martes. 23.04.2024
MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD

Gardel en la Torre Eiffel. 11 de diciembre de 1928

Miguel Ángel Manzanas, a la misma manera de Stefan Zweig en sus “Momentos estelares de la humanidad”, nos trae, en esta serie de textos que presentamos hoy, su visión poética y personal de otros grandes, fugaces y más recientes nuevos momentos estelares de la humanidad.

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Carlitos, es así: cuando el éxito llega, si el caprichoso azar, por una vez, decide arrinconarse en el hombro imperfecto del distinto, del que ofrece su genio, todo el mundo se enciende, todos quieren seguir esa vereda. Recuerda aquella noche, fue hace ya muchos años, antes de que ese avión abominable mordiese el suelo blanco de Colombia; tú rondabas París en una suerte de próspero abandono, era jugarse entero o no jugarse, y escogiste sin dudas lo primero. Fueron varias docenas de notables conciertos, de alquímicas veladas, de Maurice Chevalier y de la Baker. Un 30 de septiembre del año 28, en los Campos Elíseos, afrontaste París por vez primera: valiente tu debut en el Florida, en la colina loca de Montmartre. Aplausos exquisitos, las rosas arrojadas con descaro, salir a saludar doscientas veces: nada importaba nada, era todo destello, la vieja Europa bendiciendo al fa8cc2e3-8e60-4058-b7b9-a566d08afeb1gaucho, a ti, zorzal criollo, a ti que siempre fuiste un ángel inseguro. Pero ya conocías sobradamente la bala del engaño, el himno universal de las traiciones: por eso aquella noche decidiste esconderte. Casi nadie sabía que cambiabas de cifra, que era tu misterioso cumpleaños. Y era también un mar de luna llena: era un once perfecto de diciembre del año 28. Tuviste cierto miedo de caer al vacío, de entregarte al dominio de la sombra: es lógico, Carlitos, es normal, la torre Eiffel es grande y no entiende de leyes, la gravedad es símbolo imposible, el vértigo es un trauma natural. Era tu misterioso aniversario. Tú mirabas, coqueto, el horizonte, una copa de vino en la mano derecha y en la izquierda un retrato de tu vieja, de esa Berta Gardés que cada noche te acunaba con besos y palabras, de la madre que siempre, en su doble pobreza, supo estar a tu lado. Desde la inmensa torre, observabas el mágico neón de la noche florida, y todo la verdad en esa mueca, todo el orgullo noble del artista en ese gran silencio, en esos ojos pardos y llorosos que observaban las líricas estrellas. “Ojalá este momento perdurase por siempre”, pensaste mientras todos glosaban tu pericia. Pero tú estabas solo, entregado a ti mismo, amando el plenilunio, recibiendo el abrazo generoso de los dioses del tango. Desde el punto más alto de Lutecia mirabas los tranvías correr indecorosos, al gendarme borracho y a la hetaira maltrecha. ¡Tú, que anduviste a tientas por Corrientes, tú que eras “el franchute”, el rey de la canalla, quién pudiera decirte, hace ya veinte años, cuando tus pies lucían ligeros de alpargatas, cuando tu hermoso canto se entregaba por un vaso de vino, que fueras a triunfar eternamente, que irías a cubrirte de laureles en el viejo París!

Gardel en la Torre Eiffel. 11 de diciembre de 1928