jueves. 25.04.2024
 

No siempre, por fortuna, ni siquiera la mayoría de las veces, tiene un desenlace fatal. Sin embargo, diagnóstico de cáncer significa en ocasiones una crónica tenebrosa, la de una muerte anunciada. Todo se vuelve del revés de repente y las emociones brotan a borbotones. Primero comparece un sentimiento de incredulidad, no puede ser cierto. Nunca se abandona el síndrome de la creencia soterrada en una milagrosa reversión, que sería tan inexplicable como suele serlo su aparición.

Una inconmensurable tristeza compite con la frustración por no poder hacer nada, sobre todo al comprobar que no es cuestión de dinero y que no hay tratamientos alternativos o experimentales, que la medicina en el momento presente sólo brinda cuidados paliativos o indicaciones que alarguen el proceso, mientras la vida se apaga, porque predominan las células cancerígenas con su talante neoliberal de aplastar a todas las demás.

En ocasiones el que se va es quien acaba consolando a su entorno, sacando fuerzas de flaqueza y consciente del inmenso vacío que dejará su partida. Es obvia la dimensión psicológica del complicado proceso experimentado por quien lo padece y sus acompañantes. Cualquier asistencia en este sentido será fundamental, porque hay que combatir un estrés reactivo bien fundamentado.

El cáncer es un seísmo que sacude nuestros cimientos. Nadie se lo espera y no hay forma de afrontarlo con estoicismo

Algo tiene de bueno semejante padecimiento. Se decanta el cariño auténticamente genuino (valga el pleonasmo) y se filtran las verdaderas amistades. Quienes queden al margen de tal prueba, no merecían compartir nuestro tiempo, lo más valioso que tenemos, al ser en realidad lo que somos. El transcurso del tiempo templa la pena y rescata los buenos recuerdos, que logran sobreponerse al desgaste físico y mental sufrido por lo que parten para siempre. Sin embargo, que te lo digan quienes han pasado por ahí, no sirve de consuelo al principio.

También comparece la culpa por no saber estar e incluso por sobrevivir a quien se va. También esto se aplaca. El cáncer es un seísmo que sacude nuestros cimientos. Nadie se lo espera y no hay forma de afrontarlo con estoicismo. Pero no hay más remedio que adaptarse a las circunstancias y disfrutar de cada minuto. Algo así nos ayuda desde luego a discriminar lo importante y no malgastar el tiempo en asuntos que para nada lo merecen.

Hay diagnósticos que ya no son mortales y se va ganando terreno a esas caprichosas células que causan todo tipo de tumores al crecer desmesuradamente. Conviene no descuidarse y tomarse muy en serio las revisiones que se nos aconsejen. Un diagnóstico precoz permite tomar algunas cartas en el asunto y poder salir bien parado de tan siniestra lotería. La presencia de ánimo también es crucial para el paciente y todo su entorno. Por eso no hay que descuidar el asesoramiento psicológico.

Permítaseme recordar a mi hermano y a un puñado de amigos que tuvieron mala suerte, porque ya era tarde cuando se conoció la presencia del enemigo y perdieron esa partida, pese a ponerlo todo de su parte. También quiero celebrar sobremanera la recuperación de otras amistades que tuvieron mayor fortuna y pueden contarlo como una difícil prueba superada, pese a seguir siendo un enigma por despejar.

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