sábado. 20.04.2024
1607540480026
Su prestigio como Jefe de Estado, como “pompa de jabón” ha devenido fugaz

“¿Qué es la verdad? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero si tuviese que explicárselo a alguien no sabría cómo hacerlo”.  (San Agustín)

Sin pretensión de universalizar y sin profundizar en sus muchos matices, para la mayoría de la gente la metáfora es una figura literaria, un recurso de la imaginación poética o retórica con la cual se atribuye el significado de un concepto a otro, estableciendo entre ambos una analogía; su uso permite imprimir mayor belleza a lo que se desea expresar. Sin embargo, según George Lakoff y Mark Johnson, lingüista el primero de la Universidad de Berkeley, y filósofo el segundo de la Universidad de Oregón, explican cómo la metáfora no es solo un embellecimiento retórico y lingüístico, según las teorías clásicas, sino una parte de nuestro pensamiento, ya que los sistemas conceptuales que usamos para pensar y actuar son, sobre todo, metafóricos. Las metáforas impregnan nuestro lenguaje hasta el extremo de que la familiaridad en su uso impide con frecuencia que sean percibidas como tales. La metáfora es intrínseca al pensamiento; su uso facilita mucho la comprensión de lo que se piensa y se quiere transmitir; de ahí que sea necesario prestar atención a cómo y cuándo se usa.  Esta es la intencionalidad del título de estas reflexiones al utilizar dos metáforas para expresar y hacer inteligible el pensamiento que quiero desarrollar.

¿Quién no tiene clara la imagen de lo que es una pompa de jabón?; esas burbujas que se forman insuflando aire en un agua saturada de jabón y que se desprenden elevándose fácilmente pero que, con igual rapidez, explotan y desaparecen, al confundirse con la nada. Por otra parte, aunque en el discutible juego de la adivinación el término correcto es “cromniomancia”, este truco de magia es conocido vulgarmente como adivinación a través de la bola de cristal. Nació, al parecer, en el Medio Oriente y se trata de uno de los métodos adivinatorios más primitivos. Para el ingenuo que se lo crea, en este juego de magia, mediante la observación de la bola, colocada sobre un paño negro, al captar colores, movimientos y figuras dentro del cristal y en una bien interpretada concentración, el vidente o la vidente los interpreta a capricho como hechos ya del pasado, del presente o del futuro.

En un futuro no lejano, será un anacronismo sorprendente ver y llegar a conocer la realidad, tal como es, en contacto directo con ella

Conocer el mundo a través de las pantallas

Nos hemos acostumbrado a conocer el mundo, no en relación directa con la realidad, sino a través de las pantallas de televisión y móviles, las redes sociales o los medios de comunicación; resulta sorprendente constatar la rapidez con la que una noticia, personaje o acontecimiento que acaparaba el presente de la información en todos los medios, no sólo se queda anticuado, sino que, de inmediato, deja de existir en cuanto esa realidad, como “pompa de jabón”, desaparece de la pantalla televisiva, de los medios de comunicación o de las redes sociales. Según encuestas fiables, una gran parte de la ciudadanía ha decidido informarse o disfrutar de su ocio y de la cultura a través de los medios audiovisuales y, según la sociología educativa, son los medios de comunicación, fundamentalmente las pantallas televisivas, los móviles y las redes sociales, quienes más influyen en los conocimientos y en el modo de pensar y vivir de la sociedad. La gente asume y adopta la información, los valores y los comportamientos que le llegan a través de lo que escucha y ve en esas pantallas. La forma y el color con los que veremos el mundo, la realidad, no será ni la forma y el color de la propia realidad, sino como la quieran presentar los grupos que controlan los medios, como fotografías retocadas y manipuladas por el “Photoshop”. En un futuro no lejano, será un anacronismo sorprendente ver y llegar a conocer la realidad, tal como es, en contacto directo con ella, sino cómo quieren que la veamos quienes tienen en su mano el control de los medios. Con su “bola de cristal”, harán desaparece la “verdad” y venderán “la verdad que ellos quieran”, haciéndonos creer que tiene mayor interés relacionarse y conocer el mundo y la realidad a través de las distintas pantallas que nos ofrecen. No es extraño que esté desapareciendo la buena información, el buen periodismo, el que respeta la complejidad y las contradicciones de la vida y de la política.

Una familia real

El pasado martes, se ha estrenado en la Sexta y Atresplayer, el primer capítulo de una serie documental titulada “Los Borbones: una familia real”; su creador es Aitor Gabilondo, guionista y productor de televisión vasco, sobre la historia de la familia real española, centrada en todos los Borbones, aunque analiza especialmente la figura de un rey, Juan Carlos I, al que se le ha consentido demasiado, hasta que su figura y legado, en la actualidad, se han venido abajo. La serie es un retrato plural y detallado de un hombre que llegó a ser un ídolo histórico, pero que la propia realidad histórica ha desvelado que todo lo que se había contado a la ciudadanía durante décadas era una vida de apariencias. Desde esa perspectiva, la serie repasa la historia no sólo de la vida del “Emérito”, sino de la dinastía borbónica desde los tiempos de Alfonso XIII, en el que ya se observaban unas pautas de conducta que se han repetido en el reinado de Juan Carlos I. Desde abril de 2012, fecha en la que Juan Carlos I se rompió la cadera en una caída sufrida en Botsuana, donde se encontraba cazando elefantes, acompañado por Corinna Larsen, con la que mantenía una relación sentimental desde 2004, si ya eran conocidas sus dudosas andanzas amorosas y económicas, todo lo que se ha ido conociendo -ya se sabía, pero se callaba-, no ha producido sorpresa sino una gran decepción. Para muchos españoles, la serie no es más que ajustar la historia a la realidad eliminando “como pompas de jabón” lo que se ha querido ocultar o deformándola a conveniencia con la magia intencionada y tramposa de “una bola de cristal”, manejada servilmente por tanto cortesano “doblado” y por una gran mayoría de medios de comunicación. No se puede dibujar la historia, trampeando indefinidamente con la verdad, partiendo sentimentalmente de una infancia desgraciada de “Juanito” y manejada por un dictador, Francisco Franco, cuyo deseo fue instaurar en Juan Carlos I, una monarquía como “escudo protector” de los Principios del Movimiento Nacional.

Somos muchos miles de ciudadanos, conscientes de lo que significa la verdadera historia y de lo que ha sido esta trayectoria en términos de sociedad libre y democrática, los que estamos hartos de escuchar que la democracia nos la trajo Juan Carlos I; el cambio de la dictadura a la democracia estuvo en la voluntad del pueblo y muchos de aquellos padres de la patria se hicieron demócratas en cursos acelerados, entre ellos, como al final se ha demostrado, el propio Rey Emérito. La verdad de la historia no consiste en ser generosos sino objetivamente veraces y justos con los que han sido sus protagonistas. Y, puesto que muchos de los que han idealizado indebidamente la figura histórica de Juan Carlos I, cultivan las creencias católicas, hay que recordarles lo que dice el Evangelio de San Lucas, 12,48: “Al que se le dio mucho se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”. De acuerdo con estas máximas evangélicas, no se puede ser condescendiente con aquellos a los que se les ha dado mucho y mucho se les ha confiado, como al Borbón y familia; al contrario, hay que reclamarles mucho más, desde esa ejemplaridad de la que, en discursos navideños, proclamaba el propio Rey Emérito.

En “el gran teatro del mundo”, del que escribió Calderón de la Barca, y en el que cada personaje de la obra representa un papel, el que le ha tocado a Juan Carlos I, al finalizar su tiempo de interpretación, sin bola de cristal que desde la magia del puesto magnifique su figura, ha resultado decepcionante. En poco tiempo, desde la información que hoy se conoce, como rey y como persona no sólo merece reproches, sino que la justicia actúe, sin benevolencias ni discutibles inviolabilidades. Es urgente la aprobación de una ley orgánica que regule el estatuto del rey y que suprima su inviolabilidad en el ámbito personal. En un Estado de Derecho no puede ser admisible aceptar una inviolabilidad absoluta. Su prestigio como Jefe de Estado, como “pompa de jabón” ha devenido fugaz. La fugacidad de la realidad, en esta sociedad líquida en la que se difumina todo lo que creíamos sólido, marca los límites de la vida. Las hojas del calendario caen con rapidez y el devenir del tiempo no lo marca ni el deseo ni la voluntad; es el peso de la historia el que toma las riendas del trayecto a recorrer.

Se sabe poco y se opina mucho

El símbolo de la “fugacidad” es el ejemplo del “río” que, según Platón, se atribuye al filósofo presocrático del siglo VI aC, Heráclito de Éfeso, para quien el permanente y fugaz cambio es lo que anima el mundo: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán ya los mismos”. Es este, quizá, uno de los aforismos más recurrentes de Heráclito hasta convertirlo en un tópico literario: el “Πάντα ῥεῖ”: “todo fluye”; la vida es como un río que se va. El río en el que nos bañamos simboliza la fugacidad del tiempo, el devenir incesante, la diferencia y el cambio de la realidad que nos rodea. Pero, al mismo tiempo, nosotros también estamos hechos de ese “misterioso tiempo”. El problema del tiempo es su fugacidad: el tiempo pasa y nosotros con él; somos fugaces, como “pompas de jabón”. La experiencia nos dice que se sabe poco y se opina mucho; abunda la información no basada en la experiencia, devorada por lo mediático. Hay que hablar de la vida y los problemas que interesan a todos los ciudadanos y no sólo a los que detentan el poder; el ejercicio de la “política basura”, ese enfrentamiento épico y enconado que sufre nuestra política, además de enojar a los ciudadanos les va apartando de ese valor imprescindible que es la democracia. Vivir en democracia significa que la sociedad en general, y los ciudadanos en particular deben conocer bien el mundo en el que viven. Hacer preguntas incómodas a quienes gestionan el poder no es más que el ejercicio de un derecho constitucional a conocer la verdad de la historia del mundo en el que les ha tocado vivir. Si para ver bien, hay que saber mirar y para saber y opinar hay que preguntar, para llegar a conocer la verdad hay que tener información, pues la opinión sin información, que tanto se prodiga, es como es un anzuelo sin cebo.

El ejercicio de la “política basura”, ese enfrentamiento épico y enconado que sufre nuestra política, además de enojar a los ciudadanos les va apartando de ese valor imprescindible que es la democracia

Los mitos como trampa

Vivimos tiempos de confusión en los que el oropel se puede hacer pasar por oro y los hechos normales de la historia convertirlos en gestas heroicas. Pocas cuestiones hay en la cultura contemporánea que hayan despertado tanto entusiasmo y tanto recelo, a la vez, como la palabra mito. Se puede utilizar como alabanza máxima o como definitiva sospecha. No es infrecuente que el mito se haya convertido en un elemento clave para ocultar la realidad. Desde un enfoque poroso e inestable, los mitos, como meras creencias, falsas construcciones o exaltación indebida de personas y acontecimientos, pueden convertirse en una terrible trampa que obnubilen la mente impidiendo razonar y avanzar en la búsqueda y el conocimiento de la verdad de los hechos, de la historia y de sus protagonistas. Mitificar un hecho o una persona puede ser tan desmedido y falaz como “sobrevalorar la nada”. Oxigena mucho a los historiadores que buscan la verdad de la historia que, desde la objetividad de los datos, “desmitifiquen” los mitos. Es decir, hay que superar “esos mitos”, que son “construcciones a conveniencia de parte” para pasar a la lógica de la explicación racional de los datos. No en vano se dice que la historia se cuenta dependiendo de quién la escriba, casi siempre “los vencedores”. ¿Acaso no hemos mitificado la aparente figura del ex monarca y es ahora cuando descubrimos su verdadera realidad? El comportamiento del rey emérito de España, Juan Carlos I, cuyo historial de amantes y oscuro manejo de finanzas era bien conocido por la sociedad española, hoy le está pasando factura. No tener claro lo que en Juan Carlos I ha sido mito, es decir, la exaltación fabulada de su reinado, pero la realidad y conocimiento veraz del mismo, es bueno para el país, para la verdad, para él, para la institución monárquica y, sobre todo, para la propia democracia. En este momento el pacto de silencio se ha roto y al Emérito se le ha acabado la bula del silencio. Hasta hace unos años, un escudo pretendidamente invisible protegía sin posible crítica la felicidad y vida oficial de la Familia Real española. Hoy, para el rey emérito, se ha roto ese blindaje y se ha despejado el halo que le protegía. Decía el magnate de los negocios Warren Buffet que se tarda 20 años en construir una buena reputación y solo 5 minutos en arruinarla; en el caso del Emérito, se ha invertido esta temporalidad: ha empleado pocos años en construir su buena reputación, y el resto de su vida, en arruinarla.

El futuro dibuja distopías

Pero lo que no puede ser fugaz es la posibilidad de convivir de forma civilizada en una sociedad capaz de representar y procesar los intereses de una verdadera democracia; analizando, hoy por hoy, la realidad de nuestro país, no existe, en teoría, fuerza política significativa que no afirme estar comprometida con el ideal y los valores democráticos. Otra cosa muy distinta es comprobar que, para conseguir y mantenerse en el poder, importe poco o nada gobernar con la ética de los valores democráticos y actuar con la teoría nihilista del político húngaro János Kádár: “Que no ocurra nada, porque así no habrá problemas”; es decir, practicando la política del avestruz, que al esconder la cabeza y no ver los problemas se imagina, ingenuamente, que los problemas no existen.

Estamos entrando en un futuro que no garantiza el progreso; no aspira a la utopía, sino que dibuja distopías, pues lo más grave de los programas políticos que nos ofrecen no es que no puedan cumplirse, sino que, al aplicarlos, tengan efectos perversos sin conseguir los objetivos prometidos, oscureciendo los principios y valores básicos en que se sustenta la propia democracia. Muchos españoles, desde el patio de butacas desde el que contemplan la historia, hartos de ver cómo los políticos manejan nuestro futuro desde “su propia bola de cristal”, rechazan hoy la función de la clase política sobre el poder y cómo lo gestionan: con un “maniqueísmo cainita”.

La democracia no es un juego sino la mejor y única forma de vivir en convivencia en una sociedad plural. Hay preguntas que preocupan y muchos a cualquier ciudadano que aspire a vivir en un marco normativo, plural y democrático: ¿Cuál es la fórmula capaz de ofrecer cauces de convivencia digna a la pluralidad de intereses e ideologías que se expresan en una sociedad compleja y diferenciada? ¿Cómo vivir en sociedad respetando la diversidad política? ¿Cómo pueden coexistir y competir fuerzas políticas que tienen idearios y plataformas no sólo diferentes sino en ocasiones contrarias? ¿Acaso las diferencias políticas no deben manifestarse sin tener que traducirse en el enfrentamiento y el insulto con el fin de aniquilar al contrario? A estas y parecidas preguntas, cualquier político, desde la lógica democrática, debería responder de forma positiva, ya que, en teoría, todos y cada uno de ellos, en sus discursos y manifestaciones, hacen profesión de fe democrática y dicen estar comprometidos con esa ella y con su fórmula legal que es la Constitución; pero la realidad no es así, porque la democracia implica además de un marco normativo, un modelo de gestión que puede robustecerla o desfigurarla.

isabel-diaz-ayuso-en-los-desayunos-de-tve
Isabel Diaz Ayuso

La realidad aleja los cauces de convivencia

¿Un ejemplo? Lo dicho hace dos días por Isabel Díaz Ayuso, apoyando a Moreno Bonilla en la campaña de las elecciones andaluzas; la presidenta madrileña hizo aflorar las contradicciones de los populares con la extrema derecha al fundir a PP y Vox en un mismo bloque y distorsionar el discurso de Moreno Bonilla. Quien ganó unas elecciones con el disfraz de la bandera de la libertad, quiere ahora retirar todos aquellos libros de texto que tengan, según su ideología, material sectario, haciendo una revisión pormenorizada de todos los libros de texto en la Comunidad de Madrid mediante una orden dada la inspección educativa y que no encajen en su programa ideológico al estilo de la Hungría de Víctor Orbán. Por otra parte, Enrique Ossorio, su Consejero de Educación, en declaraciones a esRadio, ha mostrado o un desconocimiento de la normativa sobre la homologación y aprobación de los libros de texto o un deseo estudiado de torpedear la LOMLOE del gobierno socialista y los diseños curriculares que la desarrollan. Para decir verdad y no mentir desde la tribuna que representa, le bastaría haber preguntado a la dirección de ANELE, la Asociación Nacional de Editores de Libros y Material de Enseñanza que agrupa a las empresas editoriales de contenidos educativos, desde la pluralidad pedagógica e ideológica de sus 33 editoriales asociadas, para comprobar que el Ministerio de Educación no interviene en aprobar u homologar sus ediciones. Entre las funciones de la propia Asociación se encuentra el “seleccionar y editar los textos de manera profesional, evaluando y asegurando su calidad y la neutralidad con respecto a las orientaciones específicas (políticas, religiosas…)”. Decía Gioberti que “el peor enemigo de la libertad no es el que la oprime, sino el que la deshonra”. Una vez más se constata que las promesas incumplidas son la moneda falsa con la que se paga la confianza del votante. Pueden llegar a triunfar con más facilidad aquellos que fingen ser demócratas que quienes de verdad lo son.

Sin utilizar la tramposa magia de ninguna bola de cristal, lo que está resultando más extraño en estos tiempos fugaces, como pompas de jabón, es que las mismas personas que más levantan la voz hablando de “libertad y democracia” están haciendo todo lo posible para convertir el Parlamento y las asambleas autonómicas en una pesadilla distópica.

Sobre “pompas de jabón” y “bolas de cristal”