viernes. 19.04.2024
abogados

Treinta y ocho años después de la matanza del despacho laboralista de Atocha 55, pocas cosas nuevas puedo decir que resulten de interés.

La transición no fue ni mucho menos un camino de rosas ni un pacto vergonzante. Todos, absolutamente todos los diputados y diputadas del PCE que fueron elegidos en la primera legislatura democrática habían sido victimas en mayor o menor medida de la represión, habían conocido cárceles, exilio, peticiones de pena de muerte…

Aunque quizás sea posible hacer alguna consideración relacionando aquel momento de la dramática historia de nuestro país con algunos debates de actualidad.

Como es sabido, la matanza de Atocha fue sin duda la acción violenta más terrible de la transición pero ni mucho menos la única ni la última. Ese mismo día, una estudiante (Mary Luz Najera) había muerto en las calles de Madrid y el anterior otro estudiante (Arturo Ruiz) también resultó asesinado. Las muertes violentas no dejarían de estar presentes en esos años, sin olvidar el terrorismo de ETA, que cada dos por tres nos dejaba con el alma en vilo o del Grapo que siguió actuando en contra del proceso democrático.

No, la transición no fue ni mucho menos un camino de rosas ni un pacto vergonzante. Todos, absolutamente todos los diputados y diputadas del PCE que fueron elegidos en la primera legislatura democrática habían sido victimas en mayor o menor medida de la represión, habían conocido cárceles, exilio, peticiones de pena de muerte…Por eso sabían el valor de la libertad, de lograr una constitución democrática y pelearon por ella, sabiendo que eran una minoría en las Cortes Generales y que tenían que pactar con socialistas, nacionalistas y el centro derecha de Adolfo Suárez. Tuvieron la satisfacción de que  muchas, muchísimas, de las propuestas por las que habían luchado durante casi 40 años estaban recogidas con mayor o menor intensidad en aquella Constitución y lograron, junto con los socialistas, que el centro derecha, que tan solo unos meses antes todavía no aceptaba la legalización de los comunistas, acabara pactando la Constitución mas progresista de Europa.

Javier Sauquillo, como Lola González Ruiz y Luis Ramos, se situaba en lo que podríamos llamar el ala izquierda del PCE. Habíamos sido críticos con algunas posiciones de Santiago Carrillo y habíamos tenido  nuestras objeciones al Pacto por la Libertad e incluso al propio Eurocomunismo. Pero si algo caracterizaba a Javier era su profunda formación marxista y una experiencia política, no muy larga, porque era todavía muy joven, pero muy intensa. Era un marxista muy puesto al día, al tanto de todos los debates de la izquierda en la década de los sesenta y setenta, que como muchos de nosotros había vivido desolado la aniquilación del gobierno de Allende y vivía esperanzado el avance del PCI en Italia de la mano de Enrico Berlinguer.

Javier, como nosotros sus amigos y camaradas, sabía perfectamente lo que era y es “la correlación de fuerzas”; conocía bien la historia de nuestro país (lo que no siempre se puede decir de alguna gente de la actual izquierda); era consciente de las muchas derrotas y frustraciones sufridas por la izquierda española en el siglo XIX y XX; se tomaba muy en serio lo que eufemísticamente llamábamos “poderes lácticos”; llevaba siete años comprobando como abogado laboralista, los sufrimientos de las clases populares, sus condiciones de trabajo y de vida y la necesidad de que esa situación terminara cuanto antes.

Por ello, al igual que sus demás camaradas muertos y heridos en el despacho de Atocha 49, buscaba a todo trance abrir, parafraseando a Salvador Allende, las amplias alamedas de la libertad. Y luchó por ello y apoyó los pactos y acuerdos con gentes que venían del otro lado, incluso con excombatientes de Franco como Jaime Miralles o Satrustegui o personalidades que tanto daño habían hecho a la II Republica como José María Gil Robles.

Estoy seguro que si Javier y los demás amigos y camaradas hubieran sobrevivido a la matanza, hoy seguirían defendiendo la política eurocomunista de la transición y su plasmación en la Constitución de 1978 y mostrarían su indignación con la tergiversación o ignorancia de quienes hoy hablan de pacto de castas o de candado a la democracia.

Nunca podré decir que su sacrificio mereció la pena, pero su muerte no fue en balde y la democracia y toda la ciudadanía española a ellos y a otros miles de victimas les debemos mucho.

La matanza de Atocha y la lucha por la democracia