jueves. 28.03.2024
Edificio CLESA | Arquitecto Alejandro de la Sota. Fuencarral (Madrid)

El patrimonio urbano, sea solar o edificio, debe entenderse como un bien común, como un activo público y no como mercancía puesta en el mercado inmobiliario, permitiendo su privatización y de las rentas que nacen de él.

Unas rentas generadas a lo largo del desarrollo de la ciudad durante decenios y siglos, que hoy son codiciadas por promotores y bancos privados, especialmente en aquellos sectores de la ciudad en los que se acumulan los valores de centralidad.

El continuado proceso de privatización de la ciudad, cada día más agresivo, exige una confrontación política y disciplinar, si de verdad creemos que el reto más importante y urgente al que tiene que responder el urbanismo, en su más amplio sentido, es la lucha contra "la desigualdad social y la injusticia espacial", como proclamaba Bernardo Secchi.

Especial importancia adquiere en esta batalla aquel patrimonio, sean suelo, infraestructuras o edificios incrustados en el tejido urbano, ya sea público o privado, cuyo uso actual ha decaído, convirtiéndose en "vacíos" reales o potenciales en el interior de nuestras ciudades, especialmente en las metrópolis. Vacíos que se ofrecen como "áreas de oportunidad" en la constante tarea de reconstruir y construir nuestras ciudades, haciendo verdad el paradigma de "construir la ciudad en la ciudad y con la ciudad". Porque la ciudad del mañana será peor o mejor que la actual, en función de lo que hagamos hoy.

Para no arruinar su potencial bastaría un primera y casi única pregunta, antes de cualquier decisión: ¿que debe construirse aquí que sirva para bien de la mayoría de los ciudadanos y no hipoteque el futuro imprevisible de la ciudad?

Vacíos y oportunidades que, con fino olfato y gran astucia, son detectados por los operadores inmobiliarios y financieros, como nichos en los que la apropiación de rentas (parasitarias o internas) se transforma en objetivo preferente, por considerarlas seguras y alcanzables a corto plazo, contando para ello con la tolerancia, benevolencia y connivencia de los poderes públicos, sean alcaldes o incluso ministros. Una astucia que pone en evidencia la ceguera de nuestras administraciones, especialmente grave en el caso de los ayuntamientos, incapaces de descubrir estas valiosas y ya presentes oportunidades, para reequilibrar y dotar de servicios y equipamientos a la ciudad. Incluidas las viviendas de promoción publica en alquiler.

Una ceguera debida en muchos casos a la pereza burocrática, al desconocimiento de la ciudad real y a la incultura urbanística de funcionarios y asesores. Por no señalar la presunta connivencia con los promotores privados, con los que comparten ideología política e intereses económicos, entregando así a la iniciativa privada el presente y el futuro de la ciudad. Razones suficientes que explican por qué los promotores privado necesitan y busca la benevolencia de las administraciones públicas, para hacer más seguros y rápidos los sustanciosos beneficios de cada operación. Tal es el espectáculo que ofrecen nuestras ciudades, en las que una gran familia de corrupciones y corruptelas pretenden camuflarse con el formalismo de la cooperación público-privada.

Cada una de estas operaciones va precedida y acompañada de brillantes y engañosas campañas de publicidad, pagadas por el promotor privado, anunciando y ofreciendo como una realidad próxima: la mejor ciudad de Europa, el más grande y modero centro de negocios del mundo, la torre más alta y esbelta y, por supuesto, miles de puestos de empleos para hoy y mañana. Ministros y alcaldes subyugados proclaman la buena nueva y aumentan los beneficios privados cada vez que su foto ilumina la presentación de una nueva maqueta.

Este proceso corrupto y dañino para la ciudad nace de la alteración del orden con el que se deciden los objetivos y contenidos de cada operación que surgen en cada oportunidad que ofrece la ciudad. En lugar de exponer desde los poderes municipales las necesidades, deseos y expectativas, sentidas por los ciudadanos y ponderadas por los responsables, técnicos y políticos, del desarrollo urbano, que pueden encontrar respuesta adecuada en este "espacio-oportunidad", se parte de las apetencias  del promotor privado y, a partir de ahí, se va negociando cuanta edificabilidad cabe otorgarle para que la cuenta de resultados sea todo lo beneficiosa a que aspira dicho promotor. Una negociación opaca que, forzando la normativa urbanística o incluso las leyes, dé los números apetecidos. 

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En  Madrid pueden encontrarse casos muy identificables, como ejemplos sobre los que comprobar o rebatir lo aquí expuesto. Chamartín como buque insignia y suma de todas las corrupciones; la venta de los Talleres de Precisión de Artillería, junto a La Castellana; las carpas de Tim Burton, en Delicias; Mahou-Calderón....Y, como más presencia en los medios en estos momentos, el caso de CLESA. Una lista a la que cabe añadir como un amenazante nuevo "error" la Operación Campamento.

El caso de CLESA cobra un interés especial al tratarse de un gran edificio de Alejandro de la Sota. La dimensión de este edificio y su parcela, la flexibilidad espacial que ofrece su rigurosa estructura, su buena conservación, la localización junto al antiguo pueblo de Fuencarral, su razonable accesibilidad, hacen de este edificio un holgado contenedor capaz de albergar nuevos usos que, conservando sus cualidades arquitectónicas definitorias, vengan a enriquecer la red de equipamientos a escala ciudad y, de forma más concreta y urgente, suplir las deficiencias ya detectadas en Fuencarral y los barrio del entorno.

En lugar de este ejercicio de responsabilidad por parte del Ayuntamiento, se debaten cuántos metros cuadrados más o menos pueden edificarse, qué diseño (en el peor sentido de la palabra) debe definir los pasillos y vestíbulos... Todo ello al servicio de actividades superfluas dadas las condiciones económicas y sociales que padece Madrid. Todo muy moderno y empaquetado para que lo parezca. Todo ostentoso y ostensible.

Volviendo un poco al principio de estas reflexiones, faltan las preguntas previas que deberían haber guiado el proyecto y que hoy valdrían para evaluar la propuesta actual sometida a debate. ¿Qué necesidades y aspiraciones de los madrileños pueden encontrar albergue en este a magnifico contenedor? ¿Qué capacidad de acogida ofrece el edifico sin anular sus cualidades esenciales como obra de arquitectura? ¿Que reclamaciones de los vecinos  de los barrios de su entorno, nunca debidamente atendidas, podrían encontrar respuesta en este espacio? ¿Por qué la presencia municipal queda como acompañamiento y cobertura del negocio inmobiliario

Está claro. Hoy por hoy, y desde hace ya unos decenios, el qué, el dónde, el cuándo y el para quién lo decide el todopoderoso imperio financiero inmobiliario, bajo la consigna "privaticemos las rentas que produce la ciudad"

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En un futuro inmediato, en nuestras ciudades globales va a aparecer con acelerada frecuencia la demanda de espacio para nuevas actividades, con distintas configuraciones espaciales (tamaño y forma) y novedosa formas de gestión. Al mismo tiempo, más actividades hoy vivas en la ciudad van a decaer por causas tecnológicas, ambientales, económicas o culturales, quedando como oferta espacial muchos edificios, suelos e infraestructuras vacíos de contenido, que constituirán nuevas áreas de oportunidad para la compleción y desarrollo de la ciudad. Si junto a estos fenómenos ajenos a nuestra voluntad y a nuestra capacidad predictiva, se afirmara como criterio hegemónico en el gobierno de la ciudad, el buen gobierno sensible a las penurias y aspiraciones de los ciudadanos, la consigna de "hacer ciudad en la ciudad", estos vacíos, ya presentes o expectantes, se convertirían en "el territorio" más adecuado para proyectar la ciudad del mañana. Para no arruinar su potencial bastaría un primera y casi única pregunta, antes de cualquier decisión: ¿que debe construirse aquí que sirva para bien de la mayoría de los ciudadanos y no hipoteque el futuro imprevisible de la ciudad? Después habrá  que establecer el cuánto y el cómo para garantizar la eficiencia física y social de lo allí se construya.

Hacer Ciudad en la Ciudad y con la Ciudad