REFLEXIONES EN TORNO AL DISCURSO DOGMÁTICO (VIII)

Los dogmas de la ciencia en las sociedades democráticas no autoritarias

El uso que con frecuencia se hace de la ciencia, cuyos principios, por definición, huyen del dogma, tampoco se libra de caer en actitudes dogmáticas, fruto, justamente, de su desarrollo. Como tampoco se libra de caer en contradicciones éticas. Así, los grandes avances que se están sucediendo a diario y prácticamente a velocidad de la luz, manifestados en la info y la biotecnología, la ingeniería genética, la robótica, la digitalización, los big data y otros fenómenos, cuyos resultados en nuestra vida y en la del planeta a día de hoy son una incógnita. Verdades o evidencias que plantean asimismo dilemas éticos: ¿Vamos a ser dominados por robots? ¿En qué medida sustituirán a las personas en según qué puestos de trabajo? ¿Se logrará, mediante la manipulación genética, fabricar replicantes como en Blade Runner? ¿Cómo podemos protegernos del control impuesto por la infotecnología? ¿Cómo podemos usarla en nuestro beneficio? ¿Será capaz la ingeniería genética de crear humanos a la carta? ¿Estamos a las puertas de un Ciberleviatán dominado por la Inteligencia Artificial? (1). Preguntas todas de respuestas desconocidas que podrían hacer saltar por los aires muchos de nuestros principios éticos. “Nos pensamos y nos vivimos desde un revestimiento cibernético que está sustituyendo la decisión humana consciente por un automatismo basado en la Inteligencia Artificial. Ésta y la robótica empiezan a ser las antesalas de una sacralidad posmoderna que matematiza la magia y hace de la técnica un demiurgo que ata nuestra vida a un ronzal algorítmico del que ya prácticamente dependemos y que condiciona nuestra interpretación y comprensión del mundo, así como nuestra libertad” (2), advierte José Mª Lassalle.

Para la periodista Marta Peirano, estamos entrando en una suerte de distopía, pero de nosotros depende que se haga realidad o, dicho de otra manera, somos nosotros quienes tenemos que decidir aceptarla o no. “Nadie nos obliga a tener la telepantalla encendida” a todas horas, llevarla a todas partes como un apéndice más de nuestro cuerpo, ese “yo de bolsillo” que definía Vicent Verdú. Más que 1984, nuestra distopía es Un mundo feliz (3), sostiene Peirano. Mientras la de Orwell es la sociedad del terror del Estado, sus privaciones y cartillas de racionamiento, la nuestra es el producto de un pequeño grupo de empresas cuyo objetivo altamente logrado es hacernos comprar y renovar de manera compulsiva y enfermiza sus artilugios tecnológicos y ser dominados por su publicidad permanente. Su poder no es el de la violencia sino algo mucho más sutil y a la vez insidioso y perturbador: nuestra inusitada capacidad para la distracción y el entretenimiento permanente, “nuestra hambre infinita de satisfacción inmediata”, sea mediante videojuegos, series inacabables, música electrónica, viajes baratos a cualquier parte del mundo o sexo inmediato, real o virtual. Nuestra presión no viene del Estado, cada vez más insignificante y vacío, sino de nosotros mismos. Somos ciudadanos del mundo feliz huxleiano que lo tenemos todo y queremos más, frente a los orwellianos que no tenían nada. Éstos temían la censura y la prohibición de libros, o que el Estado ocultara información; nosotros no tememos la quema de libros porque no los necesitamos: tenemos toda la información en la pantalla, a la que podemos acceder en cualquier momento en una milésima de segundo. ¿Somos conscientes de esta distopía huxleiana? ¿Somos capaces de decidir entrar o no en ella? ¿Tenemos voluntad de salir? ¿Podríamos hacerlo? (4)

A diferencia de las creencias dogmáticas, la ciencia se permite dudar de sus leyes y admitir sus errores. Lo que no sabemos con certeza es si aquélla es consciente, o siquiera si conoce los límites y las consecuencias de tales desarrollos. Como también advierte Lassalle, es probable que asistamos o estemos asistiendo a la retirada del humanismo porque la tecnología ya se ha adentrado en nuestra condición de humanos. En menos de una década hemos pasado de “funcionalidades administrativas, comunicacionales o culturales, a un poder de guía algorítmica de nuestras vidas cotidianas y de organización automatizada de nuestras sociedades” (5). Y sin embargo, sólo depende de nosotros que las incógnitas ante los grandes avances científicos no se nos vayan de las manos y nos acaben dominando, tal como nos recuerda el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en su último libro (6).


(1) Lassalle, J.M.: Ciberleviatán. El colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital. Barcelona, Arpa, 2019, p. 51
(2) Ibid., p. 52
(3) Huxley, A.: Un mundo feliz. Debolsillo, 2014
(4) Peirano, M. Entrevista eldiario.es 8/06/2019. En: [https://www.eldiario.es/tecnología/manipulación-internet­_0_907459711.html]­ (Consulta: 6/08/2019)
(5) Sadin, E.: La siliconización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Buenos Aires, Caja Negra, 2018
(6) Arsuaga, J.L.: Vida. La gran historia. Un viaje por el laberinto de la evolución. Destino, 2019