jueves. 28.03.2024
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Existe en una parte amplia de la prensa española una comprensión críptica hacia los dos mandatarios de Madrid: Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. Es lógico porque muchos de los medios que observan y juzgan su labor política serían incapaces de decir ni media palabra aunque a ambos se les hubiese ocurrido vender ciudad y comunidad a Blakstone asumiendo los gastos de notaría, registro y actos jurídicos documentados. Sienten pasión por ellos y cualquier disparate que salga de sus bocas o sus actos siempre estará justificado porque son el ariete encargado de destruir al gobierno social-comunista que no quiere otra cosa para la capital de España que convertirla en el Soviet Supremo de los Pueblos Ibéricos, dentro de un plan perfectamente urdido desde Pekín para acabar con la hostelería, el hospital de San Chinarro, la enseñanza concertada católica y verdadera, los callos con chorizo, la espantosa catedral de la Almudena y el bocata de calamares que tanto bien ha hecho a los visitantes despistados y hambrientos.

En pleno repunte de la epidemia, Madrid sufrió una nevada espectacular durante dos días. En algunos puntos de la ciudad se alcanzó un metro de altura y muchas calles continúan a día de hoy, once días después, intransitables para vehículos y peatones. Probablemente haya sido una de las grandes nevadas del último siglo, pero no la única. Lo que no ha ocurrido jamás es que Madrid, con muchos menos medios de los que disponemos hoy, haya estado sitiada por la nieve y la basura durante tanto tiempo. La incuria, la dejadez, la incompetencia, la estrategia de culpar a los demás de lo que es responsabilidad exclusiva de uno, han llevado a una situación inaudita, ridícula y vergonzosa que debiera haber lanzado a los ciudadanos de esa ciudad a las calles para pedir la dimisión inmediata de sus máximos responsables. No ha sucedido así y tanto Ayuso como Almeida continúan diciendo barbaridades como si ya no quedase nadie con dedos de frente y un poco de dignidad sobre la faz de la tierra. 

En Madrid gobiernan dos personas de la estirpe de Donald Trump bañadas en el hedor de la herencia franquista

Los madrileños, lamento decirlo porque adoro Madrid, se sienten identificados con sus jefes y ven en su insolencia, en su desfachatez, en su ineptitud, en su casticismo maleducado y ramplón las señas de identidad sobre las que edificar la nueva nacionalidad de la reserva espiritual de Occidente, que ya no será el rompelolas de todas las Españas, ni la ciudad libre en la que cualquiera se sentía como en casa, sino un bastión ultraderechista donde estén permitidas todas las patanerías y maldades imaginables, desde llenar las calles para acompañar a la selección de fútbol con música de Manolo Escobar hasta romper poemas de Miguel Hernández, destruir memoriales a las víctimas de la dictadura o construir un hospital para epidemias sin cuidados intensivos ni quirófanos, sin personal sanitario propio ni los medios mínimos de un hospital europeo para asistir y curar a quienes sufren; desde vender viviendas sociales a fondos buitre hasta tener sin luz a una barriada chabolista alegando que algunos de sus habitantes ejercen de camellos; desde dejar plantados a los representantes de otras comunidades para acudir a una misa en la horripilante Almudena -lo reitero otra vez porque es una de las cumbres del mal gusto arquitectónico-, hasta dar pizzas y hamburguesas a los niños sin recursos; desde desmantelar las medidas anticontaminación diseñadas por Manuela Carmena hasta gastarse millones en la iluminación de las calles para que la gente se agolpase en ellas Navidad. Todo un ejercicio irresponsable de paletería desmedida que recuerda a los niños maleducados y caprichosos incapaces de aceptar por las buenas cualquier comportamiento racional.

No contratamos personal sanitario porque nos apañamos con el que hay, aunque reviente, aunque enfermen y no puedan volver al trabajo en meses, en años. No sacamos del paro a miles de personas y utilizamos los cientos de retroescavadoras que hay en la Comunidad para limpiar las calles en cuarenta y ocho horas para que todo el mundo pueda ver que por Madrid ha pasado el huracán Katrina mientras el Gobierno central nos tiene abandonados; propiciamos que se retire la Unidad Militar de Emergencias porque fue una creación de Rodríguez Zapatero y nosotros tenemos empresas privadas a las que regalar la pasta de todos; no recogemos la basura ni podamos los árboles maltrechos para que más que la ciudad más rica del país, Madrid se parezca a Haití y podamos pedir 1.400 millones al Gobierno, cifra de daños calculada en cuatro días y que lo mismo podría haber sido esa o dos mil millones más. Un despropósito, un insulto a la inteligencia y a la bondad de los ciudadanos que lo son, una estupidez perfectamente orquestada que pretende hacernos ver a todos que los servicios públicos son ineficaces, lentos y dañinos, aunque estén dirigidos por gente tan inteligente, íntegra y superior como Isabel Díaz Ayuso y José Lui Martínez-Almeida, que no han parado de fotografiarse en la nieve como si Madrid fuese una estación invernal.

En Madrid gobiernan dos personas de la estirpe de Donald Trump bañadas en el hedor de la herencia franquista. No les interesa lo más mínimo el bienestar de los ciudadanos, ni quien fue ni qué pasó con Miguel Hernández y el resto de represaliados, ni la saturación de los hospitales, ni la belleza de la ciudad. En realidad su único objetivo desde las más instancias gubernamentales madrileñas es buscar cualquier escusa para privatizar servicios y enriquecer a empresas privadas del tipo que sean siempre que sean fieles y agradecidas. Si no hay sanitarios suficientes para hacer análisis en los hospitales públicos, que los madrileños paguen 150 euros en las clínicas privadas, que ellas si que están dando el callo para combatir la pandemia; si los sanitarios no quieren ir a trabajar al Hospital Isabel Zendal porque consideran que no reúne las mínimas condiciones asistenciales, no se les renueva el contrato; si los viejos que viven en las residencias privadas concertadas se infectan, ya han vivido suficiente. El cinismo, la inhumanidad, la finalidad torcida y la chulería más zafia rigen la acción política de los dirigentes de una ciudad y una comunidad que deberían ser ejemplares por el lugar que ocupan y los privilegios que ostentan. Entre tanto, mientras se ponen en marcha proyectos faraónicos como Madrid Nuevo Norte, la pobreza y la exclusión siguen creciendo en el centro histórico y en la periferia sur. Pero eso, ¿a quién le importa? Pudieron elegir a un hombre bueno, dialogante y sabio como Ángel Gabilondo, pero les pareció poca cosa, demasiado educado.

Madrid, año cero