sábado. 20.04.2024
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Las características del proceso de acumulación lanzado con la transformación de la ciudad, la ha llevado a convertirse en auténtico epicentro mundial del sector terciario, con especial relevancia del complejo turístico-inmobiliario

Muchos ya habrán reconocido la famosa frase que Mario Vargas Llosa, flamante Premio Nobel de Literatura del año 2010, hace lanzar a Santiago Zabala al comienzo de la novela Conversación en La Catedral. La Catedral, un bar, no un templo, se convertía, de este modo, en testigo privilegiado de un diálogo sobre el desconcierto y el pesimismo reinante en la década de los 60 sobre la realidad del Perú. Seguramente, si prestáramos atención, una conversación similar se está produciendo en estos momentos en alguno de los miles de bares que pueblan la ciudad de Barcelona.

La opinión más extendida sobre cuándo se jodió Barcelona sitúa este momento en el contexto de la nominación de la capital de Catalunya como sede de los Juegos Olímpicos (JJOO) del 1992. La archiconocida frase de “À la Ville de… Barcelona”, pronunciada por un henchido Joan Antoni Samaranch, a la sazón Presidente del Comité Olímpico Inernacional (COI), dio paso a una auténtica fiebre de proyectos, programas, obras, declaraciones, campañas de publicidad y marketing, etc., que, si algo consiguieron, fue la proyección mundial de Barcelona como una de las famosas ciudades globales de Saskia Sassen. Como bien recordaran Andrés Naya y Albert Recio en un artículo publicado en La Veu del Carrer en julio de 2010, los JJOO cambiaron la fisionomía de la ciudad pero, en relación con los movimientos populares, van a ser, cuando menos, “un momento de marginació de les principals demandes socials”.

Sin embargo, ¿realmente fue ese el momento constituyente de la Barcelona actual? Desde luego, el cierto ninguneamiento que, desde las instituciones municipales, se venía practicando sobre el movimiento vecinal de Barcelona comenzó años antes, casi en el minuto uno tras el triunfo de los socialistas en las primeras elecciones municipales que llegaron con la muerte del Dictador. Para todo aquel que quiera conocer detalles sobre esta cuestión son muy recomendables las obras Barris, veïns i democràcia. Els moviments populars i la reconstrucció de Barcelona (1968-1986) de Marc Andreu o, más centrada en las transformaciones urbanísticas y urbanas de Barcelona, La ciudad de los arquitectos, del periodista Llatzer Moix. Los numerosos éxitos del movimiento vecinal de la década de los 70 se pueden interpretar, hoy día, como un intento de detener o, al menos, retrasar la deriva que entonces estaba tomando Barcelona.

La semilla de la transformación de la ciudad fue sembrada con anterioridad durante la más de década y media que Josep Maria de Porcioles regio los destinos de los barceloneses desde la Casa Gran. Suyos son los proyectos de convertir Barcelona en una ciutat de ferias i congresos o el intento de transformar gran parte del actual Distrito de Sant Marti, con eje en el barrio del Poblenou, en una Copacabana barcelonesa a través del Plan de la Ribera. Si, a nivel no solo catalán, sino también estatal, actualmente vivimos una era donde es imposible no toparse, de forma casi diaria, con noticias vinculadas a la corrupción de políticos y administradores de lo público, así como puertas giratorias entre los distintos niveles de la administración y el sector privado, etc., durante la época de Porcioles directamente es que no había puerta, como mucho, un simple dintel. Las operaciones urbanísticas e inmobiliarias se fraguaban en los despachos del Ajuntament con la complicidad y la participación directa del sector privado. Muchas de las grandes fortunas del entramado inmobiliario estatal se forjaron en aquella época. La Barcelona del desarrollismo fue una ciudad que vio dejar atrás su pasado industrial. La creación de la Zona Franca, el traslado de muchas de las factorías al Área Metropolitana o hacía destinos más exóticos dejaron disponible una gran cantidad de suelo que prometía grandes y jugosas plusvalías. En este contexto, la celebración de eventos como el Congreso Eucarístico de 1952 o la propuesta de celebración de una nueva Exposición Universal en la ciudad para el año 82 –afortunadamente no realizada-, permitían movilizar los capitales necesarios para llevar a cabo proyectos hasta entonces en cartera. De hecho, fue el megaevento por excelencia de la posmodernidad, los JJOO, el que permitió la conclusión de muchas de estas iniciativas. Así lo denunciaron, entre otros, el antropólogo Manuel Delgado, o el geógrafo Horacio Capel, el cual incluso ha dejado sobre la mesa la sospecha de si la Vila Olimpica no sería una versión actualizada del citado y controvertido Plan de la Ribera. Esta forma de actuar tuvo su triste epílogo en la celebración del Fòrum de les Cultures en 2004.

Los socialistes de Sant Gervasi -tal y como fueron calificados por el ex Honorable Jordi Pujol en referencia al barrio burgués de donde provenían muchos de ellos-, la caterva de dirigentes del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) que ocupó las instancias del poder municipal a partir de 1979, solo hizo, según esto, continuar un proceso que se había iniciado décadas antes. Como señalaba Manuel Vázquez Montalbán en otro libro imprescindible, Barcelona, cap a on vas?, Maragall y los suyos parecían haber descubierto, de repente, las posibilidades del neoliberalismo para transformar la ciudad.

Las características del proceso de acumulación lanzado con la transformación de la ciudad, la ha llevado a convertirse en auténtico epicentro mundial del sector terciario, con especial relevancia del complejo turístico-inmobiliario. La creación constante de referencias simbólicas atractivas –campañas como la millor botiga del món o Barcelona posa’t guapa, la Ruta Gaudí, el supuesto cosmopolitanismo, el carácter mediterráneo, el encanto canalla del Raval, etc.- vendrían a añadir combustible a esta dinámica. Los grandes megaeventos han sido sustituidos por pequeñas y continuas celebraciones, muchas de ellas en forma de Ferias -Mobile World Congress, Alimentaria, Hispack, Smart City Expo World Congress, Salón del Automóvil-, que, a falta de una solución espacial al peligro de la sobreacumulación, se han mostrado como óptimas al suponer un incremento de la velocidad de circulación del capital, absorbiendo el excedente. Así, cualquier intento de poner palos en las ruedas al proceso, como la aprobación del Pla Especial Urbanístic d'Allotjaments Turístics (PEAUT), se torna en amenaza para los intereses implicados.

Las batallas mediáticas y políticas que vive la ciudad giran, en gran cantidad de ocasiones, sobre estos hechos. Los intentos por redirigir el futuro productivo de Barcelona, si tienen éxito, tardarán aun décadas en mostrar sus frutos. Y lo mismo las políticas de vivienda, antigentrificación, ordenación comercial, Planes de Uso, etc.

Así que, si alguna vez participamos o escuchamos en algún bar, como La Catedral, ¿en qué momento se jodió Barcelona?, podríamos contestar: “no sé, hace mucho. Pero, por favor, miremos al futuro y que no vuelva a pasar”.

José Mansilla | Miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU

¿En qué momento se jodió Barcelona?