viernes. 29.03.2024

Ella mira el escaparate de una perfumería. Mira y suspira. El, mientras tanto, envía mensajes desde su teléfono móvil sin percatarse del deseo que un eau de toilette despierta en la chica. Seguidamente un fundido a negro y una voz en off que sugiere: “No te distraigas. Este San Valentín demuéstrale cuánto la amas”. Y sobre el final del anuncio, la joven -con una expresión de felicidad rayana en la imbecilidad- sostiene el perfume en una mano mientras él la besa apasionadamente, demostrando así -según el criterio de los creativos publicitarios- que la ama 140 Euros, valor final de la fragancia en cuestión. ¿O la cuestión era el amor?

Nada escapa a las pautas del Capitalismo. La amistad, los lazos filiales y el amor son objeto del manoseo mercantilista que lo caracteriza. El sistema, siempre atento como un bróker de Wall Street después del café con leche, ha encontrado la manera de rentabilizar los sentimientos transformándolos en producto de mercado. En el caso puntual del amor la fecha elegida es hoy, 14 de febrero; día en el que -según cuenta la leyenda- las palomas de los países nórdicos follan como locas en lo alto de las catedrales, mientras que los humanos husmeamos entre perfumes y ridículas tarjetas virtuales que simbolicen lo mucho que apreciamos a nuestro ser amado. Al menos esa, la de las palomas desplumándose en el campanario, es una de las tantas teorías que intentan desvelar el origen del Día de los Enamorados; aunque existen también quienes creen que se trata de una fiesta cristiana del paganismo de la Roma antigua, en la que se adoraba al dios del amor cuyo nombre griego era Eros y a quien los romanos más dicharacheros llamaban Cupido.

Claro que no todos los enamorados somos tan estúpidos como para dejarnos convencer de que un sentimiento como el amor debe ser manifestado en una fecha precisa y mediante la compra de un objeto. Porque si eso es el amor, pues entonces yo, parafraseando al gran cantautor Tonino Carotone, no tendré ningún reparo en aseverar que me cago en el amor. Sin embargo el sistema funciona como un relojito suizo, mofándose incluso de los tipos que -como usted o como yo- no compramos perfumes ni husmeamos entre ridículas tarjetas virtuales para hacerle saber a nuestra chica cuánto la amamos, sino que la amamos sin necesidad de compra alguna, sin recargo ni intereses y en las cuotas que nos salgan del forro de los calzoncillos. (“¡¡Vaya amarrete!!”, pensará -no sin cierta razón- alguna víctima de Cupido que espera ser obsequiada en el día de la fecha).

No pude evitar ayer inmiscuirme en una conversación de enamorados; “de gilipollas enamorados”, como diría mi tío Juancho. La realidad en la que estos tórtolos estaban inmersos superaba con creces a la ficción del anuncio publicitario. Ella miraba el escaparate de una perfumería. Miraba y suspiraba. El, mientras tanto, enviaba mensajes desde su teléfono móvil sin percatarse del deseo que un eau de toilette despertaba en su chica. “No te distraigas”, pensé. “….este San Valentín demuéstrale cuánto la amas”. Y antes de continuar mi camino escuché un Te amo seguido de un Yo más continuado por un Si no te gusta puedes cambiarlo por otra cosa y finalizado por un rotundo No, este es justo el que quería. Un beso apoteósico cerró la escena y una gigantesca nube se encargó de efectuar un auténtico fundido a negro. “La ama 140 Euros”, reflexioné mientras me alejaba calle abajo, amenazado por una creciente tormenta.

De modo que, como se habrá percatado ya, este artículo no pretende ahondar en el origen de San Valentín porque para ello está Wikipedia. Sin embargo el amor, ese que hoy celebran las cajas de los grandes centros comerciales, sí que es el tema en cuestión …¿o la cuestión era el dinero?. Porque de ser así, yo, parafraseando al gran cantautor Tonino Carotone, no tendré ningún reparo en aseverar que me cago en el amor.

Me cago en el amor