jueves. 28.03.2024

No fue hasta que la plana mayor de las estrellas de Hollywood se auto fotografió en medio de la ceremonia de los Oscars, que el ‘selfie’ entró a formar parte oficialmente de la cultura popular como sinónimo de ‘cool’

2014 ha sido el año de Podemos, Felipe VI, la crisis ruso ucraniana, las protestas en Hong Kong, el fin del bloqueo a Cuba… y el ‘selfie’. Obama, el Papa o la reina Letizia han sucumbido al encanto de la auto foto borrosa, descontextualizada y capaz de dar al traste con la fotogenia de los rostros más amados por el objetivo de la cámara convencional. Pero no fue hasta que la plana mayor de las estrellas de Hollywood se auto fotografió en medio de la ceremonia de los Oscars, que el ‘selfie’ entró a formar parte oficialmente de la cultura popular como sinónimo de ‘cool’ e imagen de marca (que se lo digan al pequeño Nicolás). Curiosamente, en el año de la consagración del ‘selfie’ –una suerte de disminución del Yo convertido en producto de consumo masivo- se cumplía el 75 aniversario de la muerte del padre del Ello, el Yo y el Super Yo, y una de las figuras capitales del pensamiento del siglo XX: Sigmund Freud.


El ‘selfie’ de los Oscars

En 1939, veintidós días después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Freud moría en su exilio londinense. Ese mismo año se estrenaba El mago de Oz, adaptación cinematográfica de la gran alegoría del sueño americano basado en el materialismo, escrita por Frank L. Baum. El psicoanálisis y el sueño americano habían discurrido paralelamente desde sus inicios. Nacidos en el mes de mayo de 1856, con tan solo nueve días de diferencia, Freud y Baum recibieron al siglo XX como embajadores de Morfeo. En 1900 el médico austriaco sacaba a la luz su obra capital La interpretación de los sueños, aplicación de sus teorías sobre el inconsciente al mundo de los sueños, mientras que el escritor publicaba El Mago de Oz, novela que narraba las peripecias de una niña durante su viaje a un mundo fantástico a través del cual Baum hablaba del sueño americano de autosuperación.

Freud y Baum planteaban así la nueva centuria como un viaje a las profundidades del alma. El primero sentando las bases de una aventura intelectual sin precedentes. El segundo proponiendo una alegoría sobre el potencial de Norteamérica capaz de instalarse para siempre en el imaginario colectivo gracias en gran parte a su posterior adaptación al cine. Freud apuntaba en su libro por primera vez su teoría del complejo de Edipo. Baum buscaba con su novela redefinir el concepto del cuento de hadas clásico, desproveyéndolo del romance y la violencia por considerarlos inapropiados para los niños. Si bien ambos trabajaban con la infancia, mientras uno localizaba en ella los traumas de la edad adulta, asociándolos a la sexualidad y la familia, el otro la protegía de elementos conflictivos. Norteamérica se sumía en un sueño con final feliz y Europa se encaminaba hacia la pesadilla.

En 1914 comenzaba en Europa la Primera Guerra Mundial. La participación de Estados Unidos en el conflicto con el fin de garantizar la democracia en el viejo continente fue acogida con entusiasmo gracias a una hábil campaña de relaciones públicas orquestada por Edward Bernays, el sobrino norteamericano de Sigmund Freud y asesor en la Casa Blanca. Acabada la contienda Bernays, fascinado por las teorías de su tío sobre el inconsciente y el carácter irracional de las masas, decidió ponerlas al servicio de la gran empresa. De la mano de Bernays las corporaciones estadounidenses se convirtieron en una gigantesca maquina generadora de deseos, capaz de despojar al individuo de su condición de ciudadano para hacer de él un consumidor. Comenzaba así la edad de oro del consumismo y la publicidad. El éxito de Bernays fue tal que, más adelante, junto con la hija de Freud, llegaría a colaborar con la CIA, apoyando el neoliberalismo a lo largo y ancho del globo.

Al final de El Mago de Oz sus protagonistas, marcados por carencias que les hacen no tener confianza en si mismos, se entrevistan con el falso mago del título en busca de ayuda. El mago les entrega a cada uno un objeto que simboliza aquello que les falta (inteligencia, valor y capacidad de amar) para que de ese modo sigan adelante. La seguridad en uno mismo venía dada en la obra de Baum de la mano de un objeto material obsequiado por un gurú. El psicoanálisis se basaba en la exploración -por parte de otro gurú- del pasado del paciente con el objetivo de detectar el origen de sus traumas y, a través de él, encontrar la clave para su superación. Para Freud la seguridad en uno mismo se lograba viajando a los orígenes en pos de una llave intangible. El 'nuevo mundo' encontraba la solución en el materialismo. El 'viejo continente' era esclavo de su historia. 

El uno de septiembre de 1939 las heridas abiertas de la Gran Guerra daban lugar a  la Segunda Guerra Mundial. Veintidós días después Sigmund Freud, el hombre que había desvelado la trastienda de los sueños, moría a los ochenta y dos años. Entretanto, la versión cinematográfica de El Mago de Oz resucitaba la novela de Baum transformando el prodigioso viaje a Oz en un sueño de su protagonista, Dorothy. Acabada la guerra Europa, devastada, dejaba paso a Estados Unidos como primera potencia mundial. El materialismo estadounidense se imponía victorioso a lo largo del camino de baldosas amarillas haciendo del sueño americano el sueño de la centuria. El Yo freudiano era fagocitado por el Yo consumista diseñado por Edward Barneys. Un Yo laxo y alienado cuyos oscuros impulsos irracionales eran más manejables por las élites de cara a evitar hecatombes como las dos guerras que habían asolado el planeta. El sobrino de Sigmund Freud había contribuido a moldear el siglo XX tanto o más que su tío y, no contento con eso, guardaba quizás un as en la manga. En los albores del siglo XXI puede que el Yo consumista haya dado paso a un nuevo concepto: el consumo del Yo, o el consumo humano. Parece como si los productos materiales ya no fueran el principal objeto de deseo con el que domesticar a las masas, sino que el producto ahora fuéramos nosotros. ¿Acaso a través de redes sociales como Facebook o Instagram, o de aplicaciones de encuentros como Tinder, la exhibición, cosificación y venta constante del Yo en forma de auto foto no se ha convertido en la manera de disminuirlo, haciéndolo aún más laxo y manejable? ¿Ha empezado a mutar el Yo freudiano (entidad con criterio, seguidora del principio de realidad, conciliadora de las demandas del Ello –impulso- y el Super Yo –ética-) en ‘selfie’?. Al igual que en la alegoría de Baum, parece como si, para encarar el nuevo siglo, un mago nos hubiese hecho entrega de un móvil con el que hacernos ‘selfies’, versiones jibarizadas de nosotros mismos capaces de avanzar cada vez más ligeras por la senda de baldosas amarillas.


Escena de El Mago de Oz (1939)

Del Yo freudiano al ‘selfie’