sábado. 20.04.2024

Cuando los más reaccionarios de los miembros del PP aparecen a bombo y platillo sacando sus opiniones contrarias a la Ley estrella del peor de todos ellos, Alberto Ruiz Gallardón, es decir, la mal llamada ley del aborto, a la palestra, las mujeres hemos de echarnos a temblar. El único supuesto que dicen sería preciso modificar, es el supuesto de graves malformaciones del no nacido. Para Ruiz Gallardón, que no para muchos de sus correligionarios, esas personas tienen derecho a la vida, como cualquier otra. Y yo le doy la razón, una vez nacidos tiene derecho a la vida, pero ¿a qué vida? ¿A una vida protegida y en bienestar o a la condena que el propio partido popular les impone con los recortes en la ley de promoción de la autonomía personal y atención a la dependencia? Esos recortes hasta la práctica extinción, les condena a una vida indigna y de sufrimiento solo paliada por el amor de sus padres, particularmente de sus madres, esas que algún gerifalte de la Iglesia afirma que solo abortan para darse a la buena vida. Yo llamo a esas madres a un particular escrache: lleven a sus hijos a casa de Ruiz Gallardon, quien afirma que él tendría un hijo así sin ningún género de dudas, déjenlos allí sin dar una sola voz y les aseguro que en menos de 24 horas habrá cambiado de opinión.

Por otra parte, a los miembros del PP que afirman que habría que cambiar ese punto, a los que esgrimen motivos médicos u otros para ello, habría que preguntarle si no se acercan más a la “caridad” que a la justicia para con la madre y el futuro hijo, condenado a una vida indigna.

Pero no es este el único de los casos posibles, no es esta en mi opinión la razón para decir que esta ley que pretenden imponernos, blandiendo brazo en alto su mejor arma, es decir, la mayoría absoluta, es injusta y atenta contra la libertad, la capacidad de decisión y la salud de las mujeres.

Durante siglos las mujeres de este país, al que tanto ponderamos ahora como ejemplo de libertad y democracia, se vieron sometidas sistemáticamente a los varones, solo ellos podían decidir sobre sus bienes, sobre el trabajo, sobre la casa en que habitaban, sobre la educación de los hijos, en definitiva sobre su propia vida. Años de dura lucha de mujeres valientes, que perdieron su salud y hasta su vida, lograron ir aminorando lo que para ellas suponía esa dominación. Y seguramente tuvo mucho que ver en ello, que incluso a los hombres beneficiaba que ellas fueran ganando en derechos.

Por estas razones, y curiosamente con la aquiescencia del varón, muchas mujeres se vieron empujadas a las manos de curanderas y curanderos, o peor, a cualquiera que tuviera una aguja larga o un montón de vete tú a saber, que hierbas abortivas, cuando la decisión era que no podían o no querían ser madres en ese momento de sus vidas. Muchas veces el resultado de la salvajada era la muerte de la mujer o la imposibilidad de ser madre cuando resultara conveniente para ellas y su familia. Esto no ocurría con aquellas que tenían medios económicos y podían viajar a otros países o pagar a un buen médico, que bajo el título “raspado de quiste”, realizaba el aborto con bastantes garantías sanitarias (cuestión de dinero). Todo ello era sabido por todos y nunca se tomaron medidas al respecto; tenemos que suponer que también lo conocía la iglesia católica que se lleva ahora las manos a la cabeza, porque esas buenas mujeres que tomaban esa decisión se confesaban luego y todo arreglado ¡bendito secreto de confesión, que de tantos pecados-delitos ha salvado al mundo!

Una vez más, la lucha de las mujeres valientes consiguió que fuera legal tomar una decisión tan importante sobre la propia vida y la salud de ellas mismas, casi 30 años atrás y con unos pocos avances, nunca libre y gratuito como sería deseable, pero al fin y al cabo, impidiendo convertir en criminal a quien libremente tomaba una decisión tan dolorosa como practicar un aborto y al profesional que lo realizaba.

Y hete aquí, que este maravilloso Gobierno, centrado en su labor de recortar derechos, pretende llevarnos ahora 35, 40 o más años hacia atrás. Volver a las mujeres a manos de curanderos, si no poseen medios económicos, convertirlas “voluntariamente” en locas para alegar daño para su salud y por encima de todo, poniendo otra vez a las mujeres bajo la tutela de los hombres, no de todos, pero al menos si de uno, el mayor de los prepotentes, el más falso de los ministros de Rajoy, el que quiso parecer el más progresista de los miembros del PP y resultó el mas retrógrado: Ruiz Gallardón; un ministro, un político, un hombre dominado por los sectores más reaccionarios de su partido y de la Iglesia Católica, que ha vertido su impotencia y su rabia sobre quien cree que es más débil y a quien pretende tener en sus manos: las mujeres.

Al señor Ruiz Gallardón le pregunto: ¿merece la pena poner en cuestión la decisión libre y la propia vida del cincuenta por ciento de los ciudadanos, por un puñado de votos?

Déjense de “mamandurrias”, no pongan como excusa no sé que beneficio económico a costa de la salud y la libertad, y pónganse a legislar pensando en las beneficiarias de esta Ley.

Porque las mujeres españolas, saben decidir, son sensatas y tienen el derecho fundamental a ser madres cuando lo deseen. Incluyan en su ley una buena educación sexual, gratuidad de todos los medios anticonceptivos y dejen a quien quiera la posibilidad del aborto libre y gratuito en el sistema público de salud. 


Por Montserrat Barcenilla | Portavoz del grupo municipal de Izquierda Unida de Ávila y miembro de la Presidencia Provincial

Las mujeres deben ser madres... cuando lo deseen