar en todos sus aspectos, pero a las que me he referido en varios libros, especialmente en La democracia incompleta (Biblioteca Nueva, 2002).

Los que venimos analizando y anticipando tales tendencias desde hace años, en base a datos empíricos incuestionables -creo yo-, no podemos entender cómo está costando tanto comprender lo que está pasando, y puede pasar, en los actuales sistemas políticos, si no se emprenden pronto las políticas regeneradoras y autentificadoras necesarias.

El problema de fondo es que determinados poderes e intereses están actuando de una manera terriblemente arrogante y cegata, imponiendo una lógica socioeconómica abusiva que produce costes sociales muy graves -e inasumibles- a sectores cada vez más amplios de la población. Y para imponer dicha política -que tan buenos réditos produce a unos pocos- se está descomponiendo la lógica de los equilibrios sociales. Es decir, se está prescindiendo del sentido de la equidad y se están desconociendo las bondades de la cohesión social como garantes de la paz, la estabilidad y la buena funcionalidad organizativa. Así, frente a las virtudes (ventajosas para todos) de la integración social, en la práctica se está imponiendo la rudeza inmisericorde de las sociedades divididas y fracturadas. Y, además, esto se hace cada vez en mayor grado con malos modos y malas prácticas políticas. Con malos modos, con arrogancia y con visos autoritarios y desconsiderados hacia las personas, cuando gobiernan partidos de la derecha, y con malas prácticas cuando son elegidos gobernantes progresistas. A estos se les engatusa, se les presiona, se les intimida, se les descalifica, o se les denigra y calumnia en su caso, se les rodea de asesores y colaboradores de ideas contrarias (“los que saben y tienen prestigio” -se dice), se les condiciona y amenaza…, así hasta que se rinden o se pliegan a cambiar las propuestas programáticas con las que concurrieron a las urnas. Como acaba de hacer recientemente Hollande (¡otro más!) en medio de grandes aplausos de aquellos medios de comunicación social que están en la onda del poder establecido y sus intereses. ¡Qué pocos van quedando fuera de esta onda!

Por eso, determinados “poderes” llevan años entrometiéndose sistemáticamente en los partidos progresistas, alentando continuos cambios de liderazgo y apoyando descaradamente a líderes blanditos/as más susceptibles de ser “asesorados”, manejados, influidos (para cambiar de políticas), e intercambiados (en su caso).

Desde luego, hace falta ser bastante torpe de entendimiento para no darse cuenta de a dónde conduce esta secuencia desastrosa de malas políticas, malas maneras y malas prácticas intrusivas. La realidad es que los ciudadanos han acabado indignados ante tantos desequilibrios socioeconómicos y laborales, y ante tamañas prácticas políticas desconsideradas, que pueden conducir a una doble quiebra sistémica: del sistema económico establecido y de la democracia actual como forma positiva de convivencia pacífica y civilizadora.

En este sentido, las tendencias de desafección política y de tensión social que se están constatando últimamente no debieran ser despreciadas ni subvaloradas por nadie capaz de ver y pensar un poco más allá de sus narices. El sistema que se está estableciendo no solo ha empezado a demostrarse palmariamente que es disfuncional en sus resultados y su sostenibilidad, sino que es inaceptable e inasumible para mayorías muy amplias de la ciudadanía, que cada vez estarán menos dispuestas a quedarse de brazos cruzados, resignados ante lo que entienden que es una grave afrenta para sus derechos y oportunidades. Y, sobre todo, para las perspectivas y oportunidades vitales de las nuevas generaciones.

Por eso, las protestas, las mareas reivindicativas, las huelgas y los conflictos, si no hay cambios de enfoque, van a ir en ascenso, en cantidad e intensidad. Estamos solo al principio. Y si no se entiende esto no se entiende nada. La realidad es que a una fase de perplejidad, retraimiento y desconfianza pasiva en los cauces y formas políticas establecidas, y de irritación sorda por los incumplimientos electorales y los problemas sociales y laborales, está siguiendo una etapa de ciudadanía activa y no resignada, que pugna por encontrar nuevos cauces y mecanismos directos para la expresión de las reivindicaciones (de autodefensa en muchos casos) y para el establecimiento de nuevas barreras de protección cívica.

Lo que caracteriza a los nuevos ciudadanos activos es que ya no se fían de los mecanismos de democracia delegativa periódica y casi espasmódica (cada cuatro o cinco años) y quieren tener mayor protagonismo y mayores garantías de que se van a cumplir las promesas electorales y los compromisos políticos, y se van a tener en cuenta sus derechos y necesidades, que son los de la mayoría de los ciudadanos. Además, no se fían de manera activa. Es decir, no se conforman con refunfuñar y protestar en voz baja y de manera aislada, sino que se organizan y movilizan para defender sistemáticamente y de manera multidimensional y dinámica sus derechos y reivindicaciones. Como están haciendo las “mareas” en España. Con protestas en los centros de trabajo, con manifestaciones constantes, con acciones en los tribunales, con cartas, propuestas legislativas, documentos y estudios, etc.

Este nuevo civismo activo puede ser también -en sí mismo- una escuela de ciudadanía, un ejemplo práctico de la manera en la que las personas maduras de sociedades avanzadas se comportan -se tienen que comportar- en los diferentes ámbitos sociales -en lo grande y también en lo pequeño y concreto-, porque entienden que lo común es de todos y a todos nos corresponde velar para que lo social no sea entendido como un espacio unidireccionalmente regulado y sobreestructurado, penetrado de corruptelas y corrupciones al servicio de unos pocos privilegiados y poderosos, que solo atienden a la lógica cegata de sus propios intereses abusivos y retroalimentados. Sin importarles los costes que todo esto suponga para el sistema social como tal, ni para muchas personas concretas, que ven que se las está negando un futuro.

De ahí que los gérmenes de ese nuevo tipo de civismo activo, más exigente y vigilante y menos pasivo y resignado, que está surgiendo en sociedades como la española, puedan acabar convirtiéndose en el embrión de nuevas pautas culturales y nuevas posibilidades de desarrollo y perfeccionamiento de la democracia y de sus mecanismos prácticos de funcionamiento. Lo cual es especialmente importante, tanto en los aspectos microscópicos como macroscópicos, en la medida que de la autentificación y buen funcionamiento democrático van a depender las posibilidades tanto de una razonable armonía y paz social, como de una superación positiva de los otros dos grandes retos que tienen las sociedades de nuestro tiempo: la corrección de las grandes desigualdades de las sociedades divididas, y la superación de la crisis de los trabajos perdidos. Para cerrar este círculo de problemas, disfunciones y riesgos societarios, solo faltaba encontrar el papel de un protagonismo activo por parte de los sujetos sociales que encarnan los principales problemas de nuestro tiempo: ese papel vehicular puede ser el de la ciudadanía activa. Por ello es tan importante lo que está pasando actualmente en nuestras sociedades. Y tan imprescindible que seamos conscientes de ello.

Una nueva ciudadanía activa