jueves. 18.04.2024
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El pasado mes de julio, una economista de una agencia federal independiente creada por el Congreso de Estados Unidos, Haelim Anderson, y otro vinculado a la Reserva Federal, Jin-Woo Chang, publicaron una investigación en la que demuestran que la Reserva Federal «calculó mal los tiempos» cuando subió los tipos de interés en 1920, en una situación macroeconómica «similar a la actual». Como resultado de ese error fue la propia Reserva Federal quien produjo la depresión (aquí).

En septiembre del año pasado, otro economista de la Reserva Federal, Jeremy Rudd, publicó otra investigación en la que demostraba que el presupuesto fundamental de la actuación de los bancos centrales se basa en presupuestos equivocados y que sostenerlo «podría conducir a graves errores de política» (aquí).

Se refiere Rudd a la idea de que las expectativas de los sujetos son las que determinan las tasas futuras de inflación real, una creencia que lleva a que los bancos centrales traten de actuar con mucha determinación, subiendo los tipos de interés, para ganar credibilidad y mostrar que están dispuesto a cualquier cosa para combatir la inflación, de modo que se corten de raíz las expectativas alcistas.

Dice este economista de la Reserva Federal que «la economía está repleta de ideas que ‘todo el mundo sabe’ que son ciertas, pero que en realidad son puras tonterías» y que la suposición de los bancos centrales sobre las expectativas es una de esas proposiciones que no «tienen ningún tipo de fundamento empírico» y es «seriamente deficiente en términos teóricos».

La inflación actual se debe a factores de oferta, pero los bancos centrales hacen caso omiso de esa evidencia y se dedican a subir los tipos de interés como si la inflación fuese de demanda

Son solo dos ejemplos de los muchos que se podrían poner para demostrar que los bancos centrales vienen utilizando una arquitectura teórica defectuosa para combatir la inflación. Algo que no ha sido muy relevante cuando los precios se han mantenido estables en las últimas décadas como consecuencia de la globalización o de la pérdida de poder negociador de sindicatos y trabajadores, pero que ha resultado fatal en cuanto la inflación ha vuelto a aparecer.

La prueba de lo que digo es evidente. Los bancos centrales disponen de todos los medios posibles y de total independencia para actuar con el principal objetivo (o el único, en el caso del Banco Central Europeo) de combatir la inflación. Sin embargo, fueron absolutamente incapaces de prever la que comenzó en 2021, a pesar de que muchos economistas advertimos previamente de que iba a desencadenarse.

Cuando la inflación ya había estallado de manera indisimulable, los bancos centrales se equivocaron de nuevo al asegurar que se trataba de un problema momentáneo.

  • Jerome Powell (Reserva Federal) afirmó en junio de 2021: «La inflación es transitoria», «está relacionada con factores temporales», «espero que baje en los próximos meses».
  • Christine Lagarde (BCE) dijo en diciembre de 2021: «La inflación actual es coyuntural (…) Tengo la firme convicción de que la inflación caerá en 2022».

Ahora, esos mismos gobernadores de los bancos centrales reconocen que la inflación actual se debe a factores de oferta, como la crisis energética, los bloqueos en los suministros o incluso el cambio climático. No lo pueden negar porque es evidente y está ante los ojos de cualquiera. Pero hacen caso omiso de esa evidencia y se dedican a subir los tipos de interés como si la inflación fuese de demanda. Y lo hacen, además, con contumacia.

Los bancos centrales no vieron venir el peligro, actúan con modelos teóricos equivocados, han calculado mal los tiempos y se empeñan en utilizar un remedio para estabilizar los precios que es peor que la enfermedad

El gobernador del Bundesbank decía el pasado día 2 de noviembre que «la inflación es obstinada y, si queremos vencerla, la política monetaria tiene que ser más obstinada todavía» (aquí).

¿Se imaginan los lectores a un médico que tratara a un paciente con gripe y se empeñara en no utilizar más que el bisturí diciendo «la gripe es obstinada y si queremos vencerla hay que utilizar el bisturí con más obstinación todavía»?

Pues eso es más o menos lo que están haciendo los bancos centrales, cortar por lo sano sin miramiento alguno.

Lo hacen solamente para generar credibilidad porque, como he dicho, creen que la inflación se combate abortando las expectativas alcistas.

Las consecuencias de esa búsqueda de credibilidad las conocemos bien. Las expuso con toda claridad Michael Mussa, miembro del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Ronald Reagan y luego economista jefe del Fondo Monetario Internacional, la última vez que la Reserva Federal hizo lo que están haciendo ahora todos los bancos centrales, en 1979: «Para establecer su credibilidad, la Reserva Federal tuvo que demostrar su voluntad de derramar sangre, mucha sangre, sangre ajena» (aquí).

Los bancos centrales no vieron venir el peligro, actúan con modelos teóricos equivocados, han calculado mal los tiempos y se empeñan en utilizar un remedio para estabilizar los precios que es peor que la enfermedad. Su único resultado será, otra vez, la recesión, acabar con docenas de miles de empresas, crear paro y eso último, hacer que corra la sangre.

¿Se repetirá la historia y los bancos centrales provocarán otra recesión?