“Ningún arte que legitime la crueldad vale la pena”

Carteles Feria de San Isidro.

“El hombre es el animal que tiene que reconocerse humano para llegar a serlo”.
Judith Butler

Iniciar estas reflexiones con una obviedad resulta poco enriquecedor, pero me acojo a la autoridad indiscutible de Guillermo de Ockham, ese pensador del siglo XIV y su principio de economía, conocido como “la navaja de Ockham”, al afirmar que no hay que multiplicar los seres sin necesidad; para él las hipótesis debían ser sencillas y predecibles, pues todo lo que puede explicarse de forma simple no se debe interpretar mediante hipótesis innecesariamente complejas y alambicadas; según Ockham, lo complicado conduce, en general, a posiciones falsas y soluciones equivocadas.

Leí hace ya algunos años un documento de Naciones Unidas sobre la Dimensión Social de la Globalización, cuyo título era: “Por una globalización justa: crear oportunidades para todos. Aunque la mayoría tiene cierta idea de lo que es la globalización, la realidad es que es un concepto complejo y su relación con los derechos humanos es múltiple. Se utiliza para describir una variedad de cambios económicos, culturales, sociales, religiosos y políticos que han dado forma al mundo en los últimos años. Mas no es este momento de teorizar sobre la conveniencia o no de la globalización, es ya una realidad irreversible. Lo importante, lo necesario, es iniciar el desarrollo que implica y la digna dimensión de globalizar la sinergia de los derechos humanos y la verdadera solidaridad de la gran familia humana, reconociendo que la ética de la solidaridad es la máxima garantía frente a los posibles desequilibrios de la globalización. La solidaridad debe dejar de ser una bella utopía para convertirse en condición indispensable de subsistencia para los hombres, para los pueblosy para todo tipo de vida. Y, si la globalización es justa, quiero destacar y subrayar lo de “crear oportunidades para todos y para todo tipo de vida”.

En un artículo anterior, titulado “Escalada de brutalidad”, reflexionando sobre algunas de las frases de Jean Baudrillard, en su obra “La transparencia del mal”, para quien a lo largo del tiempo algunos hombres han vivido en una constante lucha por la destrucción, mientras otros han luchado y luchan por la creación y el progreso de la sociedad, hacía referencia a la crueldad innegable que anida en “esta bestia de maldad” que encarna Putin, aunque no es el único en nuestro globalizado mundo. Referenciaba en esas reflexiones que no existen límites para una imaginación perversa al servicio de un objetivo narcisista con ambición de poder si, además, su poder personal es indiscutible y omnímodo. La barbarie jamás ha dejado de tener amplia clientela en la historia de la humanidad y, cuando creíamos que la brutalidad estaba históricamente arrinconada, hoy Putin la está utilizando como estrategia y bandera. Mientras dure esta barbarie y esta escalada de brutalidad y muerte, se impone abundar en reflexiones de decencia cívica, en cualquiera de sus formas. ¿Cómo? Compartiendo un mundo globalizado de sentimientos que nos permitan transitar por él sin hacer daño a la vida, en cualquiera de sus formas. Desde esta premisa, doy un sesgo razonable a estas reflexiones.

Quien es ajeno al sentir y al dolor de los “demás”, no puede avanzar, no puede evolucionar, no puede crecer en su propia humanidad

Quien es ajeno al sentir y al dolor de los “demás”, no puede avanzar, no puede evolucionar, no puede crecer en su propia humanidad. Quien ignora cuáles son los límites de la crueldad no puede comprender que también los animales inyectan y han inyectado vida a la vida durante millones de años, mientras nosotros hoy se la quitamos a ellos. Hay que analizar su mundo previo al nuestro y valorar sus vidas para que también a ellos la vida les sea soportable. ¡Cuánta libertad les debemos a ellos para que nosotros hayamos podido ser libres! Sin profundizar en la historia de la humanidad, siguiendo la línea temporal de la historia de Yuval Noah Harari en su conocida y recomendable obra “Sapiens. De animales a dioses”, mientras la formación del planeta Tierra que habitamos lo sitúa en 4.500 millones de años y la aparición de la vida e inicio de la biología en 3.800 millones de años, los humanos inician su evolución en 2,5 millones y la aparición del “Homo sapiens”, su revolución cognitiva y el inicio de su historia, hace 70.000 años. Es decir, gran parte de lo hermoso de la naturaleza viva de nuestro planeta se la ha llevado el viento y el tiempo, borrando su historia, pues en la historia de la evolución la vida, la mayor parte de la vida “ha vivido”, ha existido sin la presencia histórica del “homo sapiens”. Soy consciente, desde una antropología no religiosa, teniendo clara la verdad científica de la evolución, que existen pocas diferencias entre los distintos seres vivos, con los matices que más adelante aclaro. Sin embargo, durante más de 2000 años, por la influencia de Aristóteles, desde el punto de vista cognitivo, muchos aún mantienen esa primitiva y simple división entre animales racionales (incluyendo sólo al hombre) y animales irracionales, todos los demás, hoy claramente superada.

Poniendo el acento en estos inicios, consciente de que en la actualidad hay miles de problemas que suscitan mayor interés objetivo que estas reflexiones y de que existen opiniones contrarias, tal vez algo fundamentadas, he titulado este artículo de que “Ningún arte que legitime la crueldad vale la pena”; el título no es mío, sino del psicólogo y ensayista Adam Phillips que ha seguido los pasos de Peter Singer, antaño muy criticado y hoy muy revalorizado; considera una crueldad inaceptable que la diversión de ciertos humanos se base en infligir sufrimiento a los animales. Este pensador, nacido en Melbourne hace 75 años, profesor de derecho y de filosofía, es sobre todo conocido como uno de los fundadores del movimiento por los derechos de los animales. Ha pasado de ser considerado un extravagante filósofo que teorizó sobre el animalismo hace medio siglo a inspirar cambios legales en Parlamentos de todo el mundo y ser un referente de la ética actual. Contra quienes le acusan de ser un activista estrecho de miras de los que se preocupan más por el bienestar de los animales que por el de sus congéneres humanos, su inteligencia y experiencia abarcadora y su historia personal no le permitirían tal simpleza. Su animalismo no es el capricho de un pensador y ciudadano extravagante y aburrido de sus congéneres sino una postura genuinamente intelectual, fundamentada en los últimos avances de la neurociencia de la consciencia. La argumentación de Singer no es ni retórica ni emocional; y la reflexión que ante su postura nos podemos hacer es clara y lógica: es más creíble que quien defiende los derechos de los animales defienda asimismo y con más fuerza el derecho de las personas que un defensor del maltrato animal lo haga con las personas. Los argumentos de Singer son rigurosos ya que no basa su postura en principios personales o religiosos, ni en conceptos filosóficos abstractos, sino en posiciones morales que la mayoría de la ciudadanía sensata y formada acepta. Según Singer, si desde Darwin, de acuerdo con su teoría y percepción fundamental, el hombre es producto de la evolución a partir de otros animales, también la consciencia, cualidad que creíamos exclusivamente nuestra, se remonta muy atrás en la historia evolutiva de la vida en la Tierra. No somos los amos de los animales, -afirma-, simplemente vivimos en el mismo planeta que ellos y no tenemos ningún derecho a suponer que nuestros dolores y placeres sean únicos ni diferentes de los de ellos.

Para Singer, a diferencia de los humanos, que vivimos en la angustia por lo que vendrá -ese incierto y nunca demostrado futuro-, los animales viven exclusivamente en el presente, y es la falta de esa angustia la causa y la envidia enfermiza por la que algunos humanos son capaces de ensañarse cruelmente con ellos. Abundando en estas mismas ideas, Isaac Bashevis Singer, el escritor judío y ciudadano polaco, Premio Nobel de Literatura en 1978, escribió: "Se convencieron a sí mismos de que el hombre, al creerse la corona de la creación, es el mayor transgresor de todas las especies. Y desde esa plataforma, cree que todas las demás criaturas fueron creadas solo para proveerle de comida y pieles, y pueden ser atormentadas, exterminadas”. Evidentemente, desde un análisis histórico y científico, sin sentimentalismo y emotividad de humanización animalista, quien afirme que un animal es una persona es porque ignora en qué consiste ser persona. María Zambrano con una sana lucidez escribió una profunda reflexión sobre la persona en su obra “Persona y democracia”. En sus reflexiones, nuestra exiliada filósofa ilustra las coordenadas de lo que ella entiende como conciencia histórica, responsabilidad moral, memoria, libertad y ética. Su intencionalidad argumentativa tiene como fondo la necesidad de fuga de la espiral del sacrificio que caracteriza la historia en sus albores, para inaugurar una historia vivida en modo ético; para conseguirlo se requiere realizar un modelo de sociedad, de gestión de la política y de la historia desasidas de una voluntad entendida como dominio de todos y de todo; su idea de la historia es como una revelación progresiva de lo humano y una apertura a la vida que, en el transcurso del tiempo, alimente la esperanza en un futuro más humano. De ahí que, sin postulados teológicos y, en “nuestro paraíso perdido”, desde el profundo respeto por la hermosa naturalidad de la vida, no es ni inteligente ni necesario humanizar a los animales; sin sensiblería, representan la vida en su diversidad. Son como son, hermosos, espontáneos: naturales. De ahí que aceptar y gozar con ciertos divertimentos que precisan de la tortura y el sufrimiento de un animal, hasta finalizar con su ejecución pública, es como legitimar y normalizar la crueldad y la tortura.  

En reflexiones anteriores y en varios artículos de Nueva Tribuna hemos sido varios los autores críticos, con razonados argumentos, con la tauromaquia. Al ver en estos días en las calles de Madrid grandes carteles con esta información: “Vuelve la Feria de San Isidro tras dos años de ausencia”, Vuelve la Vida a la Plaza de toros de las Ventas”, me he sentido en la necesidad de reflexionar sobre este “oxímoron”: es un contrasentido que vuelva la vida a un lugar cuyo fin es quitarla, mediante la crueldad y la tortura. Y la indecente crueldad de esta “¡¡¡fiesta nacional!!!” se anuncia así: La Plaza de toros de las Ventas será el escenario de la presentación de los carteles de la Feria de San Isidro, en una gala en la que estarán presentes prácticamente todas las figuras del toreo anunciadas (47 matadores, seis rejoneadores y nueve novilleros), además de destacadas personalidades del mundo de la cultura, la política, el cine y la sociedad española. Hay que acabar con todos esos mitos “de la tauromaquia como cultura y arte” que giran en torno a un sangriento espectáculo, que sigue contando con el apoyo de instituciones y algunos partidos, aunque, por ética e inteligencia cívica, cada vez sea mayoritariamente rechazado por la sociedad.

Hay que acabar con todos esos mitos “de la tauromaquia como cultura y arte” que giran en torno a un sangriento espectáculo

Si en la valoración y el juicio histórico de ciertas sociedades, la tauromaquia expresa el modo de ser de un pueblo, se la denomina “fiesta nacional”, se la considera “arte y cultura” y se la declara “patrimonio cultural digno de protección, algo falla en el lenguaje. La cultura, como decía el hispanista Ian Gibson, posee un carácter progresista, está relacionada con la solidaridad y la felicidad de la comunidad y basada en valores éticos positivos, jamás con la crueldad y la tortura. Con enorme sensibilidad lo expresó el psicólogo y ensayista Adam Phillips, y es el título de estas reflexiones, “a ningún arte que legitime la crueldad se le puede llamar cultura y arte”, y, encima, esta crueldad se financia con el dinero de los contribuyentes. Como señalaba el diario El País el 15 de junio de 2020, son ocho comunidades autónomas y nueve diputaciones provinciales las que, en ese año de la pandemia, tenían presupuestados para el mundo de los toros la cantidad de 10.864.678 euros (los gobiernos de Madrid, Andalucía, Extremadura, Castilla-León, Castilla-La Mancha, La Rioja, Murcia y Navarra y las diputaciones de Badajoz, Castellón, Palencia, Albacete, Málaga, Guadalajara, Salamanca, Zaragoza y Valencia). Dato vergonzante y singular es que la Comunidad de Madrid de la señora Díaz Ayuso presupuestó ese año más de siete millones de euros a subvencionar la tauromaquia, una inversión ocho veces mayor que durante el mandato de su antecesora Cristina Cifuentes.

Recordando de nuevo a Putin, que encarna en estos momentos el paradigma de la “cruel deshumanización”, retomo una de las ideas de Judith Butler la filósofa judeo-estadounidense en sus importantes aportes en el campo del feminismo, la filosofía política y la ética: “el hombre es el animal que tiene que reconocerse humano para llegar a serlo”. Quiere expresar que sólo el hombre se convierte en hombre si se reconoce y comporta como tal: si asciende su humanidad. O mejor, si deviene humano, si se forma como humano y alcanza el destino de ser hombre. “Lo humano -decía-, no expresa, no comprende a la totalidad de los individuos. Hay quienes son humanos si cumplen ese ideal hegemónico y regulativo; otros son sólo humanos ‘imaginados’, incompletos, pues para poder serlo por completo, debe introducir necesariamente en el juego de sus vidas la visión antropológica de la ética”. De ahí que, viendo la tauromaquia, qué difícil tendría la profesora Butler poder reconocer como hombres a los toreros, a los matarifes y a quienes asisten a su espectáculo y encima les vitorean, aplauden y subvencionan.