jueves. 25.04.2024
Nicolás Salmerón Alonso ((Alhama la Seca, 10 de abril de 1838-Pau, 20 de septiembre de 1908). Cuadro de de Federico Madrazo.1879. Congreso de los Diputados.España

A lo largo de la historia se desarrolló un tipo de tratado cuya finalidad era orientar en su labor a futuros soberanos o caudillos. Entre las varias versiones conocidas resulta memorable, quizás por su curiosa sonoridad, la de Espejo de príncipes, desarrollada durante la Edad Media. En el Renacimiento tenemos a El príncipe, de Maquiavelo, que parece ha sido interpretado raquíticamente por muchos aprendices de político. Sería necesario que alguien escribiera un contrapríncipe para corregir muchas interpretaciones miserables,  

Pero no queremos hablar del pasado, sino del presente; y no de los príncipes, sino de los vasallos, tal como suelen decir muchos de nuestros periodistas del corazón y de la realeza. Ellos sabrán (seguro que lo saben) por qué han resucitado término tan odioso.  

Es verdad que hay libros de autoayuda de todo tipo, pero, aparte de que este género literario no parece el más idóneo para el asunto, ¿se ha escrito alguno sobre qué tipo de político deberían desear los ciudadanos? Creemos que no. Puestos a esbozar algunas ideas se comprueba que no es tarea fácil en cuanto que los distintos tipos de políticos se entrecruzan y son similares y disímiles a la vez.  

Si buscáramos un modelo singular estaríamos cayendo en el error de creer que todos los políticos representan a un mismo interés público y general. Pero no es así; si hubiera un mínimo de sinceridad, podríamos hablar de políticos y de antipolíticos, Dada la experiencia sufrida en estos años, la sospecha razonada (no la sistemática) no está de más. Si un político privatiza un bien público,  por ejemplo, que encima termina en manos extranjeras, será bueno que comencemos, no a censurarle, sino a cuestionarle. La cautela es la pista de aterrizaje de cualquier análisis con visos de acierto, Porque esta es una de las cuestiones: en vez de empecinarnos en la certeza de lo que sabemos, mejor sería empezar a profundizar en ello (igual nos llevaríamos una sorpresa). Y que a partir de ahí nos hagamos preguntas como: ¿ese bien privatizado, era rescatable? ¿No? Entonces ¿por qué lo han comprado los extranjeros? ¿Qué saben hacer ellos que nosotros no sabemos? Y seguir tirando del hilo de forma que nuestras perspectivas se amplíen. En esa investigación no estará de más vigilar si el bienestar de ese político progresa desproporcionadamente. No en balde la política se levanta sobre una estructura económica en la cual los privilegios (lex privata) contienden con la miseria.  

Sabemos que la mayoría de los ciudadanos confían en que, a pesar de todo, hay unos mecanismos de selección destinados a aupar a los mejores candidatos; pero tampoco es así. El individualismo, la competitividad y la mentalidad comercial se han impuesto al bien común y al espíritu de servicio. El “vale el que sirve” ha sustituido al más razonable de sirve el que vale. Esto, que ha terminado por parecer normal a fuerza de repetirse, provoca múltiples daños colaterales (triste expresión) inadmisibles en lo que es una misión común; por ejemplo, es frecuente comprobar que el número uno no desee a su lado un elemento más capaz que él, por lo cual escogerá a otro que en vez de excelente consejero será un estupendo reidor de chistes sin gracia. Y el segundo hará lo mismo respecto al tercero, y así sucesivamente. Además del empobrecimiento progresivo de calidades, se estará creando un cultivo de indignidad y de dignidades heridas que más tarde o temprano aflorarán e incluso estallarán. Lo que debería ser un esfuerzo común en una dirección determinada se fraccionará en todo tipo de fricciones, desviaciones y frenos. Pero es que hay más, ese caldo de cultivo será propicio para facilitar que los opositores externos a esa fuerza puedan meter cuñas que impidan que se cumpla el objetivo común deseado. 

Relacionado con lo anterior está la generosidad. Esa cualidad, que parece extraña a la política, por el contrario es necesaria a la nación. No hablamos de una generosidad buenista y cordial, sino de una cualidad capacitante para querer lo justo, para renunciar a las propias bajezas y querer que el mejor presida, para bien de todos, la organización. (Había un político que ascendió múltiples peldaños, que decía, sin el menor pudor, que si nadie le proponía, se proponía él). Si en nuestro país se diera tal generosidad, terceras fuerzas menores, que se consideran a sí mismas extrañas al cuerpo general, no podrían aprovecharse de estas divisiones cainitas. Pero la zancadilla mezquina entre esas fuerzas mayores, multiplica la fuerza de las menores. A los escépticos respecto a esas generosidades hay que recordarles que hubo y hay políticos que incluso se juegan la vida o la libertad. Ahí tenemos a Assange, víctima de voceros de derechos humanos imposturados.  

Sinceridad en los contenidos. Es un derecho del ciudadano. Muy necesaria para contrastar cabalmente las distintas opciones. ¿Cómo podremos saber qué es lo mejor cuando las alternativas que nos ofrecen no son verdaderas? Poco a poco los partidos fueron dejando sus programas de lado y recurrieron a vendedores de imagen. Es decir, elegir jugar en un terreno que es ajeno. Una añagaza que se ha impuesto (con el consentimiento del público) es la de que casi todos buscan un centro (artificial, electoralista) propiciado hábilmente por los poderosos, lo cual borra las diferencias y beneficia a aquellos cuya única misión es conservar lo que hay, frente a los que desean transformarla. Un país en esa paz artificial no necesita poner al frente a los mejores estrategas; quizás le baste con los mejores titiriteros. Un país en contienda sincera, sí, No es un llamamiento a la radicalidad, ese sería otro tema, sino a la integridad de los programas y a la necesaria capacidad de sus representantes. 

Honradez. Qué contrasentido que haya que invocar tal obligación para una actividad cuya finalidad debería ser administrar correcta y equitativamente las riquezas que todos producen. Por supuesto, la honradez tiene además su perspectiva moral, no tan sólo material, Un ejemplo de moralidad política, entre cientos más, es del de Nicolás Salmerón, que prefirió dimitir a firmar una ejecución que su conciencia repudiaba. En la actualidad, pocos dimiten o se aplican las normas que dictan para los demás. Ahora mismo recordamos a una política que reclamaba al presidente de la nación que se bajara el sueldo, cuando ella cobra un cincuenta por ciento más que aquel y con menos responsabilidades.  

Valor. ¿Hará falta decir que un político, sobre todo progresista, requiere de mucho valor? Pues sí, es necesario decirlo, y a todos. Muchos aprendices de político creen que basta con ser listos y sobrados de desfachatez. Pero eso no es valor. Valor es ponerle el cascabel al gato,  al gato interno y externo (nos hemos acordado de Pepiño: ¿quién le pone el cascabel al gato de la nacionalización de un banco?). Y también han de tenerlo presente losciudadanos, generalmente espectadores pasivos. No se comprende que a una maratón acudan decenas de miles de participantes y a una manifestación en defensa de las pensiones públicas tan sólo unos cuantos centenares. No se les puede exigir a los políticos sin arroparlos con nuestro compromiso. Si convertimos la política en cosa de ellos, no deberá extrañarnos luego que la gestionen como si fuera de su propiedad.  

Inteligencia. No estamos hablando del CI de cada uno de ellos, sino de algo que va más allá. Es una mezcla de inteligencia, aplicación, cultura, curiosidad, perspectivas amplias. Un diputado que llevaba más de cinco legislaturas alegaba, para justificar sus limitaciones formativas, que era tornero fresador. En ese tiempo podría haber hecho una carrera en la UNED, más las diarias lecciones que se reciben en el parlamento si se pone empeño y disciplina formativa; ese privilegio es más que una carrera. Es lamentable tener que decir que la discusión de los presupuestos aburre a un alto porcentaje de políticos. Decíamos que uno de los problemas que encontramos, principalmente en los partidos, es que aquello de seleccionar a los más valiosos por la vía de la necesidad ha sido olvidado.

Precisamente, estamos entrando en una época en la que las disputas regionales del mundo van a entrar en colisión (la escasez cambiante). ¿Podremos estar dirigidos por unas medianías que ni siquiera intuyen el conflicto que viene, creyendo que todo consiste en gestionar la cosa atendiendo a lo que marquen poderes superiores? ¿Cuántas veces no habremos oído el consabido y tranquilizador “la UE dice…”. Sin embargo, cada día que pasa se comprueba que la UE no es una, y que en su seno contienden facciones muy distintas y encontradas, y con servidores muy avispados y capaces de cegar al otro. Hace poco se ha firmado un eje París -- Roma que parece quiere sustituir al de Berlín -- París. Ni palabra sobre el asunto. Lula, en representación de varios poderes iberoamericanos va a visitar Alemania, Francia e Italia. ¿Se han enterado aquí, la que debería ser, junto a Lisboa, sede europea del mencionado iberoamericanismo? 

Coherencia. Quizás una de las principales necesidades si se profundiza en su sentido. Implica que hay ideas previas, que el pensamiento no es improvisado sino producto de una trayectoria; que se da una relación causa – efecto, y no el capricho, la genuflexión o el interés particular, tan particular como cambiante. Implica principios, y se relaciona con el valor ¿Cuántos proyectos valiosos no se han abandonado por pusilanimidad? ¿Cuántas veces la incoherencia no es sino cobardía? Vivimos en una sociedad en la que conscientemente se fomenta la blandura. No se quieren personajes recios. Un ejemplo es el de esa comprensión mediática hacia el “drama” que atraviesa la juventud por tener limitados los botellones. Decímos conscientemente: sí: su drama es el de tener un trabajo miserable, si lo tiene, sin perspectivas y que no compensa sus esfuerzos por prosperar. Pero de eso se habla bastante menos. ¿Qué diría Romaín Rolland, cuya divisa era “no acepto”? y que tuvo el valor de enfrentarse a todos los gobiernos y partidos, y sufrir el más radical ostracismo, para decirles que la Gran Guerra era una barbaridad? 

Ejemplaridad. Christine Lagarde, --anterior directora del FMI--, mientras imponía a los países del mundo la congelación salarial, entre otros tipos de congelaciones, se subía ella el sueldo un catorce por ciento. Salió en la prensa. Ahora, en la actual crisis, vemos que ciertos presidentes de autonomías reclaman su subida correspondiente. Igualdad, dirán, somos funcionarios. Pero ¿es lo mismo que se congelen los sueldos cuando el agua llega al talón, a que se haga cuando cubre la boca? Personas así ¿cómo pueden pedir sacrificios de otra índole? ¿Qué los sistemas se hunden? Por supuesto, con semejante dirección lo extraño es que no estén en un estadio peor.  

A todo esto hay que preguntar al español en general ¿qué ocurre con él, que no se indigna, ni inmuta; que ríe a carcajadas, que dice en la publicidad que vive en el mejor país del mundo? Porque a veces se hace lo que se deja hacer. Y a veces se deja hacer porque preferimos aturdirnos a informarnos y prepararnos convenientemente. En un mundo en el que las riquezas se acumulan en una desproporción escandalosa es ingenuo pensar que dios y el capital proveerán. Cada cual sabrá cómo le va y si le puede ir aún peor.  

Interrogante: ¿Qué políticos?