viernes. 29.03.2024

Siendo la educación una de las claves para lograr la evolución y el progreso de la sociedad, es imprescindible reflexionar sobre la educación del futuro, cuál puede ser su contribución al desarrollo de la sociedad y si la LOMCE, aprobada por el Partido Popular -con la oposición de todos los grupos parlamentarios- es capaz de dar respuesta a los retos de una educación pública de calidad en unos centros educativos también públicos renovados. Subrayo lo de “pública” porque, sin una educación pública de calidad, cualquier intento y esfuerzo por lograr la evolución y el progreso de la sociedad estarían abocados al fracaso.

Es evidente que cuando un sistema educativo no consigue de modo suficiente los objetivos pretendidos, se hace necesario un análisis profundo de las causas que impiden alcanzarlos para intentar corregirlos. La LOE fue un intento serio y responsable de dar solución a aquellos posibles fallos; pero el corto tiempo transcurrido desde su aprobación hasta la llegada del Partido Popular al gobierno no ha sido suficiente para evaluar su eficacia. El gobierno de Rajoy y el ministro Wert, -a semejanza de lo que ocurrió a la LOGSE con Aznar como presidente y Esperanza Aguirre como ministra de educación- con afán de revancha, arremetieron contra la LOE, y con un cinismo sectario por resolver los fallos del sistema educativo, enarbolaron el mantra de buscar una educación de calidad, desde una pretendida exigencia: había que cambiar el sistema educativo socialista sin más, con el insultante engaño, tácito y explícito, de que ni el profesorado ni las leyes educativas anteriores educaban con esfuerzo y rigor ni pretendían una educación de calidad. Sin embargo el ministro Wert, en el marco de la verborrea que utiliza desde que se hizo cargo de la cartera de educación, nunca dejó claras cuáles fueron las razones pedagógicas que aconsejaban modificar el sistema educativo no universitario. Hemos ido descubriendo, a posteriori, que aquella necesidad de cambio era parte de los débitos ideológicos y religiosos a pagar por el apoyo electoral al PP de los sectores más integristas y conservadores de la sociedad y más reaccionarios y ultra-católicos de la Conferencia Episcopal española.

Cuando desde el partido del gobierno se ha abordado una reforma, pretendidamente profunda y de calidad del sistema educativo - con nula aceptación por parte de amplios sectores de la sociedad-, trataré de ir dibujando, desde mi opinión y en artículos sucesivos, algunas ausencias incomprensibles que debía incluir la Ley recientemente aprobada y que no están contempladas sobre cómo afrontar el futuro desde la educación y para qué tipo de sociedad queremos educar; son ausencias que harán inviable la LOMCE (“ley Wert”), a la que auguro un dudoso éxito, cuando no, un seguro fracaso.

Desde la Conferencia Mundial, organizada por la UNESCO, sobre la Educación para todos, celebrada en marzo de 1990 en Jontiem (Thailandia), existe consenso de que la educación ya no puede ser considerada únicamente como un derecho social e individual, sino además y, de modo importante, como un factor necesario para lograr el progreso y el desarrollo de cada país, no sólo desde la perspectiva económica sino también social y cultural; en las sociedades progresistas un sistema educativo no puede conformarse sólo con ordenar académicamente el currículo -por importante que sea- sino que debe responder de manera justa y equitativa a las necesidades de sus ciudadanos, en cualquiera de las circunstancias en las que éstos se encuentren.

En todas las directivas educativas de la Unión Europea se destaca que uno de los objetivos principales es en conseguir una educación de calidad que responda a las nuevas demandas sociales de modo eficaz y proporcione no sólo un incremento en la calidad de vida de los ciudadanos sino, sobre todo, en justicia, equidad e igualdad de oportunidades para todos. El Programa “Europa 2020” hace hincapié, en relación con la dimensión europea de los sistemas nacionales, en que todos los países miembros deben considerar importante aumentar la participación en la movilidad en la educación y la formación; y constata que, a pesar de algunas iniciativas prometedoras, las estrategias nacionales, como sucede en España, están siendo insuficientes.

Objetivo básico de la educación es siempre educar para vivir en una determinada sociedad. Las etapas infantil, primaria y secundaria obligatoria tratan de desarrollar las capacidades básicas de convivencia social, mientras que los niveles superiores de educación secundaria postobligatoria, formación profesional y enseñanzas universitarias forman y preparan en competencias básicas necesarias para determinados roles y profesiones.

En gran parte del mundo -en la Europa comunitaria de modo especial- la sociedad moderna se ha hecho más compleja, más amplia y más diversa. El entorno social dentro del cual se desarrolla la vida de los hombres y de las mujeres de hoy ha ampliado mucho sus posibilidades. No es ya la ciudad o la región, ni siquiera el país. Actualmente son muchos los ciudadanos que viajan fuera de sus fronteras o tienen frecuente comunicación con el exterior. Nuestros niños y jóvenes se mueven en horizontes geográficos más amplios de los que en otros tiempos tenían las personas adultas que podían permitirse el lujo de viajar. Nuestra convivencia se ha ampliado en círculos concéntricos que definen entornos sociales no inmediatos y culturalmente diversos.

La ampliación de horizontes del entorno social y la diversificación de los niveles de la convivencia se han producido en Europa con mayor intensidad que en otros continentes. En Europa asistimos actualmente a un proceso acelerado de diversificación social, económica, política, de convivencia, que se superponen y jerarquizan entre sí en una gradación compleja donde los sentimientos y la conciencia de patria, o los de pertenencia a un Estado, quedan no sólo relativizados sino integrados en organizaciones varias de identidad social, estratificada y polimórfica. La estructura rígida de los Estados, fuertemente centralistas, nacida al liquidarse el régimen feudal y desarrollada a lo largo de las Edades Moderna y Contemporánea, ha sufrido un proceso de honda mutación, donde cuentan, por un lado, unidades menores de convivencia - las regiones, las ciudades, las naciones, cuyos límites no coinciden con los del Estado-, y, de otra parte, organizaciones mayores, supraestatales, como la Unión Europea. En Estados de tradición centralista están cobrando peso creciente las regiones o nacionalidades. España es un ejemplo claro de esta transformación; tiene un planteamiento constitucional, que se separa del Estado centralista pero que no coincide tampoco con la organización federal; está organizada, por la Constitución de 1978, como Estado de las Autonomías. Lo que hay de común en estos diferentes planteamientos -federales, autonómicos o meramente regionalistas- es que el Estado ha dejado de constituir la única unidad política y de convivencia, frente a la cual están los individuos. El nuevo auge que, por otra parte, están adquiriendo la convivencia urbana, la vida cultural y la toma de decisiones en las ciudades restituye a éstas un papel en la vida civil y política que no habían tenido desde la Edad Media. Se dibuja, pues, un complejo panorama en el que se jerarquizan distintos entornos sociales de creciente generalidad: la ciudad, la región o acaso la nación (autonómica o federalmente organizada) y el Estado. No querer ver esta realidad o, peor, negarla y rechazar todo tipo de diálogo, es mantenerse en una situación permanente de conflictos, como está sucediendo entre el Gobierno de Madrid y el de la Generalitat catalana, que enfrenta a uno y o otro ejecutivo, con posiciones muy distantes, en un clima de tensión y carentes de recíproca responsabilidad.

Y sin embargo, cualquier nueva configuración política y social ha de tener su repercusión en los sistemas y los procesos educativos, cuya finalidad esencial es favorecer la socialización de los individuos, contribuir a su maduración como personas y a su conversión en ciudadanos capaces de vivir y convivir en sociedad.

Frente a la boutade del señor Wert -con la política del “desden” que le caracteriza-  proclamando en sede parlamentaria de que uno de los objetivos de la LOMCE era “españolizar a los alumnos catalanes”, otros tenemos claro que la escuela y las instituciones educativas de hoy no han de educar sólo para ser ciudadano de un Estado, nación o de un determinado pueblo o ciudad; han de educar también en la identidad y la pertenencia a otras unidades humanas de convivencia, de entornos más amplios, como por ejemplo, para esa Europa a la que pertenecemos, que constituye una unidad histórica y cultural - todavía con límites difusos y problemáticos- para la solidaridad entre los pueblos y para ser ciudadanos del mundo; es decir, para la convivencia de la humanidad en cuanto tal.

Europa - y España en ella - es una realidad histórica y cultural multipolar, no uniforme, cambiante y móvil, cuyos límites varían según los acontecimientos históricos. Es verdad que en estos momentos existe una cierta desafección hacia Europa cuya causa no está en el manifiesto interés que tiene la pertenencia al eurogrupo, sino por la exclusividad mercantil, economicista y monetaria en la que la han convertido muchos de los políticos; un ejemplo de este economicismo utilitarista, por encima de otros valores, se detecta al leer el preámbulo de la LOMCE.

Sostiene Juan José Sebreli, filósofo argentino, en su obra El asedio a la modernidad, que sólo es posible descubrir la nación como una entidad unitaria que aparece en determinadas circunstancias históricas y que también puede desaparecer en circunstancias distintas. No existe la historia natural de las naciones… Las naciones son un acto de voluntad política; resulta inútil amontonar argumentos para demostrar que toda sociedad está en el tiempo. Si algo caracteriza a lo que llamamos Europa, - a España en ella - en cualquiera de sus delimitaciones posibles, e incluso precisamente tanto en su periferia como en sus centros, es el pluralismo de las etnias, de las tradiciones, de las ideologías, la convivencia de credos distintos, la mezcla y el mestizaje tanto étnico como ideológico. Europa es un espacio cultural polimorfo, caleidoscópico y también, a menudo, sincrético, hecho de las aportaciones de multitud de fuentes, de lenguas, de tradiciones, de sectores históricos. La riqueza -el privilegio, si se quiere- y también el desafío -y, a veces, la tragedia- de Europa está en esa pluralidad interna. Pocos espacios geopolíticos han sido tan trajinados por las migraciones, la aculturación, la ósmosis entre culturas, y no sólo por las invasiones y los imperios. Europa constituye, en eso, un posible laboratorio de experimentación de la convivencia de grupos humanos diferentes y, más aún, dispares. La creación de un espacio cultural europeo es creación de un espacio de diversidad, de respeto, de tolerancia para con "los otros", y asimismo un espacio de enriquecimiento, donde cada cual, cada grupo, cada identidad, se deja no sólo cuestionar sino también enriquecer, por los demás.

Plantearse, pues, el futuro de la educación en el contexto europeo es planteársela en el marco de ese espacio cultural complejo, uno y diverso. Es educar a nuestros alumnos para convivir dentro de ese espacio; consiste en introducir a las nuevas generaciones de alumnos a un espacio de historia y de cultura plural; es educar en el conocimiento de las tradiciones, las líneas históricas, las aportaciones ideológicas y axiológicas que han venido a constituir esa identidad europea que, en su nivel propio y sin confundirse con ellas, forma cuerpo con otras identidades nacionales, lingüísticas, o de otra naturaleza, que también nos configuran. Europa significa educar para la convivencia en un espacio cultural y social múltiple, pluralista, de vecindad entre pueblos que difieren en creencias, en lengua, en costumbres, en rasgos étnicos, pero que, más allá de estas diferencias, comparten un patrimonio cultural común, proyectos comunes de futuro, y, sobre todo, comparten la pertenencia a la especie humana y se adhieren a la solidaridad que de esa común pertenencia se deriva. Es por tanto, anacrónico, a estas alturas de la historia, tanto alentar un españolismo trasnochado (como el “españolizar” del ministro Wert), como un separatismo empobrecedor y aislante, como el que pretende el señor Mas, sin explicar con claridad y trasparencia los serios problemas que se derivarían de tal decisión.

Educar en el contexto europeo no constituye algo adicional, un complemento "extra" que deba añadirse a lo que ha de ser hoy una educación de calidad o, sencillamente, una educación que merezca el nombre de tal. Europa no es sólo una lonja de mercado, de intercambios, o una magna empresa económica de producción internacional; tampoco, ni solamente, una Europa de los Estados, o de las naciones, o de las ciudades; es también una Europa de las etnias, de las tradiciones religiosas o laicas, de las herencias múltiples del pensamiento, de la literatura y de las artes, que convergen en ella. Significa educación para la convivencia de todos con todos, para la paz, para la tolerancia, para la vida social en sociedades abiertas, en las que la libertad es un bien inalienable, porque es la condición de posibilidad de cualesquiera otros bienes sociales. Educar en Europa significa, por tanto, educar en actitudes que ayuden a superar el localismo la visión estereotipada de un localismo mezquino, y también la visión todavía limitada por unas miras exclusivas de Estado. Educar en Europa ha de significar ayudar a desarrollar en las jóvenes generaciones actitudes donde otras identidades sociales vienen asumidas, trascendidas e integradas en una identidad que ni siquiera es ya sólo europea, sino que se equipara al horizonte de la universalidad humana. Si la educación siempre lo es en sociedad y para la sociedad, si se desarrolla siempre en una cultura y en orden a la asimilación -una asimilación, por lo demás, crítica- de unos determinados saberes, valores y pautas culturales, educar en este contexto europeo es algo que debe ser inherente al mero hecho de educar; pero esta visión europeísta está ausente del articulado de la LOMCE. Un ejemplo claro de negación de estos valores lo ha puesto de manifiesto el Ministro Wert al reducir, hasta casi eliminar, el Programa Erasmus que ha ido durante años construyendo ese Espacio Europeo de Educación Superior.

Hay que recordar al Partido Popular y al ministro Wert que frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia so­cial. Afirmo mi convicción respecto a la función esencial de la educación en el desarrollo continuo de la persona y las sociedades, como una vía importante, ciertamente más que otras, al servicio de un desarrollo humano más armonioso, más genuino, para ha­cer retroceder la pobreza, la exclusión, las incomprensiones, las opresiones, las guerras, etc.; aunque estoy convencido de que frente a estas reflexiones, los políticos de la derecha europea y española, anteponen los intereses económicos y financie­ros y, por mucho que hablen de ella, la educación no entra en la categoría de sus prioridades. Si, parafraseando las palabras del poeta, el niño es el futuro del hombre, y los niños y los adolescentes son los que el día de mañana tomarán el relevo de las generaciones adultas, habrá que recordar constantemente a los políticos el deber elemen­tal de que en sus decisiones políticas, económicas y financieras lo tengan real y eficazmente en cuenta. 

Acabo estas reflexiones con una contundente denuncia de nuestro pensador y filósofo Emilio Lledó: “Es evidente que nos encontramos en una época en la que se está fomentando el miedo, la violencia, la crueldad, la insolidaridad, la imposición caprichosa de que hago lo que quiero porque poseo la mayoría… Y así no se educa. Este zumbido peligroso, en el que resuena el miedo cultivado, a veces, como preparación y justificación de posibles cambios caprichosos, la existencia se hace infeliz, y la mente, manipulada y angustiada, se empobrece y apenas es capaz de pensar en libertad. Lo malo es que la mayoría de los seres humanos, que no tenemos poder político, somos víctimas de personajes que, en muchos momentos, nos parecen indignos y tramposos. Es terrible pensar que estemos en manos de individuos y políticos, que sólo obedecen a los intereses de las fuerzas económicas de los mercados y no a los imperativos de la educación… Pero, a pesar de ello, hay que intentar superar esas crisis de de­saliento. No sé muy bien cómo. De todas formas, hay que mantener unos ciertos ideales de inteligencia y generosidad; una cierta esperanza en la educación. Lo demás, por mucho poder que tengan, es basura; lo que pasa es que, como es corrupción, apesta”.

Europa, ausente en la LOMCE