viernes. 29.03.2024

Suele pasar que detrás de los grandes titulares y las declaraciones más técnicas sobre la economía, encontramos una lectura humana que nos lleva a territorios de miedo, espanto y abandono. La unión de Bankia y La Caixa (y el anunciado ERE del BBVA) va a dejar tras de sí un colectivo enorme de parados cuya desgracia recorre todos los grados de la escala hasta llegar al final: la muerte en vida.

Más allá de los 50 el trabajo es una quimera y no hay empresa que se atreva a romper la norma: ni agua, ni fuego ni pan para ellos. Constituyen, en su silencio, un colectivo de muertos y enterrados aunque ellos se empeñen en decir que siguen vivos: nadie atiende al discurso que llega de ultratumba en forma de estudios que alaban las excelencias del colectivo a la hora de trabajar,dar resultados y evitar los problemas propios de la falta de experiencia. Datos todos muy favorables que no llegan a las mesas en las que se contrata.

Nadie pone de manifiesto esta absoluta inconstitucionalidad que discrimina a estos muertos  por razón de su edad; nadie se acuerda de ellos cuando se habla de prolongar la vida laboral hasta los 67, 68 o 70 años.¿De verdad nadie quiere darse cuenta de que mantenemos un discurso cínico y vacío que evita enfrentarse a la realidad de esta tragedia? Ellos empiezan su larga agonía con entereza y la cabeza alta y ,poco a poco, sin que ellos se den cuenta, se van desvaneciendo, se esfuman, desaparecen de las listas, las opciones se difuminan y un día ya están muertos y enterrados, por mucho que se empeñen en seguir respirando. Ya sólo sirven para llenar estadísticas y para confirmar que nadie les contratará jamás.

Los gobiernos pasan de largo sobre su realidad; legislan y lanzan proclamas, hablan de justicia, de oportunidades y de regular el mercado de trabajo...de los demás: ellos no están ni estarán incluidos en nada, solo en el frío silencio de los cementerios en los que habitan.

Nada justifica su exclusión, nada avala las causas de su rechazo, nadie reconoce que su empresa tiene vetada su contratación, pero la realidad se impone con testarudez y su situación no cambia, se prolonga, se eterniza y el trabajo no llega nunca.

De vez en cuando, muy de vez en cuando, alguien llama para alimentar la esperanza, pero la realidad vuelve a imponerse y tras la primera entrevista llega el silencio, el olvido de nuevo; la nada.

Esta breve nota podría ser mucho más larga, pero creo que el mensaje está dado: no podemos seguir manteniendo esta locura que expulsa de la sociedad a estos veteranos valiosos, rentables y productivos y hay que legislar para apoyar contratación de forma clara, nítida y junto con la contratación de jóvenes, convertirse en algo de absoluta prioridad para todos los gobiernos. Ya.

Enterrados vivos