miércoles. 24.04.2024

Estaba muy asustado. Me metieron en un cajón y me llevaron a un sitio vallado. Allí había otros como yo.  Por la mañana abrieron un puerta, corrí hacia ella…. sólo quería huir de aquel lugar, sólo quería volver al campo donde era feliz…

Con los “sanfermines” hemos vuelto a dar un espectáculo lamentable al resto del mundo, hemos sido un año más el escaparate de la barbarie, de la muchedumbre enloquecida, de la ausencia de humanidad y de la falta de respeto hacia seres que sufren el dolor exactamente igual que nosotros

Un ruido atronador, gente chillando, rodeándome, golpeándome…Corría y corría por calles estrecha. Un pasillo, una plaza, otra puerta abierta. Llegar a ella. Huir, huir.  Ya no oía a la gente chillando, ya no me golpeaban, seguía asustado…Otra vez en el lugar vallado…. tranquilo. No sabía que lo peor estaba por llegar”.

Con los “sanfermines” hemos vuelto a dar un espectáculo lamentable al resto del mundo, hemos sido un año más el escaparate de la barbarie, de la muchedumbre enloquecida, de la ausencia de humanidad y de la falta de respeto hacia seres que sufren el dolor exactamente igual que nosotros, los que nos hacemos llamar  “seres humanos”.

Banderillas, puyazos, estocadas, descabellos y sangre es el programa “cultural” que nos ofrecen nuestras fiestas populares dentro de las plazas y fuera, toros embolados o correbous, encierros,  ahogamientos, lanzazos, terror, etc.  Lo cual, además, puede ser visto, en primera línea, por nuestros niños y niñas. ¡Edificante¡.

Las generaciones futuras se horrorizarán con esta “fiesta nacional”, igual que ahora nos escandalizamos cuando vemos como al pueblo romano le gustaba ver a los leones comiéndose a los cristianos en los circos. A nuestro país le corresponderá, por desgracia, encarnar esta barbarie para la posteridad.

Cuando el Parlamento catalán prohibió las corridas de toros, parecía que la civilización empezaba a entrar en nuestro país. Nada más lejos de la realidad, sólo fue un espejismo. No se legisló pensando en  el sufrimiento de los toros ni en  la degradación que supone para los propios seres humanos convertir la tortura en un espectáculo. Simplemente era un elemento más de confrontación con el Estado central, como lo demuestra el hecho de que no se prohibieran y sigan celebrándose los correbous.

La tortura hecha espectáculo

Los veranos de sangre, además de los famosos sanfermines, tienen un hito declarado “bien de interés turístico”, el toro de Tordesillas, en el que las tradiciones más rancias de nuestro país se aúnan. Si nadie lo remedia, en septiembre, otro pobre animal morirá torturado.

El toro huye aterrorizado por las calles del  pueblo, seguido por los gritos y el alborozo de los lugareños y turistas. Una vez en el campo, le esperan mozos aguerridos, montados a caballo, que comienzan a lancearle. El alcalde  premia con una medalla  y una lanza de hierro a la persona que consigue hacer que el toro caiga al que, si no ha tenido la suerte de morir, le rematan con lo que tengan a mano, a veces, con un destornillador. 

La corta de los testículos y el rabo de este pobre animal y su posterior exhibición en la punta de la lanza han sido recientemente prohibidas por la autoridad competente, aunque parece ser que, en ocasiones, se sigue llevando a cabo. Esta “bonita” práctica ha dejado de realizarse, probablemente, por las campañas que los defensores de los animales han llevado a cabo.

Es curioso observar que, a pesar de que los defensores de esta  “fiesta” dicen sentirse orgullosos de la misma, no dejan que las cámaras de televisión la graben, y algunos reporteros se “juegan la vida” grabando imágenes a escondidas.

Sangre, sufrimiento, tortura y muerte, un verano más, en los pueblos y plazas de toros de nuestra piel de ídem. Y todo ello se produce, ante el regocijo de algunos, la repulsa de otros y la indiferencia de muchos, mientras unos cuantos “listos” se siguen enriqueciendo a costa de hacer de la tortura un  espectáculo.

España, la barbarie para la posteridad