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Tal como según Einstein la energía equivale a masa por velocidad al cuadrado (E = MC2), la ética de Kant serían las circunstancias e inclinaciones divididas por una buena voluntad a la enésima potencia descontando al azar (EK=C+I / BVe-A)
A mi juicio, Kant sería el Einstein del universo ético-político, al modo en que Kant definió a Rousseau como “el Newton del mundo moral”. Einstein vislumbró los horizontes de la física cuántica gracias a sus imaginativos e ingeniosos experimentos mentales, dejando en otras manos la comprobación empírica e incluso matemática de sus fórmulas. Lejos de frecuentar un laboratorio, Einstein alumbró su teoría de la relatividad sin tan siquiera visitar la biblioteca más cercana, porque cerraba cuando salía del trabajo. Fue durante sus paseos hacia la oficina de patentes donde trabajaba, cuando imaginó las osadas tesis que revolucionarían nuestro modo de comprender el cosmos.
De igual modo, Kant no establece ningún principio concreto como criterio moral y propone únicamente atender a la forma de una ley autónoma forjada por nosotros mismos. Dentro del ámbito moral, Kant nos propone realizar un experimento mental en el foro de nuestra conciencia para ver si cabría o no aplicar las tres formulaciones del imperativo categórico.
Einstein vislumbró los horizontes de la física cuántica gracias a sus imaginativos e ingeniosos experimentos mentales, dejando en otras manos la comprobación empírica
Lo que cuenta en el plano moral es no instrumentalizarnos más de la cuenta y establecer criterios válidos para cualquiera bajo cualquier circunstancia, como si nuestra pauta de conducta pudiera verse generalizada sin causar daño. En la tercera Crítica se retoman esas directrices formuladas de otro modo. Recordemos el famoso parágrafo cuarenta que tanto destacó Hannah Arendt. Allí se vuelve a insistir en que debemos pensar por cuenta propia sin admitir dogmas indiscutibles y adoptar al mismo tiempo el punto de vista del prójimo (la place d’autrui de Leibniz), actuando en consecuencia.
Merced al experimento mental cifrado en el imperativo categórico kantiano, aplicamos a los fenómenos una perspectiva nouménica, situándonos con ello fuera de las coordenadas espacio-temporales. Como en la paradoja cuántica del gato de Schrödinger, donde un felino podría estar vivo y muerto a la vez, sabemos que nos condiciona la causalidad eficiente y somos un eslabón más en el torrente de las circunstancias, pero simultáneamente podemos adoptar una ramificación posible del universo, al obrar moralmente.
Kant no establece ningún principio concreto como criterio moral y propone únicamente atender a la forma de una ley autónoma forjada por nosotros mismos
La diferencia es que, al hacerlo así, cabe dar al traste con los condicionamientos y cambiar el orden de las cosas. El observador que aplica una lente moral puede introducir una modificación sustancial, si decide no dejarse llevar sin más por las inclinaciones, lo cual haría fácilmente predecible su comportamiento, y opta por actuar como si fuera libre de comportarse alternativamente. Para ello no debe seguir ciegamente sus pulsiones ni acatar unos preceptos heterónomos, por muy divinos que puedan parecer. A ojos de Kant, Dios viene a identificarse cabalmente con la razón ético-práctica y auto-legisladora.
Mediante su formalismo ético, Kant nos propone ser los creadores absolutos de nuestros actos. Al comportarnos autónomamente, decidimos no transferir nuestra responsabilidad a instancias ajenas, y por eso nuestra conciencia moral oficia como juez supremo cuya sentencia es inapelable. Ciertamente, no importan las consecuencias, porque lo que cuenta es una voluntad buena de suyo independientemente del éxito alcanzado. No se trata de jugar a los dados del cálculo prudencial y dejar el resultado en manos de la suerte. Aquí la probabilidad es de otra naturaleza, puesto que justamente nos emancipa del azar.
Si descontamos el temor al castigo y la persecución de una recompensa, podremos actuar autónomamente, pero todavía hay que dar un paso más
Einstein decía creer en ese dios de Spinoza revelado por las armónicas leyes que rigen cuanto existe sin ocuparse del obrar humano. A su parecer, bailamos al son de una tonada misteriosa que toca un músico invisible situado en lontananza. En cualquiera de sus escalas del microcosmos o el macrocosmos, conocemos la naturaleza según el modo en que se planteen las cuestiones. Kant vino a decir algo similar con su imposible desvelamiento de la cosa en sí. Nuestra mente tiende a trazar conexiones teleológicas porque nos proponemos fines constantemente, pero eso no significa que tal estructura tenga un correlato homólogo en lo real.
Con todo, sí podemos zafarnos del determinismo causal proponiéndonos metas morales que contradigan los nexos causales. Cabe romper esa cadena desobedeciendo a las inercias de nuestras pulsiones e inclinaciones, creyendo que podemos actuar de un modo diferente acorde con las formulaciones del imperativo categórico. De ahí que resulte tan certera la lectura de Kant realizada por Javier Muguerza con su imperativo de la disidencia. Cuando perseguimos nuestra felicidad sin miramientos, podemos causar daño a los demás, y por eso debemos intentar ver las cosas como el Espectador Imparcial de Adam Smith o bajo el rawlsiano velo de la ignorancia. Si descontamos el temor al castigo y la persecución de una recompensa, podremos actuar autónomamente, pero todavía hay que dar un paso más, cual es el de suscribir un desinterés momentáneo que nos permita tomar decisiones acordes con una legislación ética universal.
En definitiva, como se dice al comienzo de la Fundamentación para una metafísica de las costumbres:
No es posible pensar nada dentro del mundo, ni tampoco fuera del mismo, que pueda ser tenido por bueno sin restricción alguna, salvo una buena voluntad. Inteligencia e ingenio, es decir, los talentos del espíritu, coraje y tenacidad, las cualidades del temperamento, pueden ser cosas buenas y deseables, pero también extremadamente malas y dañinas. Otro tanto sucede con los dones de la fortuna (Kant, Fundamentación AA 04 393)