jueves. 28.03.2024

La prolongación de la vida en los países ricos ha ido aumentando desde los años 60 a un promedio de tres horas diarias más de vida, lo que supone unos cinco años de crecimiento en la expectativa total. En ese mismo periodo, el tiempo dedicado a la contemplación pasiva de la TV en los mismos ricos países ya ha superado las tres horas diarias.

Gran avance de la humanidad, alargar la vida para poder llegar a saber quién se encama con quién o en qué minuto un defraudador con o sin gomina acaba de meter un gol. Si la cosa no resultara patética, sería risible. Y desde luego que no lo es. No lo es porque el método para conseguir esas horas arrancadas a la “parca” es muy costoso. Las horas plus se cobran un precio, que en términos de igualdad territorial marcan un desequilibrio infame entre países favorecidos y no. Mejor dicho entre personas favorecidas y no, pues las fronteras de la salud ya no se corresponden con las de la comunidad nacional. El desequilibrio geográfico, del que ya estamos inmunizados ante el alud de tanta patera, no es el único riesgo de ganar tiempo de vida para perderlo frente la pantalla (sea amiga o no).

Hay otro riesgo mucho más aterrador y es el de que cada minuto que se intenta prolongar esta tediosa forma de vida, tiene un coste geométrico en el consumo de recursos no recuperables. Hemos conseguido alargar la vida individual al  coste de mermar el tiempo de la vida del complejo sistema Tierra. La insostenibilidad de un modelo de vida que sobreexplota los recursos de la naturaleza para brindar medicamentos que nos permitan contemplar una pantalla engullendo todo tipo de grasas industriales al menos un ratito más, no sólo esquilma más allá de lo razonable la naturaleza, sino que nos sitúa en un modelo de vida tan atroz y sin incentivos que debe crearlos de manera artificiosa en un nuevo bucle de despropósitos y consumo insostenible de recursos

La pantalla debe crear un modelo de vida de ficción aceptable, verosímil si se reblandecen lo suficiente las meninges y la capacidad crítica para creer que la vida de uno depende de la que exhiben terceros que en realidad no son  sino pantomimas.

Y crear y recrear esta vida de ficción que nos atornilla al televisor, o a su sucedáneo en portátil o tablet, tan pronto hemos terminado con la jornada de alienante ocupación que nos permite alquilar salón,  desempaquetar plasma y usar el mando como un pistolero externalizado de la sesión de tarde, tiene un coste muy alto. Vivir dignamente tiene un coste, eso es cierto, pero rodearse de los símbolos de la dignidad artificial, papal, real o vecinal, no tiene un coste, es un despropósito, un expolio, un despilfarro.      

Mientras tanto, las políticas para promover una vida digna, discreta pero excitante porque se trata de vivir la propia vida, están quedando arrumbadas, han pasado al ostracismo antes de que ocuparan un lugar en la organización real de nuestras vidas.

Las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar, aquellas que apuntaban a la viabilidad de una vida propia (familiar) sin renunciar a la vida profesional (laboral) han desaparecido de las agendas de las empresas y hasta de los sindicatos.

Se comprende que con unas cifras de paro como las que exhibimos todo queda velado por esos seis millones, todo pasa a segundo plano. Pero es un error. Abordar el problema del paro como si fuese inmanente, es decir que es causa y efecto de si mismo es un grave error que nos impide encontrar una solución verdadera, útil y eficaz para acabar con la falta de empleo.

Porque el empleo esta relacionado elásticamente con las actividades sociales para cuya realización se requiere la participación del conjunto social “ocupándose” de unas y otras cosas. Cuantas más y más diversas actividades sociales, más ocupaciones resultan necesarias. El empleo concebido como un limitado número de “huecos” a rellenar para cubrir la cadena que une la fábrica o la oficina con tres horas en el salón frente a la pantalla no conduce a expandir las ocupaciones sino a multiplicar el plusvalor extraído por la participación de los elegidos en rellenar los contados huecos.

Para desarrollarse en contextos de dignidad suficiente, la vida social y la vida personal requieren tiempo, Pero tiempo para imaginar y vivir una vida propia, no para fliparse contemplando la irreal vida propuesta por las pantallas. El tiempo real, el tiempo que permite vivir una vida de verdad no es el de la prórroga de tres horas ante el televisor, es el tiempo que se arranca a la dominación de la organización social de la vida laboral y familiar.     

Tres horas