viernes. 19.04.2024

América Latina ve a su antiguo colonizador como un país que al integrarse en la UE abandonó la idea de llevar a cabo un proyecto más ambicioso

A pesar que España en 2010 se esforzó por incluir a América Latina en la agenda Europea…, esde hace tiempo ya no es una prioridad en la política exterior del viejo continente. Pese a que las Cumbres Iberoamericanas muchos las asocian a la retórica y la nostalgia más que a la definición de una estrategia común, los distintos gobiernos españoles han apostado siempre por sentar unas bases mínimas para un proyecto común desde 1991.

Por una parte España se siente iberoamericana, pero América Latina ve a su antiguo colonizador como un país que al integrarse en la UE abandonó la idea de llevar a cabo un proyecto más ambicioso entre las regiones de distintos continentes.

En la actualidad no existe un común denominador de lo que sería la comunidad iberoamericana a pesar de la presencia de América Latina en España en los últimos años gracias a la contribución de la población inmigrante. Este hecho ha afectado más a las políticas internas y en América Latina, la presión de los migrantes organizados ha logrado el desarrollo de iniciativas públicas migratorias en mayor o menor medida. En Europa ha primado el endurecimiento de la política europea en este campo.

No se ha logrado una estrategia para las relaciones Europa-América Latina que convierta a España en un puente entre ambos continentes, ni tampoco entre los países que aun padecen conflictos del pasado o de visiones políticas enfrentadas. Permanece un halo del franquismo en el concepto postcolonial de la Hispanidad y, la idea de una “Ibero América” más reciente. Ambos conceptos vienen de España para aludir a una identidad que caló en las elites de estos países pero no en las sociedades. Idea que se resquebraja en los tiempos que corren, porque allí surgen visiones más globales y tres espacios de interrelación global, la interamericana, la euro-latinoamericana y la iberoamericana, produciéndose a la vez procesos de integración política como Unasur, CEAL, con las que la UE no tiene diálogo.

Las relaciones entre el país que habitamos y América Latina casi siempre se han visto en clave ideológica, lo que ha desembocado en actitudes irrespetuosas con la soberanía nacional. El mejor ejemplo la actuación de los distintos gobiernos españoles con Cuba y Venezuela cuando se desarrollaron estas cumbres. Algunos políticos españoles pretendían convertir estos espacios para hacer política nacional.

Lo que debería primar es que España ha visto disminuida su influencia en la política latinoamericana de la UE. Ha pasado de tener un papel importante en la cooperación para los procesos de democratización y la estabilidad de la región en los años 90, a un cambio de política de cooperación y disminución de recursos por cuenta de la crisis y el déficit fiscal, sin aprovechar los resultados de ese proceso de largo plazo. Por otra parte vive las contradicciones de la política europea en materia de política agraria común y sus propios intereses con países de América Latina que impiden la firma del tratado con Mercosur o que atentan a los intereses de países exportadores de café o banano, por ejemplo. Y qué no decir de la política migratoria, con la llamada “directiva de la vergüenza” o el hecho de que no se ratifiquen el convenio de Naciones Unidas sobre el derecho de las familias migratorias a vivir en familia.

España ha perdido peso en la inversión extranjera directa, a pesar de la presencia de las principales multinacionales que consiguen importantes beneficios en la región. En la 22 Cumbre Iberoamericana de Cádiz asistiremos ante la penúltima oportunidad de encauzar las relaciones. Tal vez el espíritu de la Pepa ayude a la concordia.

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