jueves. 25.04.2024
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El advenimiento de la II República en 1931 trajo para Madrid importantes cambios en la convivencia ciudadana. Una de las decisiones más llamativas fue la entrega de la Casa de campo y del Campo del Moro al Ayuntamiento. Otra, el reencuentro con el Manzanares, un río en el que los madrileños se bañaban desde siempre. Ya en 1930 se había aprobado un Plan General que se contemplaba la creación de zonas de baño, incluida una piscina. Diseñada por Luis Gutiérrez Soto -con el Club Náutico de San Sebastián como referencia-, la piscina "La isla", cercana a la antigua estación del Norte (en la actualidad Príncipe Pío) sugería la silueta de un barco varado. Era de pago y contaba, además de la pileta, con un gimnasio, un solarium, una sala de fiestas y un restaurante. Funcionó hasta 1954, y recientemente se han conocido iniciativas particulares para recuperarla.

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Además, se transformaron en playas fluviales las orillas contiguas al puente bajo la carretera de La Coruña. Un tramo de suaves declives de arena y aguas remansadas que hacían la competencia a las playas de Guipúzcoa, las más admiradas en el primer tercio del siglo XX. Con el titular "Todos los madrileños quieren nadar", la revista Estampa describe en 1932 la ilusión de los ciudadanos de la Villa y Corte por darse un chapuzón veraniego en la zona más popular, a la que los madrileños acudían en masa, fuera en automóvil, a pie, en tranvía, en autobús, en carros, camionetas, volquetes y hasta empujando carretillas repletas de cestas de comida y bebida.

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(Fotos: Estampa)

A mediodía el río era lo más parecido a un  hormiguero, con cientos de personas paseando con el agua tibia a la altura de las rodillas, hasta el punto de que "el pobre Manzanares no tiene agua para tanto bañista", escribe Luis G. de Linares. Playas bulliciosas por la presencia infantil y por la alegría de poder calmar el sofoco estival en lugares que unos años antes apenas eran riberas solitarias y no exentas de peligro. Se improvisaban tiendas de campaña a base de sábanas y se sucedían las hogueras para la preparación de paellas. Después de la comida y la siesta, la gente volvía al agua y permanecía en el río hasta el anochecer.

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(Foto: Crónica)

El tramo más llamativo era el conocido como el de "Artistas Unidos" (nombre acuñado por el actor Manuel Gómez), pasado el citado puente (conocido en Madrid como puente de San Fernando), al que acudían en aquel verano "artistas jóvenes de la escena, la pantalla y el music-hall", escribe Salvador Valverde en Crónica. Maruja Gómez, Elvira Coppelia, Berta y Dorita Adriani Luisa y Araceli Espinosa, Merceditas Brasil o Amparito Guillot lucían llamativos maillots y se embadurnaban en aceite de coco para lograr un buen bronceado. Muchas personas se 'tostaban' al sol para poder ir morenos a San Sebastián y no desentonar demasiado en La Concha o en los clubes de la buena sociedad donostiarra. Como dice una bañista en Estampa, "aprovechamos para fabricamos una piel de playa, sin que nadie presencie esos grotescos aspectos de cangrejo cocido o de reptil mudando su piel que preceden al moreno perfecto". Los cronistas de la época lo denominaban "Madrid-Sur-Mer".

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(Fotos: Crónica)

Cauce arriba, en dirección a El Pardo, estaba la 'playa de los toreros'. Andrés Mérida, Pepe y Antoñete Iglesias hacían paellas, pegaban patadas al balón o jugaban al balón. Con frecuencia los visitantes de ambas playas "confraternizaban" y comían o bailaban juntos al ritmo de la música que salía de un tocadiscos portátil. Claro, que no todo era ideal a la orilla del Manzanares. Los matorrales solían servir de escondite a los rateros, que actuaban en cuanto tenían ocasión. Además, algunas personas confundían el baño lúdico con el baño higiénico, y aprovechaban para lavarse con jabón para no tener que hacerlo en casa.

Fuera de Madrid también se abrieron playas fluviales en el Jarama (en La Poveda, San Fernando o Cobeña) y en el Tajo, adonde muchas sociedades deportivas trasladaban sus actividades de nado, boxeo o gimnasia. Acudían en camiones o en tren, y pasaban el día en pozas de arroyo, remansos arenosos o playas artificiales de cemento. La "poza de los alemanes" o la "playa de los ingleses" -donde se lucían 'maillots' de fantasía, 'pijamas de playa' y sombreros de moda- fueron muy conocidas en aquellos felices treinta. En las riberas del Guadarrama se practicaba incluso el nudismo, como describe Luis G. de Linares en Estampa"Público escogido, como se dice en las crónicas de sociedad. Las muchachas visten pijamas o 'maillots'... o se esconden detrás de una roca para poder quedarse desnudas, desnudas bajo el sol. Los hombres, con taparrabos y gafas ahumadas. Ellas y ellos fuman cigarrillos ingleses para dar un perfume de bar al aire demasiado puro del Guadarrama". Por la noche, el regreso a Madrid "por la carretera, lentamente, para saborear los últimos momentos de la excursión, que termina como una fiesta levantina, en una inmensa falla del paisaje, incendiado por los faros de los millares de coches que regresan del Guadarrama".

El golpe de Estado del 18 de julio acabó con aquel preciado disfrute del sol y del agua que los madrileños encontraban en el Manzanares y en los ríos de la región.

"Madrid-Sur-Mer": Cuando la capital tenía playa