jueves. 25.04.2024
Admira González García
Admira González García

“Mamá cumple cien años” es el título de una película de 1979 de Carlos Saura, con guión de Rafael Azcona, protagonizada por Rafaela Aparicio, Geraldine Chaplin y Fernando Fernán Gómez, entre otros grandes actores, y actrices. Fue nominada a los Oscar de Hollywood, y recibió entre otros premios, el del Jurado del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Acudo a dicho film para titular este reportaje en que también se rememora el pasado en la celebración de un centenario personal. En este caso no es ficción, sino la realidad que durante cien años ha vivido mi madre, a la que quiero rendir homenaje con estas líneas, a la par que recordamos un siglo, en el que las guerras han sido sus ominosos protagonistas, en España, y en el Mundo entero. Dos guerras mundiales, y otras guerras que no por menores fueron menos cruentas, la de Marruecos, y la fatídica “guerra incivil” de España, aparte de otras muchas repartidas por casi todo el orbe terrestre. Cien años de guerras y cien años de lucha constante de una mujer nacida en 1921, en una pequeña aldea llamada Revalbos de la pedanía de Armenteros, en la provincia de Salamanca. Su nombre Admira González García, que esta semana cumple cien años.

Admira González García Fotos familiaFoto: Admira, junto a su marido y su hermana.

Uno no sabe a ciencia cierta si es buena o mala tan larga vida, vivida, sufrida y gozada en un siglo envuelto en sucesivas luchas fratricidas. La guerra, el gran error de la Humanidad. La joven Admira, nacida el 8 de septiembre de 1921, tenía quince años cuando estalló nuestra Guerra Civil. De ella nunca ha querido hablar, como tampoco quería hablar el que luego fuera su marido, Paulino, que con 18 años recién cumplidos, fue obligado a alistarse en el ejército rebelde cuando los falangistas pasaron por su pueblo. De esos primeros días, esta jovencita guarda el peor recuerdo de su vida. El “paseo”, con su correspondiente ejecución del marido de su vecina Jesusa. Llegaron unas camionetas al pueblo con gente armada hasta los dientes y se llevaron a varios mozos, entre ellos al marido y dos hijos de la Jesusa. No regresaron más. Los mataron en las cuentas de la sierra de Gallegos. Nadie sabía por qué ellos y no otros. Solamente porque el marido de la Jesusa hacía de alcalde en funciones; no era propiamente “alcalde”, pues Revalbos era y es una pedanía del ayuntamiento de Armenteros. El caso es que se los llevaron, y esa misma tarde los fusilaron abandonando sus cadáveres en la cuneta, como pasto de los buitres. A él y a sus dos hijos también. Desde entonces, la desesperada esposa y angustiada madre, era un muerto viviente. No salía de casa, siempre llorando, cubierta con el luto pegado al cuerpo. Y como su vecina, tantas y tantas otras. Por eso Admira no quiere rememorar esos hechos, ni esa guerra. (Años después, acompañé por esas tierras a una poeta argentina que recorría España, y nos encontramos con la tía Jesusa, como la llaman en el pueblo. La joven poeta le dedicó un poema en su libro “Hemisferios, Tiempos del Alma” (“La Jesusa”, poema de Inés Iovanetti) cuando conoció la historia de la pobre mujer enlutada, con la amargura en el rostro y en el corazón. Lo puede escuchar el lector en este enlace). 

Varios años después, a la adolescente de nuestro reportaje, le tocó de refilón saber de la II Guerra  Mundial. Su padre acogió en el corral de su casa a unos húngaros huidos de los nazis. Llegaron a Revalbos varias familias en dos tartanas, dos carros cubiertos de lona, semejantes a las carretas de los viejos colonos del oeste. Iban con niños de todas las edades y buscaban refugio en Portugal. Su padre los escondió en el corral y en varios pajares, para evitar que los detuvieran. Iban hambrientos y cubiertos de harapos. Parecían gitanos, quizá por eso venían huyendo de los nazis. Como en España, en esas fechas, también había purgas de esta etnia por el nuevo régimen pronazi de Franco, estuvieron poco tiempo y partieron para Portugal. Nunca más supo de esa pequeña caravana a la que su padre proveyó de frutas y comida antes de partir.

Mi madre no solía hablar mal de nada ni de nadie, solamente de la guerra. Decía que era la mayor barbaridad, que no acaba una guerra cuando acaba. Parece una perogrullada, pero, como buena castellana, en sus palabras se encerraba toda una reflexión, cuya realidad se hizo patente cincuenta años después, con la muerte repentina de su marido. “A mi marido, lo mató la guerra cincuenta años después de terminar”, solía repetir cuando salía el tema. Y tenía razón. Paulino Hernández, jovencito al que truncó su juventud la contienda, participó en las peores batallas, como soldado de infantería. En el frente de Teruel cayó herido; era un joven fuerte; aunque las heridas fueron de gravedad, logró sobrevivir. Y vivió con dos kilos de metralla incrustados en sus hombros, de los que jamás se quejó, trabajando como estuvo de carpintero toda su vida, y yendo al campo de caza cuando se lo permitían las normas. Fue tanta la presión sobre el corazón, cuando contaba 68 años de edad, que en la madrugada del 22 de julio del año 1987, cayó fulminado mientras dormía. Nunca estuvo enfermo. Fue otra de tantas secuelas de una vida cuyas satisfacciones, aparte de las afectivas y personales, vivió la protagonista de nuestro relato.

Admira González García Fotos familia 2Foto: Admira, en su primer viaje a Madrid.

Entre las últimas, cabe destacar la instalación en su hogar de una de las primeras lavadoras que comenzaban a venderse en España, país retrasado y aislado de los adelantos del resto de Europa. Se evitaba, con este electrodoméstico, tener que salir cargada con el cesto, el panete de jabón, y la taja a las pozas, luego lavadero, a lavar la ropa, sábanas y demás, muy numerosas en familia numerosa. Vivíamos en las estribaciones de la sierra de Gredos, y lógicamente, en invierno tenían que romper los hielos de la pila y aguantar el agua helada. Y luego, de vuelta a casa con la ropa húmeda, que aumentaba por cien su peso. el cesto en la cabeza y el caldero en la cadera. La llegada de la lavadora, que, como no había agua corriente en el pueblo, se cargaba por arriba, a la manera de los carritos de helados, fue todo un alivio. Pocas familias rurales podían disponer de la misma, no tanto por falta de dinero, cuanto por falta de agua, pues gastaba la suya, y cada dos por tres había que llenar el depósito. Gracias que en mi casa disponíamos de un pozo del que la extraíamos. Si no, nos hubiera sido imposible, la fuente pública nos pillaba lejos, al otro extremo del pueblo, y solamente íbamos cuando era para beber. La transportábamos en aguaderas con cuatro cántaros sobre un burro. Así, hasta el próximo viaje, cuando la tinaja del corral, y la cantarera se hallaba vacía. Fue una de las mayores alegrías para la señora Admira. Aunque las vecinas, que se juntaban a ver su funcionamiento, como algo mágico, criticaban que lavaba sola la máquina, pero que no dejaba la ropa como a mano. Cosas de los adelantos. De todos modos, para mi madre era el mejor adelanto. La quitaba quehaceres y azanas.

Ha llovido mucho desde entonces. Mucho ha vivido esta centenaria, en cuya mente se amalgaman los recuerdos, buenos y malos, pero ninguno peor que la guerra. España ha progresado en todos los sentidos, incluso en política. Ya no está aislada. Ya goza de técnica y avances científicos, y, la señora Admira, se admira hoy de que sus nietos hablen desde una galleta y vean a los que hablan aunque estén lejos... Pero sigue luchando. A sus 98 años, en plena pandemia, tuvo la mala suerte de caerse por la escalera de su casa y romperse una cadera. La operaron, y tras la operación, pilló en el hospital el dichoso Covid 19; tras un mes de aislamiento, lo superó. Y ahí sigue, con su siglo a cuestas, viva y feliz como siempre ha tratado de estar. Contra viento y marea, contra contagios y adelantos que no entiende, y no sabe si son mejor o peor que los de antes, aunque sigue pensando que hacen más mal que bien... Ahí sigue, cumpliendo un siglo, a pesar de la muerte repentina de su marido, y la de un hijo; gozando de los otros hijos, de su yerno y nueras, de 8 nietos y 12 bisnietos. Rodeada de su familia, que este año, en el centenario de su nacimiento, la homenajean y lo festejan. Y es que no es frecuente cumplir cien años.



“Me sacaron un ojo, me cortaron un brazo... pero gané al fascismo”


“Mamá cumple cien años”