jueves. 18.04.2024

Ignoro si en chino cantonés existe una máxima similar a nuestro convencimiento de que nunca es tarde si la dicha es buena. En cualquier caso, ese debió de ser el pensamiento que rondó por la cabeza del anciano calígrafo Quian Jian el día que comunicó a su familia su decisión de transformarse a sus 84 años en la bella Yiling. Su historia ha transcendido estos días a los periódicos con esos tintes morbosos que suelen caracterizar a los relatos sexuales en las secciones de sociedad. Y, sin embargo, su decisión se ha convertido, sin duda, en una de las pocas noticias esperanzadoras que hallamos en unos medios convertidos a golpe de crisis e informes de Standard and Poor’s en una especia de obituario social cotidiano.

Posiblemente, Yiling nunca leyó los trabajos de Judith Butler, ni está al tanto de la producción teórica de Beatriz Preciado. De hecho, es más que probable que nunca haya oído hablar de la teoría queer. Sin embargo, el ancestral arte de la caligrafía le enseñó a descubrir que la belleza de los pictogramas no tenía otro origen que no fuera el trazo firme y preciso que iba componiendo su mano. Una belleza construida a fuerza de voluntad, trabajando el movimiento de los dedos para que ningún temblor involuntario desviara el pincel, calibrando la tinta precisa que asegurara la ausencia de borrones indeseados. Y esa misma meticulosidad caligráfica dedicó Qujian Jian a la realización de su más delicado trabajo: la construcción de Yiling.

Para ello, el calígrafo decidió primero, hace más de treinta años, llevar pelucas y vestirse con ropas lo suficientemente ambiguas que le permitieran liberarse de una indumentaria que reafirmaba una sexualidad social que él cuestionaba. Después, al cumplir los 60 años, comenzó a tomar hormonas que le permitieran acercar las formas de su cuerpo a la percepción de su propia automirada. Finalmente, en 2009, envió una carta a sus superiores y compañeros de trabajo para comunicarles la liberación de su nueva identidad como mujer, anhelada desde que tenía tres años. Ahora, aunque mantiene sus temores ante la decisión de dar un último paso quirúrgico, Yiling ha tomado las riendas de su identidad y, con el respaldo de su esposa, proyecta sin tapujos al mundo su identidad.

La lucha de Quian Jian por liberar a Yiling es tal vez el mejor referente que podamos tener en estos tiempos marcados por el determinismo asfixiante de la angustia. Desde hace décadas el capitalismo realmente existente se ha vanagloriado del fracaso de cualquier alternativa posible, presumiendo del monopolio de una supuesta libertad y asegurando que las pesadillas más atroces se escondidas detrás de las pretensiones de igualdad.

Hoy ha llovido mucha hipocresía, cinismo y desesperanza desde la caída del muro de Berlín. Quienes nos advertían del final de la Historia tras el fracaso de aquel socialismo, enmudecen ahora ante el derrumbe del que nos anunciaron como el mejor de los mundos posibles. Su sistema ha fracasado y ya no sirve el complaciente consejo de que nada será mejor que esto. Ahora, solo les queda el recurso lastimero de alabar la madurez con que los ciudadanos encajamos cada vuelta de tuerca., como una vez más volvió a recordar Mariano Rajoy en su comparecencia ante la CEOE mientras Luis de Guindos solicitaba oficialmente la colonización financiera de España.

Por ello, hemos llegado al punto de buscar lo nuevo. No será fácil. Tendremos que recurrir a la firmeza de las cuencas mineras, recordar los antiguas resistencia de las fábricas, redescubrirlas con la imaginativa mirada de los jóvenes que toman las plazas. Y aprender a escribirla con perseverancia y paciencia, aunque tengamos que desechar muchos papeles emborronados por el camino. Aprender a disñar sus contornos con la misma meticulosidad y belleza con que Quian Jian compuso su mejor caligrafía.

La urgente caligrafía de lo imposible