viernes. 29.03.2024

Desde tiempos muy lejanos, nuestra identidad como nación no se formó en su pelea histórica por defender su espacio frente a otras naciones, sino como imperio y contra alguna parte geográfica o ideológica del propio país, de nuestros propios compatriotas. Durante la Edad Media, las guerras internas durante siglos, el apoderamiento de pueblos y recursos y no el desarrollo comercial fue el modo dominante de reproducción social; la Edad Moderna estuvo determinada por la Contrarreforma, el aislamiento intelectual y el control social a través de las instituciones represivas, y la Edad Contemporánea estuvo marcada por el fracaso del proyecto liberal democrático frente al nacional-catolicismo, en la Restauración y con el Franquismo. En España, a diferencia de los países que denominamos ‘de nuestro entorno’, el Estado nunca (ni siquiera hoy) se impuso a la Iglesia, no solo como poder sino como monopolizadora desde siglos de la educación en nuestro país, transmisora de creencias e irracionalidad.

Son probablemente todas esas razones históricas las que fueron conformando esa identidad de “lo español” siempre contra alguien, enunciada al comienzo de esta escrito: Unas veces contra afrancesados, otras contra isabelinos o carlistas, contra liberales, contra catalanes, masones, rojos... siempre la “antiespaña” como aglutinante de esa España eterna, la del “trono y altar”, la intolerante y cainita, la que prefería llegar al exterminio de las otras partes, antes que considerarlas integrantes del mismo país y la que se apropiaba de los símbolos comunes que podrían haber servido para crear sentimientos como nación, para usarlos como arma contra “el enemigo”.

La imagen de las dos Españas estaba de nuevo servida y a pesar de la baja intensidad con que se va manifestando, va dando muestras de que se irá acrecentando por motivos partidistas evidentes

Hoy, ante la amenaza invisible de un enemigo desconocido, comenzábamos a mostrar un balbuceante pero nítido sentimiento de pertenencia común, como nación, aún con algunas excepciones. De forma incipiente y a pesar del sufrimiento padecido por los recortes, desahucios, limitación de libertades, corrupción sistémica... etc, habíamos aprendido de la historia que en la desgracia común no había que hacer leña del árbol caído, y comenzábamos a apartar las críticas a los responsables políticos del pasado reciente para concentrar esfuerzos en la lucha común de hoy, a pesar de que ese árbol había generado indefensión ante la pandemia que comenzaba a cobrarse las primeras víctimas. Más generosidad, imposible.

Pero alguien tenía otros planes. Aprovechándose de la tensión social con motivo de la pandemia, el rey, como la más alta institución del Estado rompía esa incipiente unidad al renunciar a la herencia económica de su padre (como si eso fuese posible), en un desesperado intento de salvar la continuidad monárquica en su persona, y ante la evidencia de la corrupción que ya comprometía no solo al patriarca sino a la sucesión. Se forzaba así a la ciudadanía a una toma de postura, dividiéndola a partir de ese anuncio. El anuncio del rey podría haber pasado relativamente de puntillas (era lo esperado por quienes lo anunciaron) si la gente, indignada, no hubiese recogido el guante convocando la cacerolada. La protesta se escuchó fuerte y fue objeto de subtitulares que acompañaron los análisis sobre el discurso real pero también hicieron sentir a una buena parte de la ciudadanía que se había roto la magia del común, porque algunos se habían aprovechado del dolor para colar intereses políticos y personales. Primero la institución monárquica forzando la división y esto es lo más importante. Luego, los contrarios a la monarquía que no desperdiciaron el momento perfecto para la futura campaña por un referéndum monarquía-república convocando la protesta.

Y después, las derechas que no han encajado la derrota política, y boicotean desde el primer momento cualquier acción del gobierno, aprovechando el descontento con la forma de gestionar la crisis sanitaria, y para desgastarlo, convocaron otra protesta contra Pablo Iglesias (con la mirada puesta en el gobierno) a la hora en que Pedro Sánchez se dirigía al país por televisión

La imagen de las dos Españas estaba de nuevo servida y a pesar de la baja intensidad con que se va manifestando va dando muestras de que se irá acrecentando por motivos partidistas evidentes, constatándose que esa sensación del principio de la crisis sanitaria, que podría haber contribuido a ir consolidando algún tipo de unidad frente al enemigo común, se va desvaneciendo. Esperemos que no sea un obstáculo para hacer frente a una pandemia que ya se ha cobrado demasiadas víctimas.

Siempre ha habido voces que dicen que “España no tiene arreglo”. Nunca creí en ello pero hoy, si con lo que nos está cayendo a todos, no sabemos hacer un frente común, comenzaré a pensar que esa afirmación puede tener sentido.

El "Estado de Alarma" y "las dos Españas"