martes. 23.04.2024

En los años sesenta y primeros setenta del siglo XX iniciamos el camino para convertirse con los años en una sociedad urbanizada, industrializada y tecnologizada. Fue el momento de las grandes migraciones del campo hacia las zonas urbanas y de los desplazamientos laborales de muchos españoles hacia Europa. Los efectos de las migraciones, con otros cambios sociales, condujeron a una cuasi desaparición de las formas familiares tradicionales vinculadas al mundo rural. Nuestras familias comenzaron a experimentar una reducción importante en su tamaño, como consecuencia de la progresiva bajada de la tasa de fecundidad y la familia nuclear tomó el relevo a la extensa. Estas transformaciones involucraron, a su vez, las formas de actuación intrafamiliares, surgiendo nuevos valores que comenzaron a impregnar las relaciones familiares (en la senda de una mayor igualdad entre géneros e intergeneracional).

Dos son, fundamentalmente, las pautas demográficas que afectan actualmente a las familias españolas: la elevación de la esperanza media vida y la caída de la tasa de fecundidad.

Si en el año 1975, según el INE, la esperanza media de vida en España era de 70,56 años en los varones y de 76,30 en las mujeres, en 1990, la de los varones ascendió a 73,44 años y la de las mujeres se elevó hasta los 80,49 años, en 2015 subió a 79,92 y 85,41, respectivamente y tan sólo tres años después en 2018 alcanzó los 80,46 años para los varones y 85,85 para las mujeres. Los factores que lo explican se relacionan, básicamente, con la modernización de nuestra sociedad, con hábitos alimenticios y estilos de vida saludables y, particularmente, con avances médicos de relevancia.

En lo que a las tasas de fecundidad se refiere se ha producido una reducción drástica del número de nacimientos, siendo en estos momentos uno de los países del mundo con la tasa más baja. En 1970 la tasa de fecundidad fue de 2,84 hijos por mujer, una década después bajó a 2,21; en 1990 se produjo un descenso notable a 1,36, y desde esas fechas no ha dejado de bajar, alcanzando el punto álgido en el año 2000 con una cifra de 1,21 hijos por mujer. Los últimos datos concernientes al año 2018 nos sitúa en un total de 1,26. Como novedad y, por primera vez, el Instituto Nacional de Estadística, en la Encuesta de Fecundidad del año 2018 incorpora datos relativos a los varones. Se aprecia que el 95,1% de los hombres menores de 30 años aún no ha sido padres, situándose el porcentaje de los de un solo hijo en el 20% en todos los grupos de edad. En la misma línea las mujeres, mayoritariamente las menores de 40 años, tienen un hijo o ninguno y las que tienen dos o más hijos superan los 45 años (54,3%).

Si profundizamos en estas informaciones, observamos que el 79,2% de las mujeres entre los 25 y 29 años no han tenido descendencia. En esta misma dirección, el 52% de las mujeres entre 30 y 43 años no tienen hijos, reduciéndose al 27,8% entre las de 35 y 39 años y al 19% entre aquellas con edades superiores a los 40. Los datos son ilustrativos pues el 42% de las mujeres entre 18 y 55 años manifiestan que han tenido su primer hijo más tarde de lo que estimaban idóneo (5,2 años de retraso), resultando las mayores de 44 años las que en mayor medida lo manifiestan. Son razones laborales, junto a las de conciliación de la vida familiar y laboral y las económicas las principales causas que alegan para retrasar su maternidad (el 30% del total). Se plantea una conexión con los motivos que declaran por los que no tienen intención de tener hijos en un futuro a corto-medio plazo, destacando por delante de otras y, de nuevo, las razones económicas, laborales o de conciliación de la vida familiar y laboral, seguidas del no tener pareja o no ser la adecuada y no desear ser madres.

Son aquellas entre los 45 y 49 años, con un menor nivel de estudios, las que tienen, de media más hijos (1,63) comparativamente respecto a las que disponen de estudios de segunda etapa de secundaria o superiores (1,58). Lo cual confirma la relación existente entre el nivel formativo educativo y el número de hijos, aunque con una tendencia hacia una progresiva convergencia. En lógica con lo anterior, las mujeres que desempeñan una actividad laboral, en todas las edades, tienen como media menos hijos, a diferencia de las que están inactivas laboralmente entre aquellas con edades entre los 40 y 44 años (1,8 hijos).

Por otro lado, las mujeres de nacionalidad extranjera tienen más hijos que las españolas, éstas últimas tienen sus hijos con más edad. De hecho, entre las mujeres autóctonas y no autóctonas entre los 30 y 34 años las extranjeras tienen una media de 1,2 hijos por mujer, a diferencia de las españolas que no llegan al promedio de 0,70. Particularmente llama la atención que entre las extranjeras con edades entre los 25 y 29 años, el 55,4 no ha tenido hijos, a diferencia del 83,5% entre las autóctonas.

En otro orden, constatamos que el porcentaje de las que trabajan y no tienen hijos es superior al de las mujeres que han sido madres, a excepción de las menores de 30 años, consistiendo lo más valorado de sus puestos de trabajo el que estén bien remunerados y, específicamente, para las mujeres con hijos lo más considerado son las medidas de conciliación familiar y el horario.

Como podemos comprobar, la evolución a la baja que ha experimentado la fecundidad en las últimas décadas y la previsible tendencia que se perfila conlleva que cada vez se tengan menos hijos e incluso que decidan no tenerlos, lo cual y desde el año 2015 ha hecho que el crecimiento vegetativo (diferencia entre nacimientos y defunciones) sea negativo. Según las últimas constataciones en tan sólo 4 años se ha duplicado, así las cosas, mientras en 2015 (enero-junio) fue de -21.280 personas, en 2019 (enero-junio) subió a -45.404.

El tema es de tal significación que es obligado apostar con prioridad por políticas familiares y sociales. Medidas entre las que destacaría iniciativas puestas en marcha en la anterior legislatura, con continuidad en la actual: políticas laborales que promuevan trabajos estables y con remuneraciones dignas; políticas familiares que hagan posible una verdadera conciliación de la vida familiar y laboral, bajo el amparo de políticas de género, políticas de apoyo a la vivienda con un carácter social, políticas educativas y sanitarias públicas y de calidad, políticas de protección a la infancia y, en general, políticas de lucha contra pobreza y la exclusión social. Lo anterior llevará de sí mayores cotas de bienestar entre los ciudadanos y avanzar notablemente en la perspectiva de una democracia madura.

Publicado en Sistema Digital

Demografia y fecundidad en la España actual