martes. 16.04.2024

Hace doscientos años, Fernando VII, uno de los reyes más ignorantes que ha tenido país alguno, y mira que es difícil eso, decidió cerrar las universidades y abrir en su lugar escuelas de tauromaquia. Estaba claro que las luces de la Ilustración hicieron en él la misma mella que en los toros de Guisando. “Dios nos libre de la funesta manía de pensar”, fue el lema de un monarca felón y malnacido por la gracia de Dios. Desde entonces -¿para qué retroceder más si hasta la revolución francesa todo fue caos? – la derecha española –da igual la etiología de su nacionalismo- ha tenido una obsesión perenne que ninguna medicina ha sido capaz de mitigar: Controlar la Educación para imponer sus convicciones morales personales y, sobre todo, para mantener un tipo de relaciones sociales arcaicas, caducas y herrumbrosas. Después de Orovio, que expulsó de las universidades a sus mejores hombres por poner en duda el dogma católico y negarse a impartir enseñanzas al dictado de la Gaceta, llegó Canalejas que quiso tocar mínimamente los privilegios que la Iglesia tenía sobre las conciencias. Sus intentos reformistas tuvieron una rápida respuesta: El 12 de noviembre de 1912 fue asesinado –todos imaginamos por quién– mientras veía el escaparate de la madrileña librería de San Martín en la Puerta del Sol.

Con el proyecto reformista y educador de la II República ya sabemos lo que ocurrió. Desde el mismo 14 de abril, espadones, oligargas y portadores de cirios comenzaron a conspirar para que la modernidad y la igualdad no fuesen posibles entre nosotros, para que las relaciones feudales continuasen siendo –con distintas vestiduras– las únicas posibles. La salvaje guerra auspiciada por lo más retrógrado de la sociedad española y la indescriptible represión que vino con la “paz” sumieron a España en un tiempo que no había terminado de irse y que de nuevo la abrazaba y atenaza como una boa constrictor sin dejar que nadie, absolutamente nadie fuese libre durante más de cuarenta años: Tengo 50 años, estudié en escuela pública, pabellón de machos, durante los años sesenta-setenta, he visto romper varas de olivo en las espaldas de mis compañeros por no saberse el “Señor mío Jesucristo”. Entonces daba igual, exactamente igual ir a una escuela pública que a un colegio religioso, en ambos lugares el poder de los falangistas y los curas era omnímodo y, pese a los elogios que Arturo Pérez Reverte echa a la enseñanza de entonces, yo puedo afirmar que allí lo único que se perseguía era perseguirnos, hacernos sumisos, matar cualquier espíritu crítico, controlar nuestro pensamiento y excluir a cualquier estudiante que por motivos personales, económicos, intelectuales, psicológicos o de simple y natural rebeldía no fuese capaz o no quisiese adaptarse a una reglas caducas y castrantes que tenían como única finalidad consolidar el tradicional arriba y abajo que siempre fue el baldón de nuestra vida, progreso e Historia.

La democracia borbónica se enfrentó a muchos problemas, no seré yo quien ahora niegue las dificultades de la herencia envenenada ni de la coyuntura de finales de los años setenta y principios de los ochenta. Hubo un ministro que le echó valor a la cosa, Narcis Serra, y a punto estuvo de hacer realidad las reformas militares planeadas por Azaña cincuenta años atrás. Sin embargo, en Educación nadie fue capaz de coger el toro por los cuernos, se decía que la iglesia había perdido poder, que ya no era lo mismo y otra serie de tonterías de niños que habían llegado a ministros socialistas después de estudiar en colegios de pago confesionales: La Iglesia había perdido poder porque la gente cada vez iba menos a misa, pero no lo había perdido porque todas las autonomías de España –mucho más las gobernadas por el PP o por los nacionalistas periféricos– le estaban dando miles de millones para que se hiciera con el inmenso poder que significa controlar las mentes, las conciencias y poner coto al pensamiento libre. Así hasta el día de hoy en que esa institución privada que mantenemos entre todos y que no se ve afectada por recorte de ningún tipo, controla más del 60% de la Educación primaria y a la que el Partido Popular quiere transferir a toda velocidad tanto la Enseñanza Secundaria, como el Bachillerato y la universitaria. A tal fin, en un gobierno ultra compuesto en su mayoría por miembros del Opus Dei, el Registrador de la Propiedad de Santa Pola que hoy ocupa La Moncloa, nombró como ministro de Instrucción No-Pública a un indocumentado llamado José Ignacio Wert, que sí, se lo juro, es un indocumentado pero que tiene las ideas muy claras, tan claras como indecentes y antidemocráticas. En unas pocas semanas, este señor salido de las cavernas más recónditas e inaccesibles –al igual que el resto de sus compinches destructores e incivilizados– ha anunciado que sobran un montón de universidades –plazas de toros y procesiones, ni una, cuantas más hayan, mejor para el alma–, que lo mejor era antes cuando para estudiar cualquier cosa tenías que empeñar la casa de tus padres y largarte quinientos kilómetros a pasar miserias y apañártelas como pudieras; que sobran miles de profesores que en un futuro muy próximo podrán reciclarse metiéndose de voluntarios en los ejércitos para “salvar” irquíes, afganos, libios y otro montón de desgraciados que esperan como agua de mayo que nos vayamos a la mismísima mierda y los dejemos vivir con lo que hay debajo de sus suelos; que las becas sólo sirven para que algunos pobres puedan estudiar y, al no tener enchufe, engrosen las filas del paro después de haber ayudado a aumentar el déficit público; que las universidades puedan subir la matrícula lo que apetezcan porque pagamos muy poco; que la ratio por aula se pueda subir un 20% el próximo curso cuando ya era de las más elevadas de Europa y que Educación para la ciudadanía era una asignatura innecesaria que sólo servía para adoctrinar en “marxismo”. ¡Por dios y la virgen santa!

Partiendo del modelo educativo brutal, castrante y humillante del franquismo, que es el que admiran y llevan en los entresijos del alma, los actuales gobernantes han decidido que al Estado no incumbe nada que tenga que ver con la enseñanza pública, con ese modelo trasnochado que intentó poner en pie la Institución Libre de Enseñanza –por cierto fuente del que rige actualmente en Finlandia valorado por todos como el mejor del mundo– y la II República española, que aquí la enseñanza es cosa del clero por dos razones: Una porque les perpetuará en el poder, otra, porque es una fuente de riqueza infinita y ya se sabe que para la los meapilas que nos gobiernan y para la curia hispano-romana los bienes terrenales son lo primero: Allá con la vida eterna –se dicen entre risotadas y vino caro del Duero– los que todavía no hayan caído de burro y sigan creyendo que lo bueno llega después de la muerte. Del modelo franquista, sin andar ni cien metros, han pasado al norteamericano, que al fin y al cabo fueron los sostenedores y mantenedores de esa dictadura de la que vienen, en cuyos “valores” se educaron y añoran.  Vale quien sirve como decía del lema de la OJE, el que puede costearse los estudios, el que destaca en el deporte o quien puede permitirse un padre con posibles y de aquilatada e inquebrantable adhesión al régimen. Los demás, qué importan los demás, a quién le importan los demás, ni siquiera a ellos mismos, son como hormigas, puntitos que se mueven sin sentir ni padecer. Entre tanto, cuando los Jinetes del Apocalipsis cabalgan en las palabras, los actos y los boletines oficiales de los descendientes de aquel régimen de oprobio que hoy nos vuelven a mandar; mientras asistimos absortos a los reales decretos de empobrecimiento general, de amnistías para defraudadores, especuladores, estafadores y ladrones de guante blancos, de todos aquellos que han hecho escarnio de lo público; mientras contemplamos desde el puente la voladura sistemática vía recortes de lo conseguido en más de doscientos años de interminable lucha contra la reacción, el Ayuntamiento de Alicante, con los parabienes de las autoridades educativas, regala un montón de metros cuadrados a la nueva universidad católica que para el año que viene abrirá sus puertas en San Juan con la presencia del Obispo de Orihuela, monseñor Camps Noculpable y un delegado de Obama.

Sí, queridos amigos, el Partido Popular tienen un problema de educación: Hacen lo que hacen porque lo mamaron y no han sabido emanciparse de la herencia recibida. Hablan de la Educación, de las Libertades, de la Democracia, de la Sanidad, de la Justicia, del Trabajador, de los Sindicatos como lo haría un franquista cualquiera. Buenos chicos fueron aplicados y aprendieron bien la lección: La Educación del Pueblo no entra dentro de sus prioridades, su deseducación sí, es absolutamente necesaria para la esclavitud.

El Partido Popular: un problema de educación