viernes. 19.04.2024

Vi ayer al acabar el partido –soberbio partido, por cierto– de la selección, de la Roja, a Mariano Rajoy haciendo declaraciones sobre el tema. Nada importa lo que dijo, porque el de Santiago nada que no sea trivial puede salir de su boca, de esa lengua que sospecho no le cabe en la boca. Es un defecto físico que nada importa, que ni quita ni pone nada a su trivialidad. Es difícil encontrar un político más anodino, pero eso le ha ayudado a llegar a la presidencia del PP, porque a este partido y a ese cargo nadie que no sea tan anodino puede llegar; cualquier pensamiento original, cualquier idea original es un obstáculo para esa meta. De eso ya se ocupó Aznar y por eso le señaló digitalmente, quiero decir con el dedo, en lugar de a Rato el huidizo y de Oreja, otro anodino, al que el cese de la actividad armada de ETA le ha dejado en el paro. Lo importante para el de Santiago era estar ahí, apareciendo en televisión, hablando de futbol –es un decir–, aunque no tenga tiempo para dar explicaciones en el Parlamento y se niegue al debate del estado de la Nación. ¡Enterarse de que el prestatario de los 100.000 millones del FEEF es el FROB, un órgano del Estado español y que computa como deuda le ha dejado exhausto! La neurona que le queda no le da para más, porque la otra media que le ha quedado desde el esfuerzo de las oposiciones a registrador de la propiedad la tiene dividida en dos tareas: la intención de voto y la prima de riesgo.

El futbol es un sucedáneo de aquel principio militar de que la política es la guerra con otros medios, cosa mucho mejor que sea la guerra la política con otros medios, medios que ya sabemos que hacen pupita. El futbol es a los Estados modernos lo que la Olimpiadas lo fueron para la Hélade desde siglo VIII a. de C y siguientes. Cuando se enfrentan, por ejemplo, Inglaterra y Alemania resulta difícil aislarse de cuando la RAF destruía a los messermicht germanos y estos bombardeaban Londres en la II Guerra Mundial; cuando juegan Francia y Alemania pareciera que los franceses no puedan evitar recordar que los franceses han perdido todas las guerras con Alemania desde Napoleón. Cuando en el Mundial de España del 82 Tardelli marca el gol y a continuación aprieta los puños, tensa los brazos y grita a la vez que corre, parece sacudirse en nombre del pueblo italiano las humillaciones germanas y también austríacas de la historia. Quizá algo menos, pero cuando se enfrentan España con Francia parece inevitable que algún espectro del 2 de mayo de 1808 y algunas pinturas del genio de Fuendetodos quieran convertirse en actores. No digamos si juegan Alemania con Rusia y los 20 millones de rusos –la inmensa mayoría civiles– que mataron los militares germanos mandados a distancia por el campeón de los genocidas de la Historia. También algún vestigio de Aljubarrota se cuela cuando están sobre el verde césped disputando el balón españoles y portugueses, y eso que la batalla la ganaron los lusos. Cuanto más cercanos los países, más deudas históricas pretenden saldarse, pretensión vana, porque el futbol no da para más… afortunadamente. ¿Qué pasarán por sus cabezas cuando ahora juegan entre sí serbios, croatas, bosnios, montenegrinos en cualquier deporte? La lista de agravios imposibles de satisfacer se haría larguísima si añadimos Latinoamérica. En otros continentes quizá menos, porque el futbol llegó más tarde, pero quizá hubiera tenido algún efecto balsámico en África si hubiera llegado antes. El futbol es el más universal de los deportes politizados –con lo bueno y lo malo que eso entraña–, pero no es el único deporte. También tienen su rol el rugby en el torneo ahora de las 6 naciones, por ejemplo, entre ingleses, galeses, irlandeses y escoceses. Señalaba Ortega y Gasset una conexión entre la formación de lo que puede ser entendido como Estado griego con el deporte. Es posible que fuera verdad, porque el filósofo madrileño especulaba tanto en las esferas del pensamiento que es muy difícil que alguna vez no acertara. El hecho es que el futbol se ha convertido –y lo hace todos los días– en una especie de sucedáneo de enfrentamientos manu militari entre naciones y pueblos. Bien es verdad que quienes organizan las guerras no son los pueblos, aunque luego los historiadores de los vencidos se lo endilguen a los pueblos con tal de exonerar de culpa a los verdaderos organizadores y decisores de tales desatinos. Si en lugar de disparar balas, meter cañonazos o disparar misiles se pegan patadas a un balón y, además, se hace con el arte, tesón y tensión como lo hace la Roja, pues bienvenido sea. Cualquier cosa mejor que el llamado arte de la guerra, que consiste en matar para evitar que te maten, aunque no sepas ni cuestiones por qué te han llevado los que te han llevado a semejante tesitura. El futbol engendra y supura lo que yo llamaría el mínimo chovinismo aceptable. Es inevitable, pero en manos de gente normal no resulta dañino para la convivencia entre los naturales de un mismo país. En España hay un antinacionalismo vasco y catalán que utiliza el futbol para moldear sus ribetes fascistoides. Recuerdo al segundo de Del Bosque, el tal Toni Grande –futbolista de méritos escasos– que le quitaba la senyera que se había entorchado un jugador catalán de la Roja en el pasado Mundial. Ahora se las ha comido con papas porque ya es normal ver a los jugadores de la selección anudarse a modo de gigantesca faja o echarse sobre los hombros a modo de mantilla sus enseñas comunitarias. Sería saludable, no obstante, que cretinos como el tal Toni Grande no estuvieran en cargos públicos alimentados con nuestros impuestos.   

En España la utilización del futbol por la política está ligada indeleblemente a Franco y al Real Madrid. Hubiera podido ser otro equipo, pero lo fue el equipo merengue. El Sr. Bernabeu –don Santiago, por favor– cedió su campo para las demostraciones sindicales de la Dictadura; convirtió el campo de futbol del equipo blanco en lugar inevitable de la final de la copa llamada por el propio dictador “del Generalísimo”, y maniobró con intermediarios para que Di Stéfano se quedara en El Madrid definitivamente en lugar de compartirlo con el F.C. Barcelona. Más tarde el equipo de don Santiago se convirtió en el embajador, en la única ventana al exterior del dictador con sus 6 copas de Europa. Y don Santiago se prestó a ello, aunque parece ser que a regañadientes. Ahora lo utiliza Rajoy y sus secuaces en el Gobierno y demás poderes. Normal, porque además Rajoy y su PP son los herederos ideológicos y hasta antropológicos del franquismo y de la dictadura franquista. Lo llevan en los genes ideológicos, que también la ideología lleva genes, porque de lo contrario sería pensamiento crítico, y de esto huyen los del PP como de la peste. Ello tiene su reflejo en alguna prensa de la derecha. El ABC es paradigmático en ello. Este periódico decía en 1964 cuando la selección española ganaba la Copa de Naciones de Europa a la URSS en el Bernabeu que “lo mismo que se le había ganado en los campos de batalla se les había ganado al futbol”. Este periódico, que pregona su monarquismo como coartada, pero que en realidad fue baluarte del franquismo en la Dictadura y ahora es portavoz del PP en la democracia, evita llamar la Roja a la selección de Del Bosque. Así de mezquinamente facha este diario para vergüenza de los periodistas que trabajan en él. Y este es un ejemplo menor. Pensemos, por ejemplo, que a pesar de las evidencias, sigue llamando ayuda al rescate porque así cree favorecer a los intereses del PP. Volviendo al futbol, durante el franquismo se potenció el mito de la furia como pancarta del futbol español, en especial con la selección. Un mito que le venía bien al dictador, pero que no cosechó más triunfos que el de la Copa de Naciones de Europa del 64. Clemente, el seleccionador mal educado y camorrista, se creyó el mito y fracasó en su intento de conquistar títulos, aunque ganaba muchos amistosos.

Dejando a mezquinos y mezquindades mediáticas, este deporte tiene una grandeza de la que carecen otros, salvo alguna excepción como la comentada del rugby y de forma muy localizada. Es el deporte de los pobres, aunque luego un puñado se haga rico con él. Sólo se necesitan dos piedras a modo de postes y algo redondo y golpeable con los pies para jugar. Y en manos –mejor dicho, en los pies– de artistas como Xavi, Iniesta, Silva, Cesc, Pirlo, Özil, Messi, se convierte en arte. En el pasado hubo otros y estos son sus herederos. Por eso los futboleros lo disfrutamos a pesar que otros quieran convertirlo en el panem et circenses modernos, pero no lo van a conseguir, no lo consiguen, aunque la cruda realidad parezca evaporarse por sus títulos y conquistas como ahora es el caso español. Pero es flor de un día, porque al día siguiente seguiremos las políticas de recortes sobre educación, sanidad, impuestos, dependencia, subida de precios, etc. que Rajoy y sus secuaces practican para dar satisfacción a la Merkel y a los mercados, aunque digan que todo lo que están haciendo para crear empleo –ni siquiera es creíble como intención–, y que el paro y la prima de riesgo desmienten por más que la lengua del compostelano diga lo contrario. Pero eso no nos distrae a los que no tenemos un gramo de chovinismo, porque creemos, con Miguel Delibes, que nuestra patria es la infancia y –yo añado– sólo nuestra infancia. Nos gusta la selección, nos gusta la Roja, nos gusta como juega y cómo nos satisface, aunque sea por breves momentos, aunque sólo sea durante 90 minutos una vez al mes, porque la felicidad es eso: breves instantes de emoción y la larga vida de su recuerdo.

Fútbol y politización