martes. 08.10.2024
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Por Mariola Marrero | “Esto no es cuestión de ideología; es cuestión de salud. Quien quiere solucionar un problema busca medios para hacerlo; quien no, solo excusas. ”Francisco J. Bastida, Catedrático de Derecho Constitucional". Sirva esta sentencia para comenzar el artículo.

La Revolución Industrial del siglo XIX provocó el cambio de modelo de las ciudades en Europa y América. Muchas dejaron atrás su configuración medieval y entraron en la modernidad gracias a planes arriesgados de adaptación a las nuevas necesidades.

Haciendo una introducción histórica, vemos que París fue la primera en arriesgarse. Había que construir más, dado el fuerte aumento poblacional, pero la preocupación era la higiene pues epidemias sufridas anteriormente, como el cólera o la peste, exigían mejoras sanitarias para evitar que se repitieran y propagaran como entonces.

Georges-Eugène Haussmann fue el elegido por Napoleón III para que llevara a cabo la gran transformación en 1852 y, para ello, era necesario un cambio legislativo sobre la propiedad privada. París se llenó de anchas avenidas, bulevares arbolados que acababan en símbolos de referencia como obeliscos y arcos del triunfo, edificios de misma altura y misma fachada y grandes jardines. Ese plan contó con detractores, como suele ocurrir, en toda iniciativa urbanística.

c3Las reformas, por supuesto, también tenían un trasfondo político. El nuevo plan urbanístico hacía casi imposible revueltas como las de 1830 y 1848 donde, se colocaron barricadas en las estrechas callejuelas de los barrios, barrios de los que se echó a sus humildes habitantes hacia la periferia para construir apartamentos para la clase media alta. Se planificaron anchas avenidas que facilitaban la rápida respuesta de las fuerzas del orden en caso de nuevas rebeliones, como pasó con la Comuna de París en 1871, además de la implantación del ferrocarril que hacía la movilidad más sencilla.

Las transformaciones urbanísticas de la era industrial se concibieron bajo la supervisión de gobiernos liberales y conservadores, por lo que, no había en ellos cabida para las personas menos favorecidas.

Más tarde otras ciudades recogieron el testigo de Haussmann como Londres, Florencia, Bruselas, Viena y Moscú. En España en cambio, se optó por hacer ensanches en las ciudades respetándose los barrios antiguos.

Arturo Soria fue más allá con su Ciudad lineal en Madrid que organizó bajo la premisa de que cada familia tuviera una casa con huerta y jardín. Para él, el contacto con la naturaleza era tan importante como la descongestión de los centros urbanos por medio del tranvía eléctrico. Con el tiempo, incluso la ciudad ideal de Arturo Soria fue engullida por el crecimiento desmedido de la capital.

París vuelve a adelantarse en lo urbanístico en el siglo XXI, gracias al empuje de la alcaldesa Anne Hidalgo y Carlos Moreno, Director Científico de la Cátedra del Territorio de la Universidad de la Sorbona, originando el proyecto “La ciudad de los 15 minutos”.

La idea es que cada ciudadano cuente con todos los servicios básicos (abastecimiento, entretenimiento, cultura, etc) a solo 15 minutos de su vivienda evitando, así, el traslado a centros urbanos para prevenir la aglomeración en horas punta. Esto significa descentralizar las ciudades y promover los desplazamientos a pie o bicicleta, relegando el vehículo privado a una movilidad fuera de las zonas urbanas o entre ellas dejando claro que la densidad poblacional es el primer problema al que enfrentarse.

c2En el Consejo de París del 18 de Mayo se estudiaron medidas para adaptar los espacios públicos a las nuevas exigencias de salud, un trabajo del Taller de Planificación Urbana de París (Apur) con el Departamento de Atractivo y Empleo de la Ciudad de París. Desde la máxima científica de que la polución acelera el efecto transmisor de enfermedades, este plan condena al vehículo de combustión en favor de los sostenibles y favorece el transporte público eficiente y seguro, además de otras formas de movilidad individual como la bicicleta que se está incorporando nueva señalización en calzadas y paneles para guardar las distancias físicas necesarias.

Algunas ciudades españolas apuestan por éstas medidas si bien crean bastante polémica su implantación, sobre todo con los carriles para bicicleta que eliminan espacio para el tráfico de los vehículos a motor. Valladolid, Lleida y San Sebastián son las ciudades que cuentan con más kilómetros de carril bici y otras ya se están sumando al proyecto sostenible europeo, pero es difícil cuando aún hay quienes incluso denostan a las corporaciones que apuestan por implantar otras formas de moverse, algunos solo pensando en su propio acomodo y beneficio sin pensar en el daño que ocasionan.

Algunas ciudades como Bruselas se han adelantado, transformando calles secundarias para favorecer el esparcimiento de la población, donde los mayores pasean, los niños juegan y se controla el tráfico rodado limitando la velocidad. Sin embargo, también hay que reestructurar las terrazas de restauración que deberían ocupar calles peatonales y aumentar las distancias para permitir el flujo de peatones entre ellas y las aceras.  Con respecto a la planificación, no serían como la Ciudad Lineal de Arturo Soria o el concepto de Ciudad Jardín de sir Ebenezer Howard, sino una superficie dividida en hectáreas de 200 a 400 habitantes cada una, con edificios de tres plantas a lo sumo y con espacios y servicios públicos dentro de la misma área, si bien, no todas las urbes se pueden permitir esa extensión para el número de personas que la habitan y ese es posiblemente el mayor desafío.

Otra solución a corto plazo y que ayudaría a reducir la masificación de tráfico rodado sería el fomento del teletrabajo y la educación a distancia, junto a la reducción de los horarios presenciales como rutina habitual, aun cuando acabe el riesgo que supone ésta pandemia, ir a un nuevo sistema de empleabilidad más flexible, donde incluso la conciliación familiar pueda mejorar y el “presentismo” de los trabajadores no sea indispensable, algo que al tejido empresarial español y a los mismos trabajadores en general les cuesta asimilar, unos  por la dependencia al control del empleado y los otros por la falta de costumbre de autogestión de la productividad.  Estas opciones disminuyen la movilidad de sectores vinculados a la clase media alta. Los trabajos físicos, los que realiza la clase media baja, seguirán empujándolos a transitar por la ciudad y a ocupar el transporte público corriendo más riesgos. 

El padre del posmodernismo Aldo Rossi ya nos decía que las catástrofes no ocasionaban los cambios en las ciudades, sino que aceleraban los que ya se estaban imaginando y esta pandemia, como otras antes, ha llegado para cambiar muchas cosas. Puede ser la forma en que la naturaleza nos intenta decir que algo estamos haciendo mal, que es el momento de replantearse muchas cosas. En muchos de nosotros ha calado la advertencia. Esperemos ser mayoría para darle una oportunidad a un progreso sostenible donde todos podamos caber, donde la naturaleza sea parte esencial de nuestras vidas y haya espacio para la diversidad. Para ello, tenemos que empezar desde ya a transformar nuestro entorno, nuestras ciudades.

Está claro que hay que reflexionar sobre el futuro de la convivencia en general. Mucho hay que hacer por parte de las instituciones y los agentes sociales, pero los ciudadanos también tenemos que poner de nuestra parte y, sobre todo, tratar de concienciar a los que les cuesta un poco más entrar en una dinámica de cambios que, parece que no va con ellos, cuando en realidad va con todo el planeta.

De Haussmann a 15 minutos modelo de ciudad después de la Covid19