viernes. 29.03.2024
casas juego

“Hay pan, empanadas, pastel de carne, pizzas recién hecho. Tostadas: tomate, aceite, atún, mantequilla. Bocadillos: jamón, tortilla, anchoas, salchichón, jamón de york”.

Son las quince cincuenta y tres del 19 de enero de 2021. Poco más de una hora antes escuchamos al portavoz del Comité de Seguimiento Covid declarar que está prohibido que las casas de apuestas vendan alimentos para consumir mientras se llenan de dinero las máquinas tragaperras. Existe mucho malestar entre los hosteleros por la supuesta doble vara de medir y de legislar y desde hace meses la supuesta permisividad de la que disfrutan los locales especializados en el fomento de la ludopatía para la extracción de capitales, algunos dicen, de las clases sociales más humildes. Otros dirán que el juego es una aventura, un viaje iniciático por los mundos de la fortuna y del azar.  En uno de los paraísos del consumo, al norte de la ciudad de Murcia, espacio de pelotazos urbanísticos, se levanta Odiseo, lo más parecido a cualquier edificio de Las Vegas.

La adicción al juego no está todavía aceptada socialmente, que las tragaperras se lleven los salarios mensuales de mucha gente en pocos minutos no da lugar a celebraciones y a alegrías excesivas

En cada barrio, pedanía o pueblo se erigen las casas de juego, de tamaño más manejable, se diría que más familiar. En los bajos comerciales de mi edificio se instaló hace unos años una, esa que ofrece una amplia y apetecible carta de, escribamos, tentempiés. Ya se sabe: un quinto en una mano, el pastel de carne en un equilibrio inestable sobre cualquier plano de la máquina y el dinero entrando por la rendija de la tragaperras. En su momento la comunidad de vecinos se documentó para frustrar su instalación. No hubo manera. Por entonces, un vecino que conocía a un directivo del sector de la ludopatía nos comentó que el vecindario no debería intranquilizarse por posibles alborotos. Los locales están insonorizados, no hay concentraciones en los exteriores, los clientes no arman ruido y prefieren pasar desapercibidos. Son usuarios que prefieren no ser reconocidos, que entran y salen rápidamente, ocultando a veces sus rostros. Tal adicción no está todavía aceptada socialmente, que las tragaperras se lleven los salarios mensuales de mucha gente en pocos minutos no da lugar a celebraciones y a alegrías excesivas. Aquello no es el jolgorio desbordado de una ronda de cervezas en mitad de la plaza.

Frustrados el ladrillazo y el turismo desordenado, las salas de juego se erigen como el nuevo eldorado de la economía de la Región de Murcia, ese país de la libertad y de la iniciativa privada, émulo que parece querer ser de esa otra comunidad autónoma a la que su presidenta define como España dentro de España. Lo cierto es que posiblemente seamos capaces de conjugar en un mismo territorio varias pandemias simultáneas: la de la COVID19, la de degradación medioambiental, la de las adicciones inducidas por una manera de vender, comprar y definir el mundo y las sociedades humanas. Poca cosa.

Mientras escribimos este artículo, se confirma la dimisión del Consejero de Salud por haberse vacunado, y haber vacunado a todo su equipo directivo, incumpliendo el protocolo  acordado por el Ministerio de Sanidad y todas las comunidades autónomas. La Dirección General de Salud Pública y Adicciones, la misma que se debe o se debería ocupar de la ludopatía como una enfermedad grave para las personas y la sociedad, ha realizado desde marzo de 2020 una labor razonable. Gente profesional, nada que ver con Madrid o Hollywood (para una cosa y otra está Díaz Ayuso). Lo mismo puede decirse del consejero dimitido, un técnico que ha sabido mantenerse en su perfil profesional huyendo del político, que para eso estaba y está López Miras, pero que ha cometido un error imperdonable políticamente. En tiempos normales la táctica del enroque podría haber funcionado, pero los días que vivimos son de tristeza, de duelo por los familiares y amigos perdidos, de horizontes grises y opacos, de melancolía y perdida de la confianza en el futuro, el nuestro y el de nuestros hijos. Tampoco se trata de desenfocar el objetivo de nuestro análisis. Las crisis en la gobernanza son necesarias para renovar e impulsar la acción política cuando lo que se vislumbra ofrece esperanza, pero en la Región de Murcia esta ahoga sus penas en una casa de juegos o en Odiseo.

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