viernes. 19.04.2024

Desde hace más de un año nos enfrentamos a una contingencia inédita en la historia más reciente de la humanidad, a estrictas medidas de confinamiento a propósito de la propagación de la Covid-19. Algunos anticiparon que tal situación tendría efectos sobre la natalidad, pues al pasar más tiempo en casa, las parejas se animarían a tener más hijos y la pandemia traería un baby boom como tras algunos periodos bélicos.

Según el sociólogo Karl Zigfried, factores de orden político y económicos son prioritarios a la hora de disparar los nacimientos. Estudios que realizó sobre la natalidad, en más de quince países, durante periodos de posguerra o tras crisis económicas, constataron que los nacimientos se incrementaron en los más desarrollados hasta un 22% y en cerca de un 49% entre aquellos en vías de desarrollo. En España, tras la guerra civil, los datos de natalidad, previos al año 1936, no se recuperaron hasta los años cuarenta, intensificándose en los cincuenta y prolongándose hasta 1969, fecha en la que comenzó su declive. Proceso que se dio a la par de la emigración española hacia centro Europa, en donde necesitaban mano de obra para desarrollar sus economías.

El que ya ha sido calificado como “baby bust” no es algo realmente novedoso, sino que profundiza una tendencia que veníamos arrastrando en España desde hace décadas y que con la pandemia se ha pronunciado

Salvando las distancias e instalados a comienzos del año 2021 todavía en la incertidumbre, aunque ya en periodo de vacunación, las informaciones sobre la natalidad tanto para España, como para los países desarrollados de nuestro entorno apuntan en dirección contraria. Según el INE, los nacimientos que han tenido lugar en los meses de diciembre y enero muestran un desplome histórico, con una caída del 22,6% en comparación con los mismos meses del año 2020.

Francia, que tradicionalmente ha mostrado tasas de natalidad más elevadas, se asienta en cifras negativas, que han supuesto un desplome del 13% respecto a enero de 2020, en Alemania se está manejando la cifra del -15% e Italia se sitúa en parámetros muy similares a los nuestros (-22%). También en Estados Unidos se observa esta evolución, aunque en menor grado (-7%). Es una evidencia que la “peste” de principios de los años veinte del siglo XXI va unida a una caída generalizada de las tasas de natalidad, si bien mostramos apuntes peores que la mayor parte de los Estados de nuestro entorno.

En la etapa pre-covidia ya había más de dos fallecidos por nacimiento, de forma que se anticipaba que de seguir a este ritmo el tamaño de la población española en 2100 podría ser un 50% inferior. Lo más comprometido para nuestra sociedad sería que cada vez habría menos personas en edad de trabajar y más ancianos, con las implicaciones en cuanto al desarrollo social/económico, sostenibilidad de las pensiones o salud de la población.

De hecho, la evolución a la baja que ha experimentado la fecundidad en las últimas décadas y el futuro previsible lleva de sí que cada vez se tengan menos hijos e incluso que se decida no tenerlos lo cual, y desde el año 2015, ha supuesto que el crecimiento vegetativo (diferencia entre nacimientos y defunciones) sea negativo. Según las últimas constataciones en tan sólo 4 años se ha duplicado: mientras en 2015 (enero-junio) fue de -21.280 personas, en 2019 se elevó a -57.146 personas (357.924 nacimientos, frente a 415.070 defunciones).

El que ya ha sido calificado como “baby bust” no es algo realmente novedoso, sino que profundiza una tendencia que veníamos arrastrando en España desde hace décadas y que con la pandemia se ha pronunciado. Si en 1970 la tasa de fecundidad fue de 2,84 hijos por mujer, en 1980 bajó a 2,21; en 1990 experimento un gran descenso a 1,36, y desde esa fecha no ha dejado de bajar, siendo el punto álgido el año 2000 (1,21). Según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada ascendió en 2019 a 1,23, a 1,26 según Eurostat en 2018, tan solo por delante de Malta.

¿A qué obedece esta realidad? Según las últimas encuestas de fecundidad del INE los ciudadanos argumentamos que detrás de este hecho hay razones fundamentalmente   laborales, de conciliación de la vida familiar/laboral y de índole económica. Una interpretación que encaja de lleno con las perspectivas teóricas, propias de los años ochenta y noventa del siglo XXI,  que daban cuenta de la dinámica familiar en términos estratégicos, al considerar que las familias siguen una lógica racional de búsqueda del mayor y mejor éxito, en la línea de los trabajos del economista Gary Becker para quien las conductas familiares se orientan siguiendo el paradigma de la elección racional[1].

Así las cosas, es fundamental promover políticas familiares (family friendly), y medidas de apoyo a la natalidad, teniendo en cuenta, como parece, que los hijos se han convertido en un tesoro, en términos afectivos para sus padres y madres, además de en un bien de interés público. Es decir, a diferencia de la sociedad premoderna que demandaba un estimable número de hijos/as (mayormente varones), en tanto eran considerados bienes de producción. Tras la revolución industrial y el proceso de transición demográfica, el modelo moderno de familia dio lugar a una conceptualización de los descendientes en términos de calidad y no de cantidad, hasta llegar a la precitada idea del hijo/a tesoro.

Siguiendo la guía del norte de Europa es clave seguir avanzando en la potenciación de estas políticas, basadas en el principio ético de igualdad entre géneros, además de potenciar medidas que favorezcan el acceso de los jóvenes al primer empleo, apostar con fortaleza por una política pública en materia de vivienda, fortalecer la red de guarderías públicas, así como compensar el tiempo dedicado a la formación con posibilidades de trabajar y, en general, materializar la conciliación de la vida familiar con la profesional.

Es, por tanto, imprescindible proseguir con el esfuerzo conjunto de los poderes públicos, las empresas, las familias y la ciudadanía puesta la mirada en las generaciones del mañana y en la sociedad, en su conjunto, ya que a día de hoy, en términos demográficos, se encuentran comprometidas, con las implicaciones y derivaciones coligadas.

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[1] Gary Becker, Tratado de familia, Alianza, Madrid, 1987.

Fuente Sistema Digital. Fotografía Carmen Barrios

 

Incertidumbre y "baby bust"