viernes. 19.04.2024
internet

No puedo negar que me atrajo internet desde el primer momento. Arrellanado en un sillón de casa -no tengo móvil- podía contemplar el mundo con sólo pulsar un botón. Obras de arte que jamás pensé ver en su lugar de residencia se me aparecieron con una definición casi real, artículos y libros de cualquier materia estaban al alcance de quien quisiera leerlos hasta que pusieron candado y exigieron visa. Lo mismo podía, como el Diablo Cojuelo, asomarme a los tejados del pueblo más recóndito de España que acercarme a a la taiga siberiana sin mover el culo del asiento, igual resolver una duda sobre la reproducción de los pulpos que asesorarme sobre una plaga fitosanitaria: La piedra filosofal que lo resolvería todo había llegado a nuestro tiempo de manos de un puñado de niños californianos que probablemente ni siquiera sabían las consecuencias de su descubrimiento.

Hace ya años que internet ha dejado de ser lo que en un principio fue y si quieres -por ejemplo- entrar en una revista científica de calidad has de pagar lo que no está escrito. Lo mismo sucede con la mayoría de sitios interesantes. Ahora, nos quedan las ventanas al mundo y las redes sociales, que a fin de cuentas no son más que instrumentos de poder -quizá el más poderoso de los inventados hasta la fecha si exceptuamos la pólvora y la bomba atómica- para controlar el pensamiento de la población y a la propia población.

Esta mañana, repasando cosas en facebook me he encontrado con una sorpresa. Hacía unos días que había difundido una fotografía de José Mujica con su mujer en una manifestación, en ella se podía leer esta frase del político uruguayo: “Pertenezco a una generación que quiso cambiar el mundo. Fui aplastado, derrotado, pulverizado, pero sigo soñando que vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco y con un mayor sentido de la igualdad”. Al ir abrirla de nuevo me ha salido este mensaje de Mark Zuckerberg en persona: “Contenido delicado. Algunas personas pueden sentirse molestas con esta foto”.  Llevo tiempo pensando dejar todo tipo de redes sociales porque estoy firmemente convencido de que están causando daños extraordinarios en la ciudadanía. El mensaje de Mujica era simplemente un canto a la vida, a la lucha por la justicia y por un mundo mejor. No hay en él nada oculto, ni estrategias revolucionarias, ni consignas maoístas, ni siquiera un llamamiento a la insurrección del pueblo. Habla de bondad, de solidaridad, de amor, pero Zuckerberg y sus siervos decidieron colocar un algoritmo que advirtiese de lo peligroso de esas palabras y de esos pensamientos según el patrón ideológico establecido en Estados Unidos, dentro del cual no cabe un hombre bueno y sin ambiciones personales como Jose Pepe. No es la primera vez que me sucede algo similar, pero sí la más absurda. Lo mismo le ha ocurrido a muchos amigos a los que han castigado durante un periodo de tiempo por decir cosas que no están bien.

A menudo leo comentarios de protesta contra esa censura, comentarios que respeto pero no comparto. Facebook, lo mismo que twitter, instagram, telegram y las restantes son empresas privadas que pueden tener el sesgo ideológico que apetezcan, que casi siempre coincide con postulados muy conservadores. No hay, ni tiene por qué haberlo, ningún derecho que garantice que las redes sociales han de comportarse como empresas comprometidas con la democracia, entre otras cosas porque no nacieron para eso sino para que sus dueños se hiciesen los tíos más ricos del planeta, por tanto ante la deriva muy reaccionaria de la mayoría de redes sociales sólo caben dos alternativas, crear otras que no lo sean o abandonar definitivamente las que son de ese talante.

Internet, el serio, el científico, se ha convertido en una carga financiera enorme para las universidades, los entes públicos y las empresas, y en un imposible económico para los individuos. Al vulgo se le dejan las redes sociales para que hablen de cualquier cosa sin tener ni puta idea, para que surjan líderes tan patéticos como esos que se han ido a Andorra, para que la gente coloque fotos del lugar donde están comiendo o de su misma jeta con el mar detrás. Por si fuera poco, el mecanismo por el que funcionan hace que sólo veas a un grupo muy pequeño de tus contactos, formando círculos concéntricos inconexos entre sí que sólo pueden romper los bot que propagan bulos, infundios y maledicencias a razón de dos trillones cada dos segundos. Como su propio nombre indica las redes sociales sólo son eso, redes que sirven para pescar y asfixiar al que cae en ellas. Si a eso añadimos que son las empresas más poderosas del mundo, que se mantienen pagando cantidades astronómicas a sus ejecutivos, que apenas contribuyen a la Hacienda Pública del país en el que actúan y que han conseguido tener datos personales de cientos de millones de personas que los han aportado voluntariamente, haciendo caso omiso de su derecho a la intimidad y al propio honor, tenemos que ha aparecido un nuevo Estado Global que utiliza tecnología punta pero se comporta socialmente como una empresa de antes de la Revolución Científica.

Las empresas dueñas de las redes sociales y de otras parcelas de internet están creando estados globales cuyos dirigentes no ha elegido nadie

Seguimos pudiendo viajar virtualmente, informarnos sobre destinos futuros, consultar de qué se compone el curry o qué plato birmano está más rico. Lo que no podemos hacer es disentir, desmontar el bombardeo constante de mentiras con que nos asolan, aconsejarnos de personas sabias y críticas, porque ahí, en las redes nadie tiene maestros, nadie escucha, todo el mundo sabe de todo y está dispuesto a enseñar al que no sabe, que son todos los demás.

Como he escrito otras veces, no añoro ningún tiempo pasado salvo por los seres queridísimos que ya no están, pero las redes sociales han destruido el esfuerzo por enterarse, por aprender de quien sabe, y el saber ha sido sustituido por el rumor y el jaleo, por el estúpido que se erige en predicador  del nuevo tiempo y aconseja sin tener remota idea de nada. Es el mundo de la vacuidad, la incertidumbre y los fantasmas. No hay nada serio, bueno sí, que las redes están contribuyendo de forma atroz al fomento de la ignorancia y la imbecilidad planetaria, destruyendo los lazos de solidaridad que deben guiar a las sociedades y fomentando un narcisismo tan pueril como insustancial, muy propicio al desencanto fácil, a la irritabilidad y a la insatisfacción, tanto de los sumos pontífices como de diáconos y fieles.

Internet ha venido para quedarse, como todo lo que se descubre y tiene aceptación. Sin embargo, es preciso someter a las grandes compañías tecnológicas a las reglas de la democracia, limitar su tamaño, obligarlas a pagar en cada Estado lo que les toca según ley y forzarlas a responder de los bulos, mentiras, trolas, patrañas e intoxicaciones que a diario vierten por miles. Las empresas dueñas de las redes sociales y de otras parcelas de internet están creado estados globales cuyos dirigentes no ha elegido nadie, que se saltan las leyes de todos los países, apenas contribuyen a la riqueza de ningún país y sí, por el contrario, al fomento flagrante de la ignorancia gracias a métodos constantes y masivos de desinformación. Estamos, pues, ante un desafío global a la democracia, porque no existe democracia sin ciudadanos bien y justamente informados. Los bulos, las campañas de difamación, la persecución de personas por su forma de pensar tienen que tener su castigo y el responsable tiene que ser quien les da carta de naturaleza.

¿A quién sirve Internet?