jueves. 28.03.2024
VOX

“No existe viento favorable para el que no sabe a dónde va”.
Séneca

“Los padres que de verdad se preocupan por la educación en valores de sus hijos no les enseñan a pensar como ellos, sino a pensar por sí mismos”.
Fernando Sabater

“Nadie nace odiando, las personas aprenden a odiar, y si pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar”. 
Nelson Mandela.


Una de las palabras que se ha puesto de actualidad para definir cierto comportamiento de un segmento amplio de la sociedad que luchan contra cualquier cambio, exhibido por aquellos individuos que eligen negar la realidad de una verdad que les resulta incómoda, es “el negacionismo”; irracionalmente rechazan aceptar una realidad empíricamente verificable o la validación de una experiencia o evidencia históricas; dan la espalda a la realidad en favor de una mentira que es más confortable para ellos. Las causas de este irracional comportamiento pueden ser diversas: las creencias religiosas, políticas, económicas o sociales, el egoísmo enfermizo, los mecanismos de defensa o las posiciones políticas contra ideas que les resultan perturbadoras. Aunque hoy destaca el negacionismo contra las vacunas del Covid-19,  el comportamiento negacionista es mucho más amplio y afecta a muchas más áreas.

Otro de los comportamientos de actualidad, aunque no se utilice expresamente el término, es “la idolatría”. La RAE define este comportamiento como aquella persona que adora o rinde culto a un ídolo; también, quien ama o admira con exceso a una persona o una cosa u objeto. La idolatría ha existido en todas las épocas históricas; en todos los tiempos y culturas, también actualmente, se han adorado objetos o imágenes que representaban a la divinidad; pero las idolatrías del hombre contemporáneo han ido cambiando con los tiempos, los ídolos o divinidades ya no son objetos, sino determinados conceptos y formas de vida con las que nos identificamos; existen, asimismo, otros ídolos más preocupantes ligados a una sociedad que exalta el individualismo y el egocentrismo y que se ha hecho cada vez más tolerante con los caprichos de los propios “egos”: se enaltece el culto a la personalidad. A la vez que se desconocen y permanecen en el anonimato personajes que con su acción, investigación y ciencia han mejorado el mundo, se elige y se admira mundialmente como ídolos a personajes populares o famosos (megaestrellas del deporte o del cine…), hasta caer en el fanatismo y la idolatría. La fama y el dinero, la belleza, incluso el placer, ocupan el lugar supremo en la escala de valores del comportamiento de muchas personas. En el fondo, es la proyección inconsciente de lo que uno mismo quisiera alcanzar o llegar a ser. Los medios actuales de comunicación facilitan en demasía que nazcan “mesías” o se suban “ídolos” a los altares de la fama.

He afirmado que el comportamiento negacionista es mucho más amplio y afecta a muchas más áreas, también a la política educativa actual española; toda la derecha política se ha aferrado al negacionismo sobre cuanto ha gestionado o gestiona el Presidente Sánchez y su Gobierno; todo cuanto hacen, de inmediato es criticado duramente por el PP, Ciudadanos y Vox, negando cualquier acierto en cualquier ámbito de gestión que les resulte incómodo; consideran, en permanente crispación, que el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, sólo cumple con sus socios separatistas e insistiendo en que ha mentido a los españoles. Vox acusa a Sánchez de ser el “presidente de la mentira y de la falsedad” y su secretario general, Javier Ortega Smith, ha señalado que “todo lo que diga y haga hay que ponerlo en duda”. Mientras, el mantra que Casado mantiene de continuo es que “Sánchez debe someterse ya a las urnas, pues el PP está listo para gobernar”. Como señalaba más arriba, aunque el negacionismo está afectando a las vacunas contra el Covid-19 de modo especial, el comportamiento negacionista también afecta a nuestra política, y en estos días, acentuada en la crítica al modelo educativo de la LOMLOE, su currículo y la educación en valores cívicos.

Educar a los ciudadanos que van a desarrollar su vida para una sociedad cambiante que no es como la actual no se puede hacer con modelos del pasado. La estabilidad y el inmovilismo son la peor respuesta para una sociedad que necesita urgentemente cambios

En otro ámbito de realidad, si bien el fútbol es un deporte noble, -lo estamos viendo en el fenómeno Messi- lamentablemente hoy está asociado al triunfo y al valor del dinero, la mercantilización de un juego que ya no se rige por los principios del deporte sino por los de la economía. Un negocio en manos de constructores y grupos de poder no siempre interesados por otros valores más nobles, capaces de situar en el ámbito del poder y del dinero, a una megaestrella del fútbol en el altar de los “dioses” y un amplio movimiento de idólatras, abducidos por un futbolista con un insaciable amor al club blaugrana, pero al día siguiente, olvidada aquella adhesión inquebrantable: el dinero muta el amor de inmediato. Un día después de que en la fachada del Camp Nou desapareciera su imagen, en el Parque de los Príncipes de París amaneció en una nueva lona: “Bienvenue Leo Messi”: “Mi salida del Barcelona fue dura, pero ahora – confesaba emocionado la “megaestrella”- mi felicidad es enorme”, alojado en un hotel de “13.000 euros por noche” y sus camisetas con el número “30” del PSG, agotadas en un día, a 200 euros la unidad.

Cuando Nietzsche predicó la muerte de Dios, no quiso decir que Dios haya existido y después haya muerto (lo consideraría un absurdo); Nietzsche nunca creyó en la existencia de Dios, quiso señalar simplemente que la creencia en Dios ha muerto; para él, como para Marx, Dios no crea al hombre, sino que es el hombre quien crea a Dios o a los “dioses”. En el deseo entre lo que somos y lo que queremos ser, el hombre se convierte en constructor de ídolos; si él no puede ser “dios”, busca a quien puede serlo, construye ídolos, falsos dioses que viven muy bien, les entroniza y les idolatra. Así lo gritaban muchos fanáticos azulgranas llorosos por su ida: “¡Se nos ha ido ‘el dios’!”

De manera más actual lo sostiene el historiador israelí, Yuval Noah Harari, en su conocida obra convertida en un fenómeno editorial: “Sapiens, de animales a dioses”; traza en ella una breve historia de la humanidad, desde los primeros humanos que caminaron sobre la Tierra hasta los radicales avances de las tres grandes revoluciones que nuestra especie ha protagonizado: la cognitiva, la agrícola y la científica. El “homo sapiens”gobierna el mundo porque es el único animal que puede creer en cosas que existen puramente en su propia imaginación, como los dioses, los estados, el dinero y los derechos humanos. Harari redefine la historia de nuestras especies desde una nueva perspectiva. Para él, la insólita capacidad del “sapiens” es la clave fundamental para explicar por qué “un simio insignificante” se ha convertido en “el amo del planeta”. Está convencido de que nuestro poder es tan inmenso que incluso estamos adquiriendo las capacidades que tradicionalmente se han atribuido a las deidades de las religiones; y así lo explica: “Cuando digo que somos animales convertidos en dioses, lo digo en un sentido muy literal…; gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, estamos a punto de apropiarnos de poderes que siempre se han considerado divinos, como la creación de vida, la eterna juventud, la transformación de nuestra propia naturaleza genética e, incluso, la capacidad de leer la mente mediante cerebros conectados por ordenadores”. Porque, en realidad, ¿quién es Messi?, ¿qué ha hecho sino enriquecerse a sí mismo y a unos cuantos empresarios sin demasiados escrúpulos? Cuando un mito colectivo tiene éxito, su poder es inmenso, posibilita que miles, millones de personas, que no se conocen, puedan mitificar, deificar, incluso idolatrar a otro ser humano, por el simple hecho de hacerse rico y famoso, en este caso, por jugar bien al fútbol. Ese y no otro ha sido el culebrón “Messi”.

Dejando claras estas reflexiones sobre la primera parte del título de este artículo (negacionismo e idolatría), que poca incidencia tienen en la mejora de los valores educativos y el mundo de la sana ética, paso a reflexionar sobre la segunda: sin valores, la educación no es posible. He afirmado más arriba que el comportamiento negacionista es mucho más amplio y afecta a muchas más áreas, también a la política educativa actual española. Para que una democracia se consolide, sostenía el sociólogo francés Alain Touraine, necesita una ciudadanía formada, y no hay mejor formación que una sólida educación basada en valores porque la educación no consiste sólo ni principalmente en transmisión de conocimientos, su objetivo es formar ciudadanos críticos con valores democráticos, cívicos, previamente concertados, valores que guíen la práctica educativa, en el aprendizaje de conocimientos al servicio de los derechos ciudadanos, superando las desigualdades y como instrumento de transformación para alcanzar una sociedad mejor. Cuando el edificio de la educación se construye con valores, las paredes pueden sufrir pequeños vaivenes, pero no sufren las estructuras: los principios. Transformar la experiencia educativa en puro aprendizaje de conocimiento, no es educar, es enseñar; es depreciar lo que esconde el tesoro que encierra la educación: su carácter formador competencial. Así decía el Informe Delors, ese estudio de la “Comisión Internacional sobre la Educación del siglo XXI”, presidida por Jacques Delors, publicado en 1996 por encargo de la UNESCO, bajo el título: La educación encierra un tesoro, entre cuyos objetivos se señala la función indispensable que tiene la educación, como instrumento para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social, cuyos pilares, en una educación global e integral, como dice el Informe, son: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos, aprender a serHay que cambiar de perspectiva, eliminar tópicos y asumir que estos valores, estas actitudes, se pueden y deben enseñar

Decía el profesor Aranguren que la vida es un proyecto de realización personal, no fijado ni determinado de antemano; no se nos da hecho, se va construyendo durante el desarrollo de la propia historia, siempre en relación con la sociedad en la que se vive; de ahí que una reflexión sobre la educación debe ser una interrogación permanente sobre los valores que el sistema educativo debe ofrecer, transmitir. Por otra parte, observando y analizando lo que vive el alumnado fuera del aula, en los contextos reales en los que ve cómo funciona la sociedad, en sus múltiples dimensiones (política, social, económica, familiar o cultural), ¿cuáles son las conductas que se premian?, ¿cómo actúan los principales líderes y famosos que más aparecen o son más ensalzados en los medios de comunicación al ser contrastados con los valores y conductas que se les recomienda en el aula?; el profesorado responsable observa cómo la sociedad en la que desarrollan su acción educativa casi obliga a los alumnos a optar y elegir el comportamiento y los valores contrarios a los que ellos les recomiendan. Los paradigmas educativos ya no están situados en los centros escolares ni en el profesorado, sino en lo que el alumnado vive y ve en la “calle”: las actuaciones deplorables de ciertos políticos y empresarios, los banales medios de comunicación, los programas televisivos o las redes sociales que alimentan hasta idolatrar el éxito fácil. ¿Cómo puede el profesorado construir un proyecto de valores aceptable para sus alumnos si ven que la sociedad les ofrece otro modelo más apetecible y lucrativo que con el que ellos educan? Las trayectorias educativas que el profesorado les brinda son sin duda muy diferentes y menos atractivas, de ahí que se tambaleen los cimientos de la propia institución educativa. El carácter limitado de futuro de la economía que la educación les brinda si actúan con los valores que el profesorado les presenta, choca con el triunfo económico, el éxito y la fama que consiguen aquellos que actúan sin esos valores. 

Estamos creando un modelo de sociedad que ofrece paro y exclusión al que se comporta con valores cívicos y morales, pero que es generosa con el triunfador, “los ídolos”, aunque el modelo de vida de estos “dioses”sea conseguir el éxito a cualquier precio y sus valores no sean los que la educación recibida les ha enseñado. No es posible, ni siquiera suficiente, con que las instituciones, los centros educativos y el profesorado apuesten por los valores democráticos, la ética, la convivencia, la justicia, la participación, la solidaridad, la inclusión y la equidad, si al mismo tiempo los alumnos no perciben que la sociedad de la que forman parte y en la que conviven, no actúa ni camina en la misma dirección; es más, si ven que los que dirigen la sociedad se comportan y avanzan en dirección contraria a la que a ellos se les ha educado. No es posible educar si los modelos de conducta que ven en la sociedad son excluyentes y contrarios a la democracia, la ética, la justicia y la equidad; ni es posible avanzar en la educación en una sociedad en la que la propia educación y los responsables de la misma, los educadores, no son valorados como merecen en el desarrollo de su actividad.

¿Cuáles son, pues, las bases teóricas en las que se sustenta la educación en valores? No podemos inhibirnos de la responsabilidad colectiva que supone educar. Hoy día son muchas las voces que reclaman a los centros escolares un papel prioritario en la formación moral y socioemocional del alumnado, de cara a la promoción de competencias que permitan a jóvenes hacer su contribución a la sociedad y afrontar con éxito su vida personal y profesional. Así, durante las últimas décadas, la investigación y aplicación de programas de educación para el desarrollo emocional y social, que incluyen la formación en valores, han ido en aumento en diversos países. El concepto de la educación en valores es muy amplio, pero en términos generales se refiere al conjunto de estrategias y de dinámicas de relaciones que tienen como objetivo formar en civismo y en modelos de convivencia basados en el respeto, la empatía y la igualdad.

La educación ha jugado un importante papel en forjar y definir lo que somos. También se ha convertido en un reflejo de las desigualdades e injusticias sociales, y por ello mismo forma parte del conjunto de los actuales problemas. Paradójicamente, la educación es desigual y homogeneizadora a la vez. Es necesario comenzar por definir el país que queremos, para a partir de ello identificar la educación que necesitamos. Es evidente que, para hacerlo, hay que promover la participación real de todos los sectores, generar los debates necesarios y llegar a dos consensos mínimos que nos permitan avanzar. Uno, que queremos una sociedad democrática; y dos, que necesitamos una sociedad gobernable en la legalidad y la equidad, no negándonos unos a otros, sino cooperando y dialogando. Para ello se impone reducir las desigualdades económicas, sociales y políticas. Los consensos necesarios para un modelo factible educativo de país serían, al menos, los siguientes: necesitamos una educación que prepare para el empleo y el trabajo digno; una educación que enseñe a pensar, a criticar, a proponer; que aliente el pensamiento científico y la capacidad para el desarrollo tecnológico; una educación que forme para la participación democrática; una educación que forme seres humanos respetuosos de los otros y del medio ambiente, una educación que asuma y valore la diversidad; una educación que forje seres humanos socialmente responsables y solidarios, intolerantes a la injusticia, creativos y transformadores.

Educar a los ciudadanos que van a desarrollar su vida para una sociedad cambiante que no es como la actual no se puede hacer con modelos del pasado. La estabilidad y el inmovilismo son la peor respuesta para una sociedad que necesita urgentemente cambios. En educación un pacto por el cambio, con la participación de todos los sectores, con el debate necesario para discutir las posiciones encontradas y decidir en torno a aquello capaz de generar los máximos niveles de consenso, tendría que ser una práctica permanente. Exige una ruptura necesaria con modelos pedagógicos caducos, con una manera de plantear modelos de innovación pedagógica distinta, con un sentido ético de los valores laicos y al margen de morales religiosas integristas, con visión de futuro, participativo y fundamentado en acuerdos sólidos, sin línea rojas excluyentes y valorando los acuerdos que garanticen una continuidad educativa al margen de cambios electorales. Hay que abordar esos cambios democráticos pactados políticamente incluyentes, sin sesgos partidistas relacionados con la equidad y con la diversidad cultural; en suma, una educación en valores de convivencia y derechos humanos, porque los centros educativos, además de enseñar conocimientos, deben educar en valores para “aprender a convivir”. Por eso es necesaria en la educación una asignatura, un espacio para reflexionar sobre los comportamientos inclusivos que unen y no que rechazan al desigual.

Sin embargo, vemos que las aguas políticas no se han calmado en el ámbito educativo; si en otro momento la polémica negacionista de la oposición era la escuela concertada, en la actualidad, y con la nueva ministra Pilar Alegría, el negacionismo crítico se centra en el currículo de enseñanzas mínimas, al que, en sus críticas se le acusa, entre muchas falsedades, de debilitar ese gran principio de educar conforme a convicciones religiosas, filosóficas, pedagógicas, de introducir una asignatura específica de valores morales, al estilo de la conocida Educación para la Ciudadanía que, según ellos, supone una injerencia en el derecho a la libertad educativa de los padres, que no recoge los retos y desafíos de la educación en la actualidad, que retrocede a un modelo educativo comprensivo que devalúa la cultura del esfuerzo y se aleja de las estructuras flexibles de otros países europeos al adolecer del consenso que los ciudadanos reclaman, que es un ley unilateral, ideológica y sectaria al servicio de la ideología dominante de consenso progre y de orientación neocomunista…  

Por otra parte, y no sin razón, existe alguna razonable crítica al tratamiento otorgado a la enseñanza de la Ética en la LOMLOE por incluir en una misma materia los valores éticos con los valores cívicos, que engloba materias como el valor social de los impuestos, los valores constitucionales, la igualdad de género, los derechos de los animales o cómo comportarse en las redes sociales, en vez de primar la dimensión puramente filosófica de la ética en una asignatura específica, ya que “ética” “ciudadanía” no son la misma cosa, pues aquella es previa a los valores cívicos: una cosa son las cuestiones prácticas, lo que hay que hacer y lo que no (valores cívicos), y otra distinta las preguntas sobre por qué hay que hacerlas o por qué no(ética).

Pero gran parte del profesorado es consciente de que este modelo en gran medida es una utopía. No son pocos los profesores que muestran un sincero escepticismo ante cualquier intento de que los grupos políticos sean capaces de un pacto educativo, tantas veces anunciado y jamás logrado. De hecho, se preguntan: ¿cuándo vamos a tener una ley de educación en la que se pongan todos de acuerdo y que no cambie cuando cambian los gobiernos?

La educación moral ha desempeñado siempre un papel fundamental dentro de cualquier sistema educativo. No obstante, las peculiaridades del momento actual en el que se encuentra inmerso el alumnado y la sociedad en general exigen prestarle mayor atención si cabe a este elemento básico de la enseñanza. No resultaría justo ni tan siquiera fundado caracterizar la realidad social de estas últimas décadas como una etapa de crisis o ausencia de valores. No se trata tanto de que no existan valores cuanto de la ruptura que se ha producido con respecto a un único sistema axiológico vigente. El acelerado cambio social, la incorporación que los medios de comunicación han facilitado de ideologías y concepciones de la vida hasta ahora ausentes, las nuevas estructuras de relaciones generacionales, así como el relevante papel que han pasado a desempeñar otros agentes educativos además de las instituciones escolares, han llevado a una pluralidad de puntos de vista que hace más difícil establecer un sistema de valores unánimamente aceptado. 

Lo que no es admisible es simplificar los mensajes o impedir que el sistema educativo forme a los alumnos en el pensamiento crítico. Los valores éticos y los valores cívicos -estén unidos o en asignaturas diferentes en el currículo-, forman, educan, no adoctrinan. Adoctrinar es, precisamente, la negación del pensamiento crítico; adoctrinar es transmitir conocimientos de forma dogmática, es impedir el diálogo, la discrepancia y la capacidad de poner en duda lo que se transmite como verdades de fe. El adoctrinamiento no tiene lugar en aquellos centros educativos en los que el profesorado tiene por objetivo la búsqueda del pensamiento crítico. Es curioso que aquellos que siempre hablan de adoctrinamiento lo hacen en referencia a la educación plural y laica en democracia; pero, olvidadizos, nos quieren llevar a aquel adoctrinamiento de pensamiento único y religioso que significó la dictadura.

Negacionistas e idólatras: sin valores, la educación no es posible