viernes. 29.03.2024

Jorge Martín | Habitar en la calle de la Sombra o en la calle Carnicería, no es como hacerlo en la calle del Sol o de la Floristería. Del mismo modo, tampoco es lo mismo habitar en una calle dedicada al militar que fundó una unidad de choque para una guerra colonial y que acabó siendo utilizada como punta de lanza de un golpe de estado o en la represión de compatriotas por ser jornaleros, sindicalistas o intelectuales progresistas, que en una calle dedicada a una maestra que, como Justa Freire, se preocupó por innovar, motivar y estimular a los alumnos, por hacer de la escuela un reflejo del hogar y, a la vez, construir en torno al niño, un ambiente educativo y acogedor.

El ciudadano que habita ciertas calles no comprende la controversia que afecta a su calle o a su barrio y, de hecho, le genera cierto desasosiego, aun, rechazo: lo que quiere es que limpien las calles y parques, reparen las grietas y agujeros de las aceras o tener un centro de salud cerca, bien equipado, con personal suficiente, donde le puedan atender si tiene una urgencia: exige un barrio cuidado y una atención digna.

Sin embargo, si cada día, al pasar por ciertas calles de camino al trabajo, a hacer los recados por el barrio o a dar un paseo, pasan por sus ojos y su mente nombres como El Algabeño, nada le exhortará a reivindicar sus derechos o reclamar unos servicios públicos dignos y de calidad; los ardores guerreros de personajes como Millán Astray, no le estimularán a reclamar mejoras en las condiciones laborales y salariales o una adecuada y justa protección social cuando vienen mal dadas.

Los nombres de los belicosos, los golpistas, los represores de los trabajadores, solo pueden exhortar a la disciplina y a la obediencia ciega, acrítica, simplista, especialmente, hacia aquellos que se creen con el derecho natural de mandar y ser obedecido, es decir, de esos que “llevan” pulserita en la muñeca, pero “se llevan” los millones a paraísos fiscales, esos que se llenan la boca con la palabra Patria, pero a los que no les importa aplastar con sus abusos, privilegios y leyes hechas a medida, a sus compatriotas.

El nombre de una calle va más allá de un letrero o de una “guerra cultural” entre banderías políticas: el cambio que urge hacer en los nombres de algunas calles de Madrid, va de no limitarse a habitar una calle, un barrio o una ciudad, sino de vivirlas y de que, esa vida, se base en los derechos, la protección social, la dignidad, la inclusión, el bienestar, la solidaridad o la convivencia, va de una ciudadanía libre, consciente, educada, tolerante, responsable y solidaria frente a la sumisión, la desidia, la indiferencia  o la resignación que representan y promocionan algunos.

Habitar y... vivir: la importancia del nombre de las calles