martes. 23.04.2024
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Mucho se habla de la crisis de valores que sufre nuestra sociedad pero poco se reflexiona acerca de qué entendemos por valores y en qué consiste una crisis de los mismos. Tal vez convendría primero definir lo que entendemos por valores. Una forma sencilla de hacerlo sería considerarlos como el conjunto de cualidades positivas que definen a los individuos y al grupo social al que pertenecen. Si contemplamos la sociedad desde una perspectiva basada en la cultura y en las costumbres que se transmiten de generación a generación, se manifiesta la evidencia de que cada sociedad desarrolla y pondera en mayor o menor grado los valores específicos que la identifican: libertad, justicia, tolerancia, equidad, paz, respeto, honestidad, responsabilidad, lealtad y hasta el amor entre otros. 

Con el paso del tiempo, las sociedades evolucionan, se transforman y al mismo tiempo lo hacen también los valores que la caracterizan. Esto tiene lugar mediante la modificación de ciertos hábitos, la adquisición de otros, y también con la desaparición de aquellos que caen en desuso. Como resultado de estos cambios se va configurando la escala de valores que singularizan a cada sociedad según evoluciona con el progreso, y algunas veces con la involución. Así, la volatilización de unos valores y la incorporación de otros nuevos aportan atribuciones tanto positivas como negativas al entramado ético social. Si el resultado de la evolución resulta ser negativo y vicia a la sociedad en aspectos como la justicia, la honestidad, la igualdad o la solidaridad, nos encontraremos ante una crisis de valores.

No siempre las crisis de valores surgen como consecuencia de la ausencia de los mismos. También es posible que nuevos hábitos se incorporen a la práctica social y propicien el beneficio individual por encima del bienestar colectivo. El florecimiento de malas praxis  como el desprecio a los derechos de los demás, el rechazo al diferente, las conductas delictivas (robos, sobornos, cohecho y fraudes) para conseguir lucro con el mínimo esfuerzo, propicia la preeminencia de un perfil de individuos que tanto desde los puestos más privilegiados como en los sectores marginales, se sienten inmunes al delinquir y al recurrir a la violencia como mecanismo coercitivo o puede que sólo por placer. Una muestra la encontramos en la proliferación de la delincuencia juvenil, una de las consecuencias de la crisis de valores que más ha proliferado en las últimas décadas originando funestos acontecimientos como el caso de un repartidor de comida a domicilio que el pasado mes de abril fue agredido en Logroño por una pandilla de chicos y chicas que, ante su negativa a darles un cigarrillo, le asestaron una paliza mortal. Aún más reciente es el caso del joven Samuel Luiz, asesinado en A Coruña por un grupo de jóvenes que le propinaron una cantidad ingente de golpes cuando paseaba con un amiga. Las estadísticas nos informan de que el aumento de la violencia juvenil es proporcional al  descenso de las edades de los agresores, habiendo cada vez más adolescentes implicados como protagonistas de los actos violentos callejeros. 

Los jóvenes y los adolescentes son muy vulnerables para sufrir las consecuencias de la falta de unos valores que tal vez nunca han conocido, motivo por el que la prevención temprana se convierte en fundamental

Casi siempre que se analiza la violencia juvenil, surge la crisis de valores como un factor asociado al que habría que sumar  la crisis económica que afectar a la juventud, la falta de expectativas de futuro, el exceso de información, el consumo de drogas y también las nuevas tecnologías que a través de los chats propician insultos, provocaciones y amenazas por la sensación de impunidad que proporciona el anonimato en las redes. Los jóvenes de hoy en día son unos auténticos nativos digitales (según los definió el escritor Marc Prensky) que han crecido integrando la tecnología en sus vidas con la misma naturalidad que hace muy pocas generaciones se jugaba en la calle con una peonza. Surgen así nuevas prácticas delictivas como el happy slapping (guantazo feliz), algo que nació como la broma grabar en vídeo la cara de pasmo que ponía la gente al recibir una colleja por sorpresa. Con el tiempo, ese guantazo inesperado se fue convirtiendo en acometidas más agresivas hasta consolidarse como una práctica propia de menores y adolescentes del ámbito urbano, por lo general ejecutada en pandilla y grabada en video por un miembro del grupo. La víctima se suele elegir al azar entre gente desconocida de una edad similar a la de los agresores, o bien pertenecientes a un colectivo vulnerable como mendigos o minusválidos. Una vez grabada la agresión, el colofón de la proeza consiste en difundir el video por las redes exhibiéndolo como un trofeo

En resumidas cuentas, tal vez no sean sólo los valores los que están en crisis en nuestra sociedad sino nuestra forma de preservarlos. Para evitar que esto siguiera sucediendo, sería beneficioso soslayar la inmediatez de nuestra respuesta ante el bombardeo de información al que estamos sometidos. La crisis de valores que penaliza a nuestra manipulable sociedad se manifiesta tanto en el entorno familiar como en cualquier otro ámbito relacional. Son factores propiciatorios el ansia por consumir que se nos inculca a través de los medios, también la competitividad que surge al compararnos con los demás, y por último, la cultura de la inmediatez que tanto estrés y frustraciones genera. Todo esto predispone a un alejamiento de los valores, los principios  y también a  la paradoja de sentir más vacío cuanto más se tiene. 

Los jóvenes y los adolescentes son muy vulnerables para sufrir las consecuencias de la falta de unos valores que tal vez nunca han conocido, motivo por el que la prevención temprana se convierte en fundamental y debe iniciarse en el núcleo familiar así como también en la escuela. Una gran responsabilidad para combatir la crisis de valores está en manos de una educación integral que contemple a la persona como un ser único e irrepetible y así se lo transfiera al niño. Es de suma importancia asegurar una educación que forje valores que fomenten la solidaridad, el humanismo y la empatía. Valores que ayuden a transformar la sociedad en un marco de convivencia justo que reconozca la dignidad de las personas. 

Acerca de la importancia de la educación para una óptima convivencia, he decidido que el colofón de esta reflexión sea una cita de Marco Aurelio en sus Soliloquios (libro VIII, 59): 

«Los hombres han nacido los unos para los otros. Por tanto, instrúyelos o sopórtalos»

Crisis de valores y violencia juvenil