jueves. 25.04.2024

Hace tan solo un año, cuando aún había publicidad en TVE, uno de los secretos mejor guardados era el último anuncio del año que se despedía previo a las campanadas y el primero que saludaba al nuevo año. Este secreto había pasado a formar parte de lo que popularmente se denomina un clásico.

Desgraciadamente ese clásico ha sido sustituido por otro mucho más dramático. Son ya varios años los que se despiden con el asesinato de una mujer a manos de su pareja (terrorismo machista) y varios también los que comienzan de la misma manera.

Razón por la cual, el intento del gobierno de María Dolores de Cospedal (Castilla La Mancha), que ha tenido su continuidad en el de Cantabria, también gobernado por el PP, de suspender las ayudas a los centros de acogida de mujeres maltratadas, es una autentica barbaridad que debería hacernos reflexionar sobre cuales son los límites del ajuste que sin distinción alguna, se está produciendo en el conjunto de los servicios públicos, especialmente en los servicios sociales.

Las casas de acogida se han convertido en un instrumento imprescindible en la lucha contra el terrorismo machista

Las casas de acogida se han convertido en un instrumento imprescindible en la lucha contra el terrorismo machista, que pone en peligro a diario la vida de cientos de mujeres en España. La protección emocional y económica que ofrecen estos centros a las mujeres amenazadas y a sus hijos, son esenciales para su supervivencia. Digamos son el equivalente a los/las escoltas de los amenazados por las formas de terrorismo convencional, de las que desgraciadamente poseemos una larga y dolorosa experiencia.

¿Alguien puede imaginarse que, a pesar de la crisis, si ETA no hubiera declarado el abandono definitivo de la violencia, se hubiera prescindido de todos los escoltas que protegían a los amenazados, amparándose en medidas de ajuste? ¡Impensable!

Las casas de acogida procuran un espacio de anonimato crucial para que las amenazadas puedan rehacer sus vidas lejos de sus maltratadores. Sin ese espacio ese objetivo se convierte en inalcanzable para muchas de ellas.

La pervivencia de un fenómeno terrorista guarda una estrecha relación con su grado de legitimación social, cuanto mayor es el grado de deslegitimación social, mas cerca se está de conseguir su desaparición.

Con ello no creo estar manifestando simplemente una opinión. Los hechos avalan que ha sido la deslegitimación social uno de los pilares básicos sobre los que se ha asentado la derrota del terrorismo convencional en España.

¿Alguien puede imaginarse que, a pesar de la crisis, si ETA no hubiera declarado el abandono definitivo de la violencia, se hubiera prescindido de todos los escoltas?

Proceso de deslegitimación ciertamente largo y penoso que para imponerse, hubo de superar todo tipo de obstáculos y resistencias, desde las que veían en los primeros asesinatos de ETA una suerte de ajuste de cuentas con las fuerzas represoras del franquismo (policía nacional, guardia civil y miembros del ejército), que costó décadas vencer y cientos de vidas humanas. Hasta su conclusión última, con el rechazo de la violencia por parte de las bases sociales del terrorismo que a lo largo de 50 años habían alimentado en el País Vasco el delirio de la conquista de la independencia frente al Estado español por medio de las armas...

Las muestras de que este proceso de deslegitimación social se esté produciendo al ritmo que sería deseable en el terrorismo de género, son escasas y poco alentadoras.

Las causas que impiden esa aceleración necesaria son múltiples y complejas, algunas de ellas son relevantes y aunque conocidas, conviene llamar la atención una vez mas sobre ellas para contribuir a generalizar un cambio cultural contra el terrorismo de género que aún no se ha producido de forma mayoritaria en la sociedad española.

Señalaremos al menos tres por este orden: el lenguaje de referencia en los sucesos que rodean al terrorismo machista, el ámbito en el que se produce y la respuesta de los instrumentos del Estado para combatirlo.

Por lo que respecta al lenguaje se insiste una y otra vez en denominar al terrorismo machista como “violencia”, un término que a todas luces dulcifica y rebaja el ejercicio sistemático del terror como forma de dominación hacia sus victimas. Este tratamiento se agrava cuando la “violencia” se designa como violencia en el entorno familiar en la medida que difumina la acción en un espacio más amplio como el de la familia y no identifica claramente al hombre como el ejecutor material del terrorismo hacia su pareja, la mujer.

No está tan lejano el tiempo en el que a los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas se les denominaba, CRIMENES PASIONALES; la pasión, ese impulso irreprimible que aniquila al objeto de deseo como expresión última de su posesión y que convertía a los asesinos en “Héroes Románticos”. Cuidado por tanto con edulcorar el lenguaje, ese camino conduce inexorablemente a la inversión de la carga de la prueba, hasta hacer aparecer como antaño, a las mujeres como responsables de su propia muerte.

De las causas señaladas, el ámbito en el que el terrorismo machista se produce es la causa principal. El ámbito privado y/o familiar, un espacio sacralizado a lo largo de milenios donde el hombre impone su ley, en el que se sigue considerando una profanación social irrumpir y que procura un alto grado de impunidad a sus ejecutores.

En el lenguaje convencional, los terroristas de género consideran el “hogar” como el “piso-franco” perfecto donde al mismo tiempo planifican sus asesinatos y los llevan a cabo

En el lenguaje convencional, los terroristas de género consideran el “hogar” como el “piso-franco” perfecto donde al mismo tiempo planifican sus asesinatos y los llevan a cabo, eliminando los riesgos que comporta tener que salir a buscar a sus victimas.

Por último, en necesario insistir en el hecho de que las instituciones del Estado mas directamente implicadas en la lucha contra el terrorismo no muestran en la totalidad de sus miembros el mismo celo, la misma determinación e idéntica ejemplaridad a la hora de combatir el terrorismo machista, que por fortuna para todos han mostrado en su combate contra el terrorismo convencional. Miles de sentencias, autos y diligencias lo ponen de manifiesto.

No parece por tanto que estemos en una situación que permita a ningún gobierno el más mínimo retroceso en materia de protección a mujeres que sufren maltrato, mas bien al contrario, hay señales suficientes para pensar que estamos todavía lejos de atisbar el punto de inflexión que nos permita iniciar la cuenta atrás para el fin del terrorismo machista.

El límite