jueves. 25.04.2024
james mcgee
James McGee

                 Para el “brother” James McGee, que nos dejó en 2019.

Aunque no hayan reparado en ello, los hemos visto por televisión contando votos en estos días palpitantes, mitad miedo mitad esperanza, que han sucedido al 3 de noviembre, fecha de las elecciones presidenciales en los USA. Son empleados y empleadas de los servicios postales estatales y federales, negros en una buena proporción, que han tenido que registrar decenas de millones de votos en un tiempo récord (de hecho, aún quedan flecos por contar en algunos estados).

Quiero con estas líneas recordar a esa buena gente, carteros y carteras norteamericanas, rendirles homenaje y agradecimiento pues su tenacidad y sobreesfuerzo son una contribución muy importante al triunfo incontestable de Biden-Harris y a la puesta en fuga irreversible, por mucho que patalee, del siniestro patán neofascista.

Quiero que sepan que hemos sentido su mismo miedo y un gran instinto de protección cuando energúmenos trumpistas -con armas largas más de uno- aporreaban las puertas de algunos colegios vociferando para que pararan el conteo de votos; pero ellos siguieron contando uno a uno. Hemos sentido con ellos su emoción y orgullo cuando manifestantes demócratas los animaban desde las calles a seguir contando sin desmayo voto a voto, ilusión a ilusión. Frente al estrépito del golfista de la tortilla francesa en la cabeza y de su banda, me impresionó ver a muchos de estos empleados y empleadas postales, al inicio de cada jornada de conteo, jurar la Constitución y las leyes electorales norteamericanas como garantía de su profesionalidad, lealtad democrática y patriotismo, frente a las acusaciones repulsivas de fraude sin fundamento alguno por parte del trumpismo.

Esta cascada de afectos por estos trabajadores no viene de estos días apasionantes de noviembre. Viene de mucho más lejos en mi memoria de viejo sindicalista clasista, solidario e internacionalista. Verán:

Yo fui durante 25 años, de 1981 a 2006, dirigente de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT), nacida en 1919 como CISC (Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos) y disuelta en 2006 para constituir con la CIOSL (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) y varias centrales independientes, la actual CSI (Confederación Sindical Internacional), 180 millones de trabajadores y trabajadoras organizadas en la práctica totalidad de países de la Tierra. En la última etapa de vida de la CMT se me hizo el honor de elegirme vicepresidente de la misma y presidente de su Fundación de Solidaridad Internacional (FSI). Gracias a ello tuve el privilegio de estar en primera línea del proceso unitario que dio origen a la CSI en el Congreso Constituyente de noviembre 2006 en Viena, y de ejercer cargos directivos en ella.

En la CMT, de los USA sólo teníamos una pequeña organización sectorial afiliada. Pequeña en comparación con la mastodóntica -y mejorable en algunos aspectos- AFL-CIO, que estaba afiliada a la CIOSL. Esa organización se llamaba la Alianza Nacional de Empleados Postales Federales, NAPFE en sigla inglesa. Con una particularidad muy sobresaliente: Era un sindicato de carteros… negros. Lo tenían a gala sus dirigentes y afiliados, todos de ese lindo color, y así constaba en sus textos fundacionales fechados en 1913. Tenían a gala, también que, entre sus miembros más mayores, incluyendo algún dirigente honorífico, había algún nieto y bisnieto de hombres negros esclavizados. Estaban fuertemente comprometidos con el Partido Demócrata y sus posiciones eran muy progresistas en todo lo relacionado con las aspiraciones socio-económicas de los países empobrecidos o del Tercer Mundo, un término muy usual entonces, o luchas universales tan fuertes en los 80 y los 90 como contra las dictaduras latinoamericanas, la liberación de Palestina o la abolición del apartheid en Sudáfrica.

Seguramente la confluencia de todos esos factores hizo que yo sintiera por la NAPFE y su gente un gran interés y afecto. En especial con su presidente, el compañero James McGee. Algo un poco inexplicable teniendo en cuenta que él no hablaba casi nada de español y yo casi nada de inglés. En aquellas reuniones anuales del Comité Confederal de la CMT, instancia máxima de dirección entre congresos, fuimos fraguando una complicidad y una simpatía, personal y política, muy notable. El saludo ritual cada vez que nos encontrábamos, camino del abrazo, era: “Mololo, my brother”, al que yo correspondía con un “my president, my friend”. La broma más habitual entre nosotros: Él me decía en un español lamentable “Yo soy blanco” y yo le espetaba en un inglés más lamentable aún “I am black”, y nos reíamos con ganas. Por supuesto, cuando teníamos que hablar seriamente mano a mano nos sacaban del apuro Annelies o Ana María o Veronique. Para McGee no había compañeros y compañeras; se dirigía a los otros como “brothers and sisters; era más cálido y fraternal, como él.

En una ocasión, a finales del anterior siglo, la NAPFE invitó a la CMT a celebrar la reunión anual de su Comité Confederal en Washington. Y para allá que fuimos. Joder, con la organización pequeña de carteros negros. La sede nacional era un edificio bien plantado, tenían hasta una compañía de aviación y hoteles para los afiliados. Apalabraron con la administración federal -demócrata, claro- una recepción que debía ofrecernos el Presidente Clinton en la Casa Blanca. Al final no pudo ser porque Clinton andaba enredado en líos de faldas.

El momento más tenso y emocionante que yo viví en el Comité Confederal de la CMT lo protagonizó en gran medida mi hermano James McGee con una intervención antológica y al borde de las lágrimas, de pie aquel pedazo de negro de más de 1,80, con voz metálica y contundente como la de Carnitti o Lama, se enfrentó a un grupito de europeos derechosos y poderosos que pretendían que la CMT hiciera suya una declaración que venía a decir que el apartheid en Sudáfrica no era tan malo y, como prueba, proponían la afiliación de un sindicato “mixto” según ellos, es decir, de blancos con unos negros decorativos. McGee los fulminó con una intervención jupiterina, evocando la lucha contra la esclavitud y por los derechos plenos de la ciudadanía negra en su país, y pidiendo respeto y solidaridad incondicional con los hermanos sudafricanos para enterrar el apartheid en el mar. El grupito europeo forzó dos votaciones a mano alzada y perdió las dos por holgada mayoría. Es la única vez en 25 años que votamos en aquel Comité Confederal; todo era apañado, perdón, consensuado. Cuando acabó aquella sesión inolvidable nos salió a McGee y a mí con más emoción que nunca aquello de “Yo soy blanco, Mololo”, “I am black, my president”.

Al servicio de los carteros, los inmigrantes, las mujeres violentadas y explotadas, los jóvenes sin futuro, los trabajadores forzosamente empobrecidos, no importa color u origen. Al servicio de la Paz, la Justicia, la Democracia, el desarrollo sostenible para la Humanidad y para la Tierra que la acoge, debe estar la victoria del aseado demócrata de derechas que es Joe Biden y de la explosiva activista de izquierdas que es Kamala Harris.

Que así sea.

Mis queridos hermanos, los carteros negros