viernes. 26.04.2024
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida.

Los subasteros, que buen nombre para una película de Ozores. Pero no, no voy a presentaros aquí un guion de cine cañí, lo que pretendo es descifrar la conducta gerencial de los cargos del partido popular y descubrir por qué se ufanan de su capacidad imbatible para gestionar la economía, y ya de paso descubrir por qué una parte de la prensa y la ciudadanía dan por buena esa característica propia de la excelencia, que a mí me parece tan en entredicho.

Las justificaciones que el alcalde y la presidenta de Madrid han dado para responder a la más que notoria corrupción nepote de sus respectivas administraciones favoreciendo a hermanos y primos, recuerdan las artimañas de los subasteros organizados cuando tratan de desplazar a cualquiera que tenga interés en lo que ellos ya dan por suyo. No sé si os habéis visto alguna vez en la tesitura; forman parte de la trama las amenazas y coacciones directas, tretas sibilinas para provocar el desaliento de terceros, e incluso el bloqueo físico de los espacios donde se llevan a cabo las subastas, todo ello se ejecuta a ojos vista y queda sepultado por el mazo del subastador una vez concluido el caso, y así hasta el siguiente. Repasa la hemeroteca y comprueba las similitudes con las auto exculpaciones al uso, empujones incluidos.

Es sabido que a pesar de los esfuerzos para garantizar unas subastas más limpias, éstas siguen estando inclinadas a los intereses de los subasteros que evolucionan con los tiempos adaptándose a tecnologías y a formas de acoso renovadas. Son muy eficientes en lo suyo. No me extraña que ellos piensen de sí mismos que son unos extraordinarios gestores, como lo piensa la legión de expertos y políticos conservadores respecto de su manera de entender la gestión de lo público, que en lo esencial es una subasta más de lo que antes era de otro y ahora va a pasar a poder mío o de los míos. El subastero se hace con una propiedad privada que sale al espacio público para cubrir una responsabilidad de carácter económico. En esto se diferencia del político conservador (y de su grey) que se incautan de una propiedad pública transfiriéndola a la privacidad de los seres queridos mediante un acto cubierto del manto de la legalidad bajo el que se esconde el acoso y la coacción a los interés de los poseedores de lo público, o sea nosotros. De ese modo su pillaje queda convertido en acto de responsabilidad económica visada por la trama administrativa. Y lo hacen con tanta soltura y experiencia adquirida por repetición, que llegan a creer que verdaderamente son unos hábiles gestores. De ahí la confianza que se tienen y el machacón eslogan que nos endilgan cada dos por tres, somos buenos gestores aunque seamos un poco fascistas.   

La técnica es la misma, las personas… pues también, no me refiero a las personas físicas, sino a su entidad, diríamos, jurídica. Los subasteros de las subastas oficiales son un tipo particular de persona con pocos escrúpulos, castrado en sus inclinaciones empáticas y centrado en lo que considera una obligación de orden natural sancionada por la autoridad legal. Se coordina con otros miembros de la organización con los que comparte información, identificación de los bienes y salidas potenciales al botín obtenido. Y en esto se parecen como dos gotas de agua a  los suporters del movimiento conservador. Sólo que estos últimos afinan un poco más en sus estrategias, liberados de desanimar en la puerta de la audiciones, lo suyo es vocear el despilfarro de lo público, identificar las joyas sanitarias, educativas y empresariales, y poner en marcha su particular modo de subastar, privatizando las piezas de alta rentabilidad y dejando el costoso esqueleto inerte colgado de las perdidas encajadas por las cuentas públicas.  

Y como la jugadita les sale, insisten en que son unos buenos gestores, pero son solo unos sinvergüenzas que, por mimesis, atraen a todo tipo de sinvergüenzas. Los casos de la actualidad se solapan con los del pasado hasta hacer improbable un recuento total. Si revisas el perfil de los protagonistas de lo que llaman casos aislados del PP verás que la imagen se puebla de un elenco de personajes que por su trayectoria podrían combinar perfectamente su ejecutoria en la administración del PP o en las salas de subasta.

Y es lógico, cuando aparece una perita en dulce, los subasteros acuden en bandada, su olfato y su determinación les guía. Por esa misma razón un montón de chanchulleros acudieron y se mantienen en la escudería popular que promete sacar a subasta lo que queda de la riqueza social que va a ser transferida a manos privadas. Y lo llaman colaboración público privada de exquisita gestión profesional, cuando deberían referirse a ella como lo que es, una artera subasta de lo público con destino a manos privadas.

Y recordad que el subastero no nace, se hace. Se hace del PP o del que prometa mejores oportunidades. Esperad el desembarco de Vox, va a ser la releche.

Los subasteros