jueves. 25.04.2024

Así como te lo canto, lo llaman madrileñofobia y no lo es, con el ritmillo y el timbre con el que las movilizaciones del 15M denunciaron lo que consideraban hipocresía con que las instituciones más representativas  teñían de democráticas situaciones que no lo eran de manera completa, por eso el estribillo sonaba: que no, que no, que no nos representan.

Ahora está ocurriendo algo similar con el slogan político que ha elegido la derecha para significar el desprecio y rechazo de tantas cosas como están ocurriendo en Madrid, dónde de sus calles desaparecen maestras y surgen generalotes, dónde se cierran espacios para la iniciativa y la solidaridad vecinal y se abren chiringuitos en forma de oficina de defensa del español o de rocódromos puestos en manos de tipejos lameculos. Esto es archiconocido en todo el país, gracias al efecto multiplicador que produce el que en Madrid resida una parte sustancial de las cabeceras de medios escritos y audiovisuales. La conducta de los gestores del ayuntamiento y de la comunidad mueven a risa y a pena, que se manifiesta cada día de un modo más notorio en susurrados comentarios de calle e impactantes valoraciones documentales, pero eso no es madrileñofobia, eso es perplejidad de la que se hace corresponsable a una parte de la sociedad madrileña.

Quien más quien menos, este verano ha dado una vuelta por ahí y os habréis apercibido de un cierto distanciamiento de lo madrileño más acentuado que en otros momentos, pero lo que genera rechazo en el país no es la arrogancia castiza mitificada en el mundo de la zarzuela, tampoco lo son los continuados favores arbitrales para con sus equipos de futbol, ni siquiera la absurda red de carreteras que toma el Km 0 como origen y fin de trayectos que mejor hubieran sido ideados con criterios de reparto eficiente de personas y de cargas en lugar de promover el fortalecimiento simbólico del poder centralizado. No, lo que subyace en el rechazo de Madrid como concepto político es eso, la tergiversación de las responsabilidades de la administración para primar un modelo de fuerte contenido ideológico por el que la iniciativa privada ha de imponerse ante toda necesidad social, servicio público, o demanda popular.

El país en su conjunto reconoce en esta pérdida de autonomía de lo público frente al sueño privatizador una amenaza que se ha hecho carne en Madrid y que amenaza a otras regiones, pues vándalos y especuladores existen en toda partes, es solo que en Madrid ocupan despachos institucionales y, eso sí, gozan de salarios provistos por los recursos públicos.

Los españoles saben o sospechan que tras la palabrería que identifica al mercado como el mejor gestor de los intereses colectivos hay eso, palabrería y desfachatez que sirve tanto para esconder el quebranto de un banco (es el mercado amigo dijo Rato en sede parlamentaria) como el secuestro de toda una nación manu enérgeia. Los ciudadanos de Vitoria, Córdoba, Pontevedra o cualquier otra ciudad ajetreada por sus responsabilidades frente a los retos de nuestro tiempo, saben que lo peor que les puede ocurrir es emular el ejemplo de Madrid en el que los intereses de las constructoras, las sanitarias privadas y de la recaudación por consumo de combustibles se impone al sentido común que busca en el desarrollo de las ciudades del siglo XXI recuperar eso que se conoce como ciudad con dimensión humana, apacible, paseable, vivible, amable, en lugar de lo que aquí ocurre, una ciudad que se desliza hacia el modelo Calviá, situando a los grandes hoteles en el centro de su motorización y convirtiendo toda la ciudad en una cascada de servicios de entretenimiento a esta pavorosa e insostenible forma de entender el progreso.

La gente sospecha que los organizadores de esa tragedia urbanística lo hacen por cuestión ideológica por un lado, pero no olvidan que los impulsores del mercantilismo de las ciudades suelen sacar partido personal de las rentas que produce el chalaneo en una ciudad con más de mil años en sus espaldas.Los Almeidas y las Ayusos saben de sobra que sus políticas producen un efecto devastador en las posibilidades de vida digna en el territorio, pero no les importa, pues su ideario dice que recojas todo lo que puedas aquí, y ya con el dinero en tu bolsillo elijas el lugar que desees para la vida que te has ganado jodiendo la de los demás. Siguen el mismo patrón que defraudadores, constructores corruptos y administradores desleales: saca la pasta aquí y métela en inmuebles en Londres, Emiratos o New York. Eso sí es vida, y no esta gorrinera madrileña.

Por razones en parte imputables al electorado, esa astragante imagen ha adquirido tal virulencia que sin propósito de vendetta ni rencor alguno, ha provocado un runrún que apunta a desidia a lo madrileño como forma de España dentro de España. Pero no es madrileñofobia, es más bien neoliberalismofobia

Y cuando se ven las imágenes de la retirada de la placa de la calle en honor a Justa Freire y sobre ella se instala la del cuervo que grazna muerte a la inteligencia, tampoco es madrileñofobia, es antifascismo.

Lo llaman madrileñofobia y no lo es