domingo. 06.10.2024
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Pese a su prestigio académico y a su popularidad, el término gentrificación probablemente no resulta útil ni provechoso para entender la problemática del impacto del turismo en los entornos urbanos. Más bien induce a confusión

Resulta cada vez más habitual, al referirse al impacto de la actividad turística en las ciudades españolas, utilizar dos neologismos: turismofobia y gentrificación. Ambos términos aparecen frecuentemente relacionados porque se supone que la turismofobia emerge como consecuencia fatal de la gentrificación turística de las ciudades y los barrios. El primero de los dos términos es reciente y define los sentimientos de rechazo, más o menos acusado, que los turistas suscitarían en la población local a medida que la ratio de los primeros sobre los segundos se incrementa por su llegada masiva en unos destinos concretos y en unos lugares específicos, desbordando así la capacidad de carga del territorio. No obstante, se trata de un término acuñado ad hoc, más como una etiqueta que como un concepto con una mínima capacidad heurística. En efecto, tal como se afirma en el informe elaborado por Claudio Milano Overtourism y Turismofobia: Tendencias globales y contextos locales publicado por Ostelea School of Tourism & Hospitality: “(…) el boom del uso del término turismofobia se explica en el uso, tal vez impreciso, que los medios de comunicación han empleado para referirse a la manifestación de un malestar social contra la presión turística”. Se trata, pues, de una etiqueta periodística de uso indiscriminado que con el tiempo ha ido degenerando en un mero cliché sin apenas valor analítico.

Por el contrario, el término gentrificación es más antiguo y su origen en este caso es académico, no periodístico. En este sentido, goza de un mayor empaque intelectual. Este neologismo fue acuñado en 1964 por la socióloga marxista Ruth Glass (1912-1990) en el libro London: Aspects of Change, editado por el Centre of Urban Studies de Londres. Según afirmaba Glass en relación al caso de la capital británica a mediados de la década de los sesenta: “uno por uno, muchos de los barrios obreros han sido invadidos por la alta y la baja clase media (…) Una vez que este proceso de ‘gentrificación’ comienza en un distrito, éste continúa rápidamente hasta que todos o la mayoría de los ocupantes de clase obrera son desplazados y todo el carácter social del distrito cambia”. Así, según esta autora, se trataría de un fenómeno habitual en grandes ciudades como Londres. En estas urbes, las antiguas clases trabajadoras que viven en barrios humildes y, muchas veces, degradados son progresivamente expulsadas por unas nuevas clases medias que ocupan estos emplazamientos, rehabilitándolos y transformándolos en lugares burgueses y acomodados. En español los términos equivalentes serían “aburguesamiento” o “elitización”, aunque éstos no han hecho fortuna como sustitutos de “gentrificación”; una mera traslación a nuestro idioma del término inglés. 

Conviene detenernos en la etimología de la palabra. “Gentrification” es un neologismo que deriva del término gentry que el diccionario de Oxford define como: “personas de buena posición social, específicamente la clase de gente justo por debajo de la nobleza.” A su vez, gentry, deriva del término inglés gentle que significa gentil y del que también deriva el término inglés gentlemen. Así pues, en la Edad Media gentry se refería a las clases terratenientes medias y bajas sin títulos de nobleza, a los caballeros y a la incipiente burguesía de la época, en definitiva, a las clases medias de aquel entonces, aunque el concepto clase media es muy posterior y, en este sentido, conviene utilizarlo en este contexto con mucha prevención. En resumen, la gentrificación designa aquel proceso por el que una población pobre de un barrio depauperado es sustituida, de forma más o menos abrupta, por una población de clase media que reconstruye y revitaliza el entorno, integrándolo en la dinámica de la ciudad de la que éste forma parte.

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¿Se puede hablar en puridad de “gentrificación turística”? Entiendo que no. Bajo mi punto de vista este concepto es un oxímoron y, por lo tanto, carece de sentido

Este último punto es importante puesto que en sí mismo el término gentrificación no tiene por qué tener una connotación peyorativa. Ciertamente, Glass lo veía como algo negativo pero esto era debido al sesgo marxista de su enfoque. No obstante, desde una perspectiva liberal, se puede entender que la gentrificación no es más que la respuesta de los mercados a la emergencia de una nueva demanda sobre un espacio concreto que se sustancia en un mayor aporte de inversión en capital físico y en capital humano. Ese aporte de capital incrementa el valor económico de los activos tangibles e intangibles de ese espacio y del propio espacio en sí, lo cual incentiva nuevos y mayores aportes en un círculo virtuoso que permite convertir una zona degradada e irrelevante en un barrio acomodado y prestigioso. No cabe duda que la consecuencia indeseada, aunque inevitable, de ese proceso es la expulsión de la población con menos recursos como resultado del incremento de los precios de las viviendas, de los alquileres y de los precios de los bienes y servicios en general proveídos en el territorio. Sin embargo, teniendo en cuenta que la mera presencia de dicha población en la zona disuade a los inversores, no cabe duda que la rehabilitación y puesta en valor de estos barrios exige su expulsión, máxime cuando existe una fuerte presión por unos espacios ocupados que son del interés de una población foránea de mucho mayor poder adquisitivo. Así, coexisten dos lógicas antagónicas en relación a este fenómeno: una lógica ética y filosófica, muy a menudo de inspiración académica, muy crítica, aunque expresada estrictamente en términos retóricos y en una cierta resistencia social, y una lógica política y, muy especialmente, económica favorable a estos procesos que se sustancia en prácticas y en políticas de impulso y desarrollo de los mismos. Eso explica que a pesar de las muchas críticas, la gentrificacion de las ciudades avance sin apenas obstáculo alguno a un ritmo acelerado, transformando cada vez más espacios urbanos.

Todo lo cual nos lleva al siguiente punto: ¿se puede hablar en puridad de “gentrificación turística”? Entiendo que no. Bajo mi punto de vista este concepto es un oxímoron y, por lo tanto, carece de sentido. Intentemos razonar el porqué de esta apreciación. En primer lugar “gentrificar” implica sustituir una población residente por otra población residente. Es decir, se trata de una transformación del tejido social de un barrio o ciudad debida a un profundo cambio en su composición demográfica. El barrio cambia porque cambian las personas que habitan en él. No es ese el caso de las localidades o barrios turísticos en los que la población residente es desplazada por una población flotante que visita y usa los recursos del territorio, pero que no se integra en la vida y dinámica de dichas localidades o barrios. Las zonas turísticas se degradan por un sobre-uso que excede su capacidad de carga más allá de los límites de su sostenibilidad. Ambas cosas no pasan en el caso de los barrios gentrificados porque, primero, no hay un incremento significativo de la población residente, es decir, no se supera la capacidad de carga del territorio, y, más importante todavía, porque esta nueva población residente tiene fuertes incentivos para invertir en el barrio, para cuidarlo y rehabilitarlo puesto que es “su” barrio. La existencia de derechos de propiedad claros y definidos sobre el conjunto de los recursos del territorio por parte de las personas que habitan en él, y el mayor poder adquisitivo de las mismas garantizan esta inversión y garantizan el esfuerzo constante y cotidiano para preservar y mejorar dichos recursos. Por el contrario, la turistificación del territorio es un claro ejemplo de “tragedia de los comunes”, concepto acuñado por el ecologista estadounidense James Garrett Hardin (1915-2003) en un artículo de 1968 y más tarde desarrollado por la politóloga estadounidense y Premio Nobel de Economía en 2009 Elinor Ostrom (1933-2012). La idea expuesta por Hardin en su artículo es que la característica ausencia de derechos de propiedad de los recursos comunes promueve el sobreconsumo y sobreexplotación de los mismos y, por lo tanto, su degradación y extinción, debido a que esos recursos carecen de dueños con intereses específicos en su preservación (ambos autores se referían especialmente a los recursos naturales, pero este enfoque puede usarse igualmente aplicado a otro tipo de recursos). Eso no sucede en los barrios gentrificados por las razones ya expuestas, pero sí sucede en los barrios turistificados. En efecto, en estos últimos los empresarios turísticos tienen incentivos para invertir en su empresa o compañía, ya sea ésta un hotel, una agencia de viajes, un comercio o un local de ocio, pero no en invertir y preservar el entorno urbano. Así, estas compañías tienden a externalizar en el territorio los costes que generan sus actividades (masificación, ruidos, incivismo, inseguridad, deterioro del patrimonio, etc.). A su vez, los turistas al estar de paso tampoco tienen incentivo alguno para respetar los recursos de unas localidades y unos barrios que no son los suyos ni los de su país. Al final, el cuidado del territorio queda en manos de unas administraciones públicas dirigidas por funcionarios de carrera y por políticos que, por razones obvias, tampoco tienen mucho interés en cuidar y preservar sus recursos. De ahí, la “tragedia”.

Finalmente, la confusión entre turistificación y gentrificación está muy relacionada con el incremento de precios de los bienes y servicios del territorio debido a la demanda turística. Este fenómeno se vincula erróneamente al mayor poder adquisitivo de los turistas en comparación con los locales. Ya hemos comentado que en los procesos de gentrificación el incremento de precios está relacionado con el mayor nivel de renta de las clases medias que progresivamente se instalan en el barrio. Al observar también estos incrementos de precios en las zonas turísticas, suponemos que los niveles de renta de los turistas son superiores a los de la población autóctona y, por esto motivo, utilizamos el concepto de gentrificación, en este caso, turística. No obstante, eso no tiene porqué ser así. Efectivamente, el incremento del nivel de precios puede ser debido a dos factores. Uno, al incremento cuantitativo de la demanda, es decir hay más personas consumiendo y no, como en el caso de la gentrificación, el mismo número de personas pero con mayor nivel de renta. Así pues, el incremento de precios se debe al mayor número de consumidores y no al mayor nivel de renta. En segundo lugar, el turista durante sus vacaciones tiende a mantener un nivel de gasto superior al habitual. De hecho, la mayoría de los turistas ahorra o se endeuda para generar ingresos que serán utilizados para financiar sus gastos vacacionales. Por lo tanto, el mayor nivel de gasto de los turistas versus los locales no tiene porqué ser debido a su mayor nivel de renta, sino al sobreconsumo característico de los turistas. De hecho, en España una parte significativa de los turistas británicos, franceses y alemanes que vienen a pasar sus vacaciones en localidades turísticas como Lloret, Salou o Magaluf o que visitan Barcelona, por poner algunos ejemplos, pertenecen a la clase media-baja o baja, muchos de ellos jóvenes con apenas recursos que vienen a nuestro país a través de paquetes turísticos y ofertas low cost.

En resumen, pese a su prestigio académico y a su popularidad, el término gentrificación probablemente no resulta útil ni provechoso para entender la problemática del impacto del turismo en los entornos urbanos. Más bien induce a confusión. Quizás convendría emplear otros neologismos como “resortización” (de resort) o el ya mencionado concepto “turistificación”. O “desertificación turística”. O quizás lo más sensato sería resistir la tentación y abstenerse de usar términos simples para etiquetar fenómenos tan complejos como el del turismo.  


Albert Beltran i Cangròs | Profesor e investigador de la Escuela Universitaria de Turismo Ostelea

El falso debate de la gentrificación turística