martes. 23.04.2024
Fotografía de Towfiqu barbuyia en Unsplash

Tradicionalmente los juegos se han ido adaptando a la vida cotidiana de los niños y los adultos. A lo largo de los siglos las actividades lúdicas entre amigos y en familia han ido evolucionando y cambiando con la introducción de nuevas máquinas e inventos en muchos casos geniales. Así se han desarrollado las industrias de juegos de azar instaladas en bares y cafeterías, unas de precio fijo por partidas como las conocidas del “millón” o de “los marcianitos” y otros de apuestas más similares a las creadas para los casinos.

Cada país y cada región o comarca de un país tienen juegos propios, identificados con las características de cada población y que sus habitantes entienden como “suyos” y vinculados a su cultura. Así nos encontramos que en países de Latinoamérica tienen diversos juegos que les identifican. Por ejemplo, la lotería en México, el parqués (conocido como parchís en España) en Colombia, las damas brasileñas en Brasil, el Estanciero en Argentina, Kay en Haití, El sapo (o la rana en otros países) en Perú, el Gocho en Venezuela, el Fines en Guatemala, el Adugo en Chile o la Thunka en Bolivia. Está variedad tan amplia de juegos han acompañado la vida de jóvenes y mayores en sus mejores momentos de diversión y descanso.

Los juegos de cartas son un mundo infinito de opciones y variedades que han tenido su traslación a las aplicaciones informáticas. Se está poniendo de moda un juego bastante peculiar de origen español denominado “La perejila”. Indagando sobre él se puede conocer que ya se jugaba en el siglo XVIII. Se juega con baraja española de 40 cartas y pueden jugar hasta 13 personas al mismo tiempo. En algunas zonas de España es muy habitual entre mujeres.

El juego por encima de todo debe ser fuente de bienestar y alegría, si bien por desgracia en algunos casos al convertirse en forma de vida o de enriquecimiento acaba mal para los que no son capaces de medir bien sus gastos y sus límites. Otro mundo es el de los profesionales de los juegos de azar donde unos pocos se hacen millonarios y otros muchos pierden sus haberes. 

Si para algo sirve el juego de mesa es para conocer la personalidad de los compañeros de mesa y valorar sus reacciones. Recientemente un conocido jugador de fútbol ha comentado que al haber ganado al parchís a un compañero (uno de los mejores jugadores en este deporte de la historia de España), este no le dirigió la palabra en varios días por el enfado que se pilló.

Si algo caracteriza y unifica a nivel mundial, a todos los países en la últimas dos décadas ha sido la generalización del uso de lo que antes era un teléfono pero ahora es un “instrumento” de gran capacidad de almacenamiento que usamos además de para hacer y recibir llamadas telefónicas (cada vez menos) para gestionar el correo electrónico, las redes sociales, leer prensa, ver televisión y películas, escuchar música, orientarnos en la carretera, hacer cálculos matemáticos, fotografías, videos y un sinfín más de utilidades.

Una de ellas, probablemente de las más usadas, es el juego. El juego en todas sus acepciones. Desde “los marcianitos” o “supermario” hasta las apuestas deportivas o los miles de variedades que ofrecen los juegos on-line. Basta con subir al autobús o al metro y observar a la práctica totalidad de los hombres y mujeres que viajan como no despegan su vista del “móvil”, “portátil” “celular” o como le queramos llamar. 

Curioseando por encima del hombro puede comprobarse que la mayor parte visiona vídeos musicales y juega con diversas aplicaciones de entretenimiento. Algunos wasapean, otros consultan a velocidades astronómicas redes sociales y unos pocos leen prensa o novelas.

Esa es la realidad y no se trata de hacer valoraciones positivas o negativas sobre este fenómeno sino simplemente constatar que es un hecho que ha venido para quedarse y que configura la forma de informarse, jugar, comunicar e interactuar tanto de jóvenes como de mayores.

Juegos tradicionales y cambios tecnológicos