jueves. 28.03.2024
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Tal como solemos olvidarnos de la salud mental, cuando nos enfrentamos a dolencias físicas relacionadas con ella, cometemos el mismo error al analizar las pautas políticas. Tendemos a creer que los análisis racionales pueden explicar unos resultados electorales impactantes y obviamos el peso de nuestras expectativas en esa balanza. Esto es lo que nos recuerda, entre muchas otras cosas, el artículo “Aguafiestas” publicado hoy en El País por Nuria Sánchez Madrid, quien ofrece un perspicaz análisis multifactorial de nuestra situación político social.

Solemos reprochar al electorado que se guíe por arrebatos emocionales y desprecien sesudas interpretaciones programáticas de las promesas electorales, cuando en situaciones complejas no cabe un diagnóstico simple. Los endeudados no pueden escapar de una telaraña capitalista que condiciona sus costumbres y les hace identificarse con quienes llevan un ritmo de vida trepidante, aunque no pertenezcan a esa esfera privilegiada ni tengan posibilidades de conseguirlo.

Una soflama épica sobre un significativo cambio social poco puede hacer contra el eslogan que nos interpela emocionalmente

Una soflama épica sobre un significativo cambio social poco puede hacer contra el eslogan que nos interpela emocionalmente. Las broncas internas de los partidos progresistas que compiten por salvaguardar las esencias ideológicas no ayudan mucho a clarificar las cosas y nos dejan inermes frente al descarnado pragmatismo de unas formaciones conservadoras que saben defender monolíticamente sus intereses en una batalla muy desigual.

Somos lo que hacemos y sentimos, antes de lo que pensamos o nos gustaría pensar. Tenemos alma neoliberal pese a nuestro corazoncito socialdemócrata. Llevamos dentro al enemigo de nuestros ideales políticos. Nuestro modelo vital es ante todo el del consumismo y para mantenerlo nos endeudamos desaforadamente alimentando con ello un sistema perverso nada sostenible. Gracias a ese mecanismo se aceptan empleos que no son tales por su precariedad y secundamos una lógica competitiva que anula implacablemente nuestra empatía.

Vivimos aislados en unos u otros guetos, las barriadas periféricas o las cada vez más alejadas zonas residenciales. Nuestras relaciones personales brillan por su ausencia, mientras nuestros avatares o sosias digitales circulan por las redes. Ni siquiera hablamos por teléfono. Nos comunicamos mediante mensajes o imágenes que van transformando nuestro entorno simbólico y suplantan el mundo real. Eso nos hace más vulnerables en términos epistemológicos y menos propensos a cultivar la reflexión moral.

El patrón cultural que adoptemos es decisivo para configurar nuestro modelo político y social. Es lo que más compromete nuestra sensibilidad afectiva. Sin ese nutriente decisivo de poco servirán otros aderezos. Hay mucho por hacer para cambiar unas tendencias que nos condicionan sobremanera por su fuerza inercial. Por de pronto convendría saber aparcar ciertas diferencias para concentrarnos en lo sustancial. Olvidémonos de los improperios y centrémonos en lo que cuenta.

Hay un sendero político que prima la cooperación al sabernos interdependientes. El otro sube a la cima sin reparar en las piedras que se desmoronan sobre quienes tienen dificultades al escalar. Allí arriba el aire se vuelve más irrespirable y tampoco cabe mucha gente con quien convivir compartiendo penas o alegrías. Parece más juicioso asentarse un poco más abajo, en el valle con verdes praderas y que se ve surcado por aguas fluviales. No necesitamos tanto equipamiento para esta excursión menos exigente y eso nos permite saludar cordialmente a quienes nos cruzamos en el camino.

Tenemos que cambiar nuestra extraordinariamente competitiva mentalidad neoliberal, tan exigente como empobrecedora en más de un sentido. Los demás no son el enemigo a batir, sino quienes nos acompañan en las vicisitudes vitales. Pero esta convicción se adquiere paulatinamente y se labra con unos hábitos regulados por nuestras emociones.

Correlación entre nuestras emotivas opciones políticas y nuestros hábitos cotidianos