viernes. 26.04.2024
Foto de archivo

Nicolás Redondo, el histórico líder de la UGT, ha fallecido a los 95 años. Nunca traicionó su ideario socialista. Decidió abandonar su escaño parlamentario al verse obligado a convocar una exitosa huelga general contra la política económica del gobierno de Felipe González. En el congreso de Suresnes a Redondo le ofrecieron ocupar la secretaría general del PSOE, pero declinó en favor de Isidoro, el joven abogado laboralista sevillano con mucho gracejo y un piquito de oro. Esa brillante oratoria y las circunstancias del momento cosecharían una brillante victoria electoral en octubre de 1982, gracias al tándem que Felipe formaba con Alfonso Guerra. Esa noche Redondo debió pensar que su renuncia fue muy certera.

Sin embargo, no tardaría mucho en verse decepcionado con el gobierno afín a su sindicato. Felipe se sabía imprescindible para concatenar las victorias electorales y el partido tenía que seguirle a cualquier precio, incluyendo una escisión interna entre felipistas y guerristas, pero su crédito político empezó a declinar al confrontaste con una impactante huelga general. Los obreros decidieron secundar mayoritariamente la convocatoria sindical. El 14D casi provocó la dimisión del presidente socialista, pero lo que se produjo fue la ruptura con su propia fuerza sindical. Para no tener que votar los presupuestos generales Redondo había dejado su escaño antes de convocar, junto a Comisiones Obreras, la histórica huelga general de 1988.

Escuchar su defensa de las conquistas conseguidas por los derechos laborales impresiona. Ojalá se mantuviera ese tipo de discurso con el alcance que tenía entre la clase trabajadora. Puede que no hubiera otro camino realista para continuar al frente del gobierno hasta la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, ese glorioso en términos internacionales 1992 que marca el principio del fin para un Felipe González acosado desde todos los frentes, tras haber modernizado al país y entrar en la Unión Europea. Se concitaron muchos intereses para derribarlo y no contaba ya con un respaldo mayoritario e inquebrantable por parte de sus apoyos tradicionales.

Su trayectoria política es ejemplar y conviene recordarla en estos tiempos donde la política se mira tanto el ombligo

Tienta imaginar que hubiera pasado con Nicolás Redondo al frente del PSOE, haciendo los honores a las dos iniciales intermedia de su sigla. Quizá nunca se hubiera liderado la oposición contra la UCD ni tampoco ganado las elecciones en el 82. Pero nunca lo sabremos. Mantener las propias convicciones al margen de los cargos que se tengan debería ser algo inherente a la política. Lo contrario menudea. Resulta difícil mantener el mismo discurso cuando se alcanzan las responsabilidades perseguidas con ciertas promesas. Weber analizó con finura esa dialéctica entre convicción y responsabilidad, que Kant señaló con su distinción entre moralistas políticos y políticos morales. Conjugar ética y política es el gran desafío para quienes aspiran a destinar la esfera pública. Su divorcio supone una traición para las dos perspectivas al mismo tiempo.

No confundamos en cualquier caso a este Nicolás Redondo con el político vasco, hijo del anterior, que intentó hacer funambulismos poco certeros. Es probable que su padre coincidiera más con Patxi López, ese lehendakari socialista que asistió al final de ETA con Zapatero en la presidencia del gobierno y Rubalcaba en el Ministerio del Interior. Nicolás Redondo sin más apellidos fue fiel a sí mismo durante toda su andadura sindical y, consciente de sus limitaciones, declinó asumir otras tareas para las que otros le vieron cualificado en un momento decisivo. Su trayectoria política es ejemplar y conviene recordarla en estos tiempos donde la política se mira tanto el ombligo, hasta el punto de acaparar los debates y eclipsar los problemas en aras de un inmerecido protagonismo personal.

Nicolás Redondo, un socialista fiel a sí mismo