viernes. 29.03.2024
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Imágenes: Jose Manuel Ballester.

Cuando Madrid despierte el próximo lunes se encontrará con un triste acontecimiento y en lo más profundo de sus entrañas. Habrán desaparecido cientos de árboles en uno de los tramos esenciales de su columna vertebral que es el paseo del Prado.

Este triste hecho que ni siquiera ha llegado al rango de ser noticia me ha movido a escribir estas líneas de Socorro.

El desacierto tan brutal por parte de los que han tomado esta medida tan salvaje debería servir para reflexionar sobre si el arbolado forma parte del patrimonio cultural y debe en consecuencia ser protegido como parte de la identidad de una ciudad y por lo tanto de una cultura como la mediterránea, la nuestra, tan cuajada de mitos y leyendas asociadas a la Naturaleza y a las plantas. ¿Qué es si no lo que porta la diosa Cibeles en sus brazos?.

Por eso, la idea de la huida de esta diosa de la Tierra, que ve como ha sido profanada y ultrajada por los que un día la acogieron para suplicar su protección y garantizar la prosperidad en aquel siglo de las luces que estamos convirtiendo en unas impenetrables tinieblas. Madrid rompe así su pacto con la ilustración y se ensombrece de nuevas miserias.

Es tiempo de invocar a todos sus ciudadanos, incluyendo a aquellos aficionados que se ‘lanzan’ periódicamente sobre una diosa que apenas conocen pero que adoran, y sobre la que se concentran en los momentos de celebración, o a los que hacen lo propio al dios de los Océanos que reside unos metros más abajo en dirección al sur.

Sabed que ambos ya no estarán allí y que tan solo quedarán sus carruajes.  ¡Buscaos otro sitio de celebración u otros dioses!, puesto que estos nos han abandonado, fruto de nuestra barbarie e indiferencia por todo aquello que ellos representan.

Ellos ya no pueden seguir aquí, en un mundo que no los reconoce y que los ultraja día a día, porque aquello que los mantenía presentes en esta ciudad eran precisamente los añejos  troncos que están siendo cercenados y que durante mucho tiempo fueron abandonados y desprotegidos propiciando que enfermaran y se debilitaran poco a poco.

Por esta razón, dos de ellos desgraciadamente causaron en otros lugares de  la ciudad la muerte de dos personas; no podían más con sus ramas, como consecuencia muy probablemente de su abandono y de malos tratos infligidos en el pasado.

Pero no son ellos quienes deberían ser culpados y castigados con su exterminio. Son quienes tienen encomendado su cuidado y mantenimiento  los responsables en último término de tales accidentes; y lo seremos igualmente los ciudadanos, mientras no ejercemos la presión adecuada para que nuestros parques se mantengan adecuadamente.

Recordad pues cómo en otoño se adornaba esta avenida de Madrid de dorado porque ya no lo veréis más. Recordad la sombra que daban en los momentos más duros del verano porque ya no podréis refugiaros bajo sus hojas tampoco. Tal vez su tamaño, que nos hacía más pequeños como especie, moleste a aquellos que se sienten por encima de su propia naturaleza y que cegados por su arrogancia se creen capaces de todo.

No hemos cumplido con las ofrendas que estos dioses nos requieren para obtener de ellos su protección y su generosidad derramada sobre la ciudad. Simplemente por eso nos abandonan.

Aquellos que tenían la responsabilidad de depositar dichas ofrendas nos han traicionado, menospreciando nuestro privilegio de gozar de la naturaleza, y ahuyentando ahora -y ojalá que sea momentáneamente-  a quienes velaban para lograr que esta ciudad fuese, pese a todo, un lugar agradable para vivir.

Porque se trata de eso, ¿verdad?, que nuestra ciudad sea un lugar de vida dichoso.

Plantar un árbol debe ser un acto de compromiso que nos obliga a tener muy presente su ubicación, su utilidad y su mantenimiento en el tiempo, que  por otra parte no es tan penoso como nos quieren hacer ver en estos días.

Termino muy triste y abatido y me siento proyectado entre los troncos todavía agonizantes que se esparcen por el suelo.

A los escépticos que puedan pensar que lo dicho tenga tintes de exageración y de alarmismo, les invito desde aquí a  que se desplacen al luctuoso lugar de los hechos y lo vean con sus propios ojos.  


Jose Manuel Ballester (Madrid 1960), Pintor y fotógrafo, licenciado en Bellas Artes en 1984 por la Universidad Complutense de Madrid, es Premio Nacional de Fotografía 2010.

Madrid, abandonado por sus Dioses