sábado. 20.04.2024
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El pasado 9 de julio se cumplían cinco años del asesinato en una calle de Guatemala del cantautor y filósofo argentino Facundo Cabral. Por tal motivo, recordamos aquí su historia y denunciábamos que su asesinato, por el que fue condenado únicamente un individuo relacionado con bandas del narcotráfico, estaba todavía sin aclarar. Mataron al hombre, le quitaron la vida, pero queda su palabra, hecha verso y reflexión.

Cabral decía que no era ni filósofo, ni cantante, ni escritor, simplemente “un narrador de historias”, pero lo cierto es que tuvo que exiliarse en 1976 por cantar canciones protesta en pro de los derechos humanos y contra la dictadura argentina. Por sus composiciones musicales recibió 3 discos de oro y 2 de platino en un tiempo en que para conseguir un disco de oro se necesitaba vender más de un millón de ejemplares (hoy con cien mil basta); grabó mas de 30 discos (LP), en solitario, y una veintena colaborando con otros cantantes, como Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Quilapayún, Alberto Cortez... y publicó más de 30 libros, como él declaró “sin título, ni autor”. En alguno reproduce sus monólogos sobre la vida, su historia personal y la de la humanidad. Se consideraba “un juglar del siglo XX, un artista ambulante de guitarra al hombro”.

SUS INICIOS MUSICALES

Dijimos en el anterior reportaje que se escapó de casa a los nueve años porque no quería sujetarse a nada y su sueño era ser artista. Un gaucho le prestó una guitarra para que aprendiera, aprendió por su cuenta y al poco tiempo ya estaba pidiendo trabajo en hoteles y locales públicos, que al principio se lo negaban porque ese artista vagabundo, que se hacía llamar Indio Gasparino, no cantaba tangos, lo suyo era la canción protesta, tan de moda en aquellos años.

Cabral-impregnados-sabiduria-sensibilidad-archivo_PREIMA20110628_0084_5El mismo Cabral lo cuenta recordando con nostalgia y con mucho cariño esa primera noche de su actuación en un hotel: “Era el principio de mi carrera como cantor y esa noche para mí será inolvidable. Estaba cansado de cantar en la calle, y acudí a un hotel a pedir trabajo; el director, al verme con la guitarra, sin preguntarme nada me dijo: “Súbase al escenario”. Yo tenía que suplir a un telonero que había enfermado; es decir, matar el tiempo entreteniendo al público que había acudido a ver al famoso, hasta que apareciera el artista que habían contratado como tal. Yo acepté porque era mi gran oportunidad para darme a conocer y que mucha gente escuchara mis temas; nunca me había visto en otra parecida. Una vez en el escenario dije a los asistentes: “Como yo no sé a qué he venido por aquí y, quizás ustedes tampoco sepan a qué han venido, ni qué van a ver, vamos a entretenernos todos juntos y de esa manera intentaremos pasar la velada lo mejor posible”. Así empecé y vi que la gente guardó silencio y comenzó a escuchar con atención mis canciones. Al terminar mi actuación, llamé a mi madre todo contento y le dije: “Madre, soy artista, de veras, ché, que ahorita me puedo considerar artista; he cantado para un montón de gente”. Y mi madre, que me quería mucho y tenía ese concepto práctico de la vida que te mete en el cuerpo la necesidad, entre socarrona y cariñosa, me dijo: “Muy bien, hijo, mañana, cuando se te pase la borrachera, hablamos en serio y me dices a qué te dedicas”. Y me colgó el teléfono. Así son las madres que han laborado tanto para sacar su prole adelante”.

Y a eso se dedicó. A cantar. De hotel en hotel se pasó la vida por esos mundos de Dios y el Diablo, hilvanando pensamientos, cantando canciones, componiendo partituras para él y para otros, actuando en conciertos intimistas y populosos, luchando por la libertad del hombre y por la paz del mundo. No tardó en llegarle el éxito y las giras internacionales, donde durante una hora, o más si se terciaba, combinaba canciones con monólogos y disertaciones sociológicas cargadas de crítica al sistema consumista y opresivo de la sociedad. En el punto álgido de su carrera artística se retiró un tiempo, desapareció del mapa, y cuando regresó a los escenarios, declaró: “Me abrumaba el éxito y me fui a vivir como un ermitaño a la isla de Pascua, hasta que aprendí a asimilarlo... Tuve que vencer ese miedo, porque el miedo es el peor de los dictadores... No te deja hacer nada. Y desgraciadamente he conocido muchos dictadores, este mundo está lleno de ellos, algunos no se ven pero siguen actuando impunemente”.

Su última subida a un escenario tuvo lugar en la ciudad de Guatemala el 5 de julio de 2011, concierto en el que durante 40 minutos estuvo relatando su historia, una historia simple, porque “nada hay más bello que lo simple”. Cerró el recital con su famoso tema, “No soy de aquí, ni soy de allá”, que coreó el público, ignoto de que sería la última vez que le verían. Cuatro días después, en la madrugada del día 9, mientras preparaba su próxima gira por Nicaragua, caía abatido por las balas de unos sicarios relacionados con el tráfico de drogas, que le confundieron, dicen, con un narcotraficante. Un crimen todavía sin aclarar.

Tenía pensado venir a España; fue invitado a un programa de TV de Jesús Quintero (“el Loco de la Colina”), pero fue imposible, no se sabe bien si por coincidencia de fechas, como se arguyó, o por otro tipo de impedimento relacionado con lo “políticamente correcto”.

Facundo Cabral no actuó nunca en España, únicamente lo hizo en ambientes restringidos, cuasi clandestinos; la dictadura impedía esas expresiones de libertad. Su única y última actuación fue el 30 de abril de 2006 (hace diez años) ante un grupo de estudiantes en el colegio de los Salesianos de Ibi (Alicante).  Siempre confesó que le hubiera gustado mucho actuar aquí.

FILÓSOFO DE CANCIONES Y PENSAMIENTOS

facundo1Enmarcar o encerrar toda una filosofía, una concepción vital o un conocimiento, en tres o cuatro palabras, en una frase, si fuera posible con rima incluida, pareado o algo semejante, es actividad humana tan antigua como el mismo acto de convertir el pensamiento en lenguaje. Nació, pues, esta forma de conocimiento con la palabra -tradición oral con variantes-, y perdura fielmente con la revolución de la escritura, la revolución más importante de la Humanidad. De este marco que encierra una forma de ver o enfrentarse a la vida, han echado mano las personas a lo largo de los siglos, primero con la palabra y luego con la escritura, para transmitir conocimientos, enseñanzas, consejos, mitos, leyendas e historias. Eran textos, proclamas, sofismas, refranes, fábulas, de extensión breve, transmitidos de generación en generación. A esta forma de divulgación de saberes y filosofías no han sido ajenos escritores, poetas, filósofos, y otros artistas desde antiguo. Si bien muchos de ellos no escribieron nunca nada, como Confucio, Sócrates o Jesucristo (escribió sólo una vez en la arena), su pensamiento y enseñanzas han llegado a nosotros merced a este método de la parábola o la  brevedad, que en tiempo de los romanos, dos poetas y críticos españoles, como eran Marcial y Juvenal, denominaron epigramas, con los que criticaban la degeneración de la sociedad imperial.

Técnica que ha perdurado y que últimamente se ha puesto de moda en lo que denominamos monólogos, que en cierta manera pintan parte de la sociedad en que vivimos. Facundo Cabral se podía considerar como su inventor, su finalidad no era sólo provocar la risa, aunque no están carentes de jocosidad, sino la reflexión. En sus conciertos alternaba estas “intervenciones sociológicas” con temas musicales en la línea apuntada de Confucio (600 años a. C.) que dijo eso de “exígete mucho a ti mismo, y espera poco de los demás, así te ahorrarás disgustos”.   

Entre sus pensamientos cabe destacar los siguientes por su vigencia actual, pese a haber sido divulgados y escritos hace treinta años, que pueden servirnos de reflexión personal y social: Solamente hay que cambiar “pobre” por cualquier otra palabra, “operario”, “trabajador”, “intelectual”, “artista”, “funcionario”... y nos dará un retrato de la sociedad de siempre, donde los que producen algo son quienes mantienen a los marginados y a los ricos, la clase media es la esencia de esta “sociedad sangüis”, soporta  y sostiene a los de abajo y a los que están encima. Esta era la “filosofía Cabral”, convertida en epigrama y monólogo:

“Los pobres son mejores personas que los ricos, son más generosos y solidarios; son quienes construyen la nación, quienes hacen que el país crezca, porque son ellos los que producen algo, fabrican una silla donde sentarse los ricos, una mesa, donde comer, y unos platos donde poner sus manjares... Sin los pobres los ricos no sabrían vivir, ellos les arreglan el coche, les cuidan sus propiedades, cultivan el campo donde nacen los frutos que se pueden comer... Sin los pobres los ricos se morirían de hambre. Incluso son los pobres quienes les guardan su dinero, esos isleños, pobres parias, que viven como sus esclavos, porque los ricos viven bien en todas partes y no hacen ni necesitan patria ni nación... Su patriotismo se condensa en una caja fuerte de la que nadie, a veces ni ellos, saben cuánto hay... Todo a costa de los demás, que cuanto más pobres son, más ricos les hacen a ellos, a los privilegiados, cuyo privilegio no les priva de la estupidez de sucumbir a  su mismo privilegio, porque algún día se les puede acabar, y si siguen así, haciendo fortuna a costa de eludir impuestos y esconder capitales, el miedo se les vendrá encima y de nada les servirá lo acumulado. Hasta para eso son estúpidos. Y lo peor, les tenemos que aguantar. Les seguimos construyendo una mesa para que coman de lo que los demás producimos. Ya va siendo hora de dejarlos sin comida, ni bebida, que se beban su petróleo, y se coman sus dineros, y se hundan en su egoísmo que degrada la naturaleza y al resto de seres humanos”...

Les pasará como a “Juan Comodoro, que buscando agua, encontró petróleo, pero se murió de sed”, sentencia con la que comienza una de sus canciones este bohemio artista llamado Facundo Cabral. “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo...”  

“Es más difícil que entre un rico en el reino de los cielos, que un camello pase por el ojo de una aguja, dijo el gran Maestro. Pero nadie le hizo caso. Y por decir verdades como puños, los que vivían de la mentira y la opresión, le asesinaron.

“Porque qué vamos a comer y cómo vamos a vivir si los ríos no están limpios, el ozono intacto, y el aire puro...

“Los ricos deben aprovecharse aquí y ahora porque aquí y ahora los pobres les entregamos el poder, pero puede que esto se acabe, y ellos lo saben.

“Mientras los pobres les damos el poder y cuidamos de las cosas que les hemos regalado, ellos andan en coches de lujo, viajan a París y lugares exóticos en aviones construidos por manos callosas, e ideados por mentes que se dedican a pensar, mientras los ricos beben wisky y hacen el amor con esclavas que les proporcionan los pobres, porque como ellos no tienen amor, deben comprarlo.

“Los pobres tienen conciencia y sensibilidad, los ricos, carecen de todo. Son más pobres que los pobres, porque no tienen nada más que dinero... Los pobres tienen hábitos sencillos.

“Para los que quieren conseguir fama, su solución no es el trabajo, los que solamente quieren dinero, el camino mejor es el negocio, no el trabajo”.

Comprobado está que trabajando nadie se hace rico. Se hará más hombre, mejor persona, se sentirá útil a la sociedad, pero no será nunca rico. Y si encima paga religiosamente sus impuestos, el Estado no le dejará que se haga rico sin que su riqueza sea compartida por los demás.

Reflexiones aquí, ahora, y siempre, de alguien que no era de aquí ni de allá... No tenía edad, y no le dejaron que llegara a los 80 años. Ráfagas de fusiles de sicarios segaron su vida un 9 de julio, hace ahora cinco años.

Mataron al artista pero no sus ideas ni su voz